Rafael Nadal durante un entrenamiento en Melbourne
El entusiasmo de Nadal retumba en Melbourne
Los días de cuarentena por covid han revolucionado la intensidad de los entrenamientos del español, que asombra a los que le han visto trabajar bajo el sol del verano austral
Un sonido conocido, pero inusitado, resuena en el vacío de las gradas abrasadas de Melbourne Park. Es el peloteo bajo el sol de Rafael Nadal. El hombre al que tendrá que retirar una lesión más grande que su alma, que Dios no lo quiera. Al otro lado de la red está Jaume Munar, número 77 del mundo y alumno de su Academia de Manacor, como un discípulo que siguiera a Cocodrilo Dundee a través de la jungla tropical australiana.
Eso parece Nadal, un cocodrilo lanzándose desde la orilla con una energía repentina y recalentada a por su presa, a por su segunda copa Norman Brookes, que le es esquiva desde 2009. El mallorquín está bajo el agua, con los ojos por fuera de la superficie, y avanza mientras retumba Melbourne Park. Es como la música de Tiburón cuando está cerca. Y lo que más cerca está, el próximo lunes, es el ATP 250 de Melbourne, donde quiere buscar horas de golpeo en movimiento, del ritmo competitivo que ya se oye en el pelotear sin contemplaciones, con el efecto del avance de un ejército lejano, el polvo en el horizonte y la reverberación, el temblor en la tierra. El ruido de un motor.
Nadal quiere horas de tenis para estirar los músculos imponentes de los días parado, para hacerlos músculos largos de nadador o de pez en el desierto, y por ello va a jugar también el dobles junto a Munar. Desde el torneo afirman estar «sorprendidos con el nivel de entrenamientos» previo a la prueba que decidirá al actual número seis del mundo a participar o no también en Sídney.
La evolución del pie afectado por el Síndrome de Müller-Weiss, que pone a prueba sobre el cemento pulido, por el que no compite desde agosto y por el que fue sometido a intervención quirúrgica, parece continuar sin contratiempos probándose sobre los pantanos y las ciénagas invisibles de la Rod Laver bajo la mirada técnica y familiar de Carlos Moyá, Francis Roig y Marc López, con quien ganó la medalla de oro en dobles en Río, la última incorporación al equipo del tenista español.
Resuena la pelota ansiosa del español en el vacío de las gradas abrasadas de Melbourne Park como un aviso. Es el regreso de Nadal, siempre emocionante, siempre novedoso, como el de un tío lejano y viajero del que siempre se espera algún regalo a su vuelta. Quizá sea para los rivales la tensa espera de Gary Cooper en High Noon. Es ese mediodía bajo el sol al que el público aguarda mientras casi puede escuchar el ritmo de fondo de Do Not Forsake Me, Oh My Darlin.