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19 de abril de 2024

Luis Planas y Alberto Garzón

Paula Andrade

Perfil

Luis Planas, un bombero para el pirómano Garzón

Si sobrevivió a su pasado como consejero socialista en Andalucía y al destino como embajador en Rabat; probablemente resista a este choque generacional

Que la película favorita de Luis Planas sea El guateque lo dice todo de sus virtudes para ocupar la cartera de bombero en un Consejo de Ministros repleto de pirómanos.
Técnicamente es titular de Agricultura, Ganadería y Pesca; tres competencias que, para España, son la santísima trinidad de nuestra cultura, tradición y PIB. Pero en la práctica, de un tiempo para acá, su tiempo, conocimiento y prestaciones, que son muchos, se dedican a atender las emergencias generadas en el plató de Moncloa que, casi a diario, reedita la célebre cinta de Blake Edwards que este político serio se pone periódicamente para reírse con la ficción al ver gags parecidos a los vistos cinco minutos en la triste realidad.
Alberto Garzón sería el camarero borrachín o el torpe actor hindú que destrozan la fiesta con la sucesión de catástrofes que perpetran, afectados por la ingesta masiva de chupitos ideológicos o por mera torpeza.
Y este valenciano de 1952, experto en relaciones internacionales con pedigrí en Bruselas y en Rabat, es el responsable de arreglar un desaguisado que, a su entender, nunca debió de ocurrir y no tiene un pase.
Los peajes derivados de la alianza con Podemos le obligan a responder a Garzón con cierta sutileza, pero si pudiera expresarse libremente le mandaría a su habitación, le pediría que la ventilara y le impondría como castigo quedarse sin postre y sin salida al burger ese fin de semana.
El negociador de la PAC en Europa, que es para España el acuerdo internacional más importante y decide el futuro a corto y medio plazo de millones de personas dedicadas a pescar en el Gran Sol, sembrar viñas en el Bierzo o exportar vaca rubia a buen precio; ha salido de gira para calmar a los ganaderos de las cornadas del ministro de Consumo, a quien considera un indocumentado con ínfulas, aunque no lo diga con esas palabras.
Respetado en un sector eternamente descontento con razón, Planas se ha topado en casa con un obstáculo imprevisto por el ataque en masa de Podemos a explotaciones que ya venían sufriendo mucho de antemano por el endiablado sudoku, que descifra el futuro de vacas, cabras, ovejas o cerdos; asediados siempre por lobos con traje de Comisario europeo más peligrosos que los de cuatro patas o por burros con cartera ministerial.
Planas pertenece a la trilogía de ministros de Sánchez más solventes, junto a Calviño y Escrivá, y no es casualidad que sean los tres que más problemas han tenido con la guardería de los dirigentes de Podemos, a quienes les pondría como sintonía de cabecera ésa de su amado Serrat que decía aquello de Niño, deja ya de joder con la pelota.
Si Planas sobrevivió a su pasado como consejero socialista en Andalucía y al destino como embajador en Rabat; probablemente resista a este choque generacional entre un padre impaciente y unos adolescentes eternos que dejan todo hecho un asco, pero luego lamentan la contaminación del planeta.
Lector de El Quijote, tiene sin embargo más gigantes que molinos en su vida, aunque sea por los cargos que ostentan sus principales rivales internos, en quienes pensará, sin duda, cada vez que se ponga una de Almodóvar y repita, cuando nadie le escucha, aquello de «¿Qué he hecho yo para merecer esto?».
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