Cerdán y la mafia de los «Santos» nada inocentes
Ni se molestó -tal vez ahora sí tras la caída de Cerdán- de aplicar el adagio gatopardiano del Príncipe de Salina, bajo el consejo de su sobrino Tancredi al desembarcar los republicanos garibaldinos en el Reino de Sicilia, de que, «para que todo siga igual, todo tiene que cambiar»

Santos Cerdán
En la Mafia, cuando uno de los «sottocapos» es pillado, corre el escalafón y se refuerza la seguridad para impedir que otra redada ponga en riesgo su supervivencia, pero no muta su naturaleza delictiva al ser consustancial. Su final sólo se obra mediante su autodisolución o porque su persecución imposibilite su actividad criminal. Hasta su extinción o liquidación, el «capo di tutti capi» suple al lugarteniente apresado promocionando a otro subordinado para preservar el negocio y el número 1 no sea carne de presidio. La «banda del Peugeot», creada para asaltar el PSOE y La Moncloa por métodos mafiosos, atendiendo a los autos judiciales y a las pesquisas de la Guardia Civil, obedece a esta lógica forajida.
Así, cuando el mantenedor de la moción de censura de Sánchez contra Rajoy, José Luis Ábalos, a la sazón su mano derecha en el PSOE y en el Gobierno, se puso en evidencia por no conservar su bragueta cerrada y sufragar su frenesí lúbrico/lúdico a costa del erario dejando un olor putrefacto que no pasaba desapercibido ni a gente sin olfato, Sánchez lo reemplazó por su adjunto Santos Cerdán para dar continuidad al agiotaje con otro tendero en el mostrador. Asimismo, al arrancarle sus galones en el Ejecutivo y en el PSOE en noviembre de 2021, por lo que él ya sabía, según le trasladó, Sánchez tomó la cautela de tratar de taparle la boca a Ábalos renovándole el acta de diputado y asignándole emolumentos de presidente de comisión parlamentaria. Insuficiente, en cualquier caso, para costear el desbocado tren de vida y los desarreglos familiares de Ábalos al no compensarle el traspaso a Cerdán de su expendeduría de coimas y, en consecuencia, no poder comerse las uvas del Presupuesto de dos en dos como el Lazarillo de Tormes después de que el ciego, para demostrarle al pícaro quién era su amo, lo descalabrara estampándole la jarra de vino en la cabeza.
Sánchez lo reemplazó por su adjunto Santos Cerdán para dar continuidad al agiotaje con otro tendero en el mostrador
Así, «el 1» de la caterva del Peugeot sustituyó al «barriguitas» Ábalos por «el pequeño» Cerdán para que pastoreara «la ganadería» perseverando en «lo suyo» (las cobranzas), según el argot del hampa para encubrir sus ilícitos penales. Diríase que Sánchez recurrió a quien era un calco -inclusive físico- de Ábalos para esta mudanza de tabiques paredaños. Ni se molestó -tal vez ahora sí tras la caída de Cerdán- de aplicar el adagio gatopardiano del Príncipe de Salina, bajo el consejo de su sobrino Tancredi al desembarcar los republicanos garibaldinos en el Reino de Sicilia, de que, «para que todo siga igual, todo tiene que cambiar».
Pero no se sabe si, por una mezcla de ambición y torpeza, teniendo en cuenta la mochila que portaba y de dónde procedían sus provisiones y herramientas, el antiguo «carretillero de Bonduelle», como motejó Víctor de Aldama tras denunciar a Cerdán por el cobro de mordidas, incurrió en dos errores de bulto: olvidó el código de sangre con dos testigos privilegiados de los muertos que almacenaba en el armario como eran Ábalos y Koldo García, además de Aldama, y desató una chapucera guerra sucia para borrar pruebas e incriminar a jueces, fiscales, guardias civiles y periodistas con la pandilla basura de Leire Díez y su fondo de reptiles. Además, probando que la depravación es sistémica en el PSOE, aunque aparezca y desaparezca como el cauce del Guadiana, esta fontanera nada prodigiosa figura en nómina de una consultoría del dinosaurio de la carcoma socialista andaluza Gaspar Zarrías, condenado por los ERE y especialista en votaciones a cuatro manos como senador, así como en pucherazos principiando por aquellas primarias que ganó Borrell para luego descabalarlo el fuego amigo. Habrá que rezar para que, en su paripé, Sánchez no le confiera a Zarrías esa auditoría interna que anunció en esa rueda de prensa del jueves donde compareció maquillado como viudo de sí mismo para notificar la destitución de Cerdán y aseverar que «esto no va de mi». Como si a Ábalos y a Cerdán no los hubiera nombrado él y no le hubieran servido en su ilegitimo aterrizaje en el poder prostituyendo las reglas del juego.Al no colocar precisamente al «señor Lobo», ese dechado de efectividad de la película «Pulp Fiction», sino a la mendaz Leire Díez, al frente de esa guerra sucia, Cerdán agravó los problemas con su torpe embestida contra aquellos cofrades suyos que sí se atuvieron, en cambio, al manual del personaje de Tarantino. Como el «señor Lobo», el comisionista/comisionado Aldama y el aizcolari Koldo García, con su pinta de Luca Brasi, lo apuntaron todo armándose de pruebas para, llegado el momento, como así ha sido, tenerlas listas contra aquel al que ratificó Sánchez en el congreso federal del PSOE. Entonces, seguro de su impunidad, al jefe de la tropa del Peugeot no le importó que estuviera al cabo de la calle que Cerdán percibía mordidas untos para mejor trajear su «modus vivendi». Con su aval, Cerdán se vino arriba en Sevilla y largó una diatriba explosiva contra jueces, policías y periodistas tan falaz y artera como la de Ábalos para justificar la moción de censura contra Rajoy agitando la bandera de conveniencia de una regeneración que hoy es puro lodo.
El comisionista/comisionado Aldama y el aizcolari Koldo García lo apuntaron todo armándose de pruebas para tenerlas listas contra aquel al que ratificó Sánchez
Aquella anuencia lanar con Cerdán, secundando los elogios de Sánchez y el enaltecimiento de la vicepresidenta del Gobierno y vicesecretaria del PSOE, María Jesús Montero, quien plantó sus dos manos en el fuego por el mejor secretario de Organización que tuvo el partido, recuerda lo que Gay Galese narra al inicio de «Honrarás a tu padre», su vivo relato sobre los Bonanno. El padre del «nuevo Periodismo» refiere cómo la mayoría de los porteros de Nueva York desarrollan un selectivo sentido de la vista para saber qué ver y qué pasar por alto, es decir, cuándo ser curiosos y cuándo ser discretos, al irles en ello la vida y la hacienda.
Con aquel tiro en el ala, intentaron que levantara vuelo un Santos Cerdán que, a los seis meses del cónclave sevillano, se precipita hacia el banquillo por la calle de la amargura, y no aquella que promovió en su honor el «follonero» Jordi Évole, gran adalid de los malhechores de izquierda, ya sean los del tiro en la nuca, ya sean los cacos del presupuesto. Lo merecía, a su juicio, por su buen hacer con bilduetarras y golpistas catalanes para que Sánchez, tras comprar su investidura a un prófugo, alargara su mandato desangrando el Presupuesto y a la Nación. Si ya Goethe opinaba que cada vez que veía erigir una estatua se le aparecía la sombra de la mano de quien la demolería, Cerdán se ahorrará que descuelguen su rótulo de la calle que debía poseer, según el autor de su «laudatio», por no haber interlocutor mejor para Puigdemont que «un español medio, al que te lo puedes encontrar en la cola del supermercado, o poniendo gasolina súper 95 en Alcampo, la que tiene el litro más barato».
Empero, este santo inocente ha revelado ser un «uomini rispettabili» del círculo de confianza de quien tiene imputados a todos aquellos, más su hermano y su «consuerte», que lo entronizaron «capo di tutti capi». Claro que, teniendo en cuenta cómo Sánchez resta importancia al pucherazo en las primarias de 2014, donde ya andaba Cerdán metiendo su carretilla, deducirá que todo le está permitida. Como en esa escena de «En El honor de los Prizzi», la redonda película del maestro John Huston sobre esta otra familia mafiosa neoyorkina, en la que uno de los secuaces descubre que su mujer no es la asesora fiscal que manifestaba ser, sino una asesina a sueldo del clan. Cuando no le queda otra que confesárselo a su marido, ésta no le deja reponerse del susto y le aclara que tampoco es para tanto. Al fin y al cabo, sólo habría cometido tres o cuatro asesinatos por año. «¡Tantos!», exclama un estupefacto esposo, a lo que la imperturbable sicaria da fría replica: «No son tantos, si se tiene en cuenta el volumen de la población». Eso es lo que piensa Sánchez y, con él, junto a su bovina ganadería, los amigos de Évole, esto es, sus socios parlamentarios, que ya no conocen de nada a quien antes debía honrar el callejero de Cataluña como integrante de esta mafia de «Santos» nada inocentes. Ni en su Milagro natal, luego de multiplicar su patrimonio como en el prodigio divino de los panes y peces, querrán saber de él cruzándose de acera a su paso.