El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante el desfile del Día de la Fiesta Nacional
Con un presidente en fuga sin la compañía de su pentaimputada mujer que es abucheado como cada 12-O y que da esquinazo a la Prensa para no hablar de la corrupción, que se regodea de la Fiesta Nacional con un vídeo en el que no asoman sus símbolos sino la quincalla electoral a la que se agarra para sobrevivir, Pedro Sánchez convirtió ayer la efeméride en una parodia sin necesidad de asomarse al Callejón del Gato del esperpento valleinclanesco. Ante tal desvarío, sólo cabe apelar al célebre «Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?» con el que Cicerón buscó la reacción del Senado contra su conjura para tomar el poder absoluto. Al desvanecerse sus señuelos como pompas de jabón, «el galgo de Paiporta» es como esos podencos de canódromo que, luego de correr frenético tras la liebre mecánica y al desaparecer ésta, se quedan extasiados sin saber por dónde tirar.
Al inquilino de La Moncloa parece haberle sentado a cuerno quemado su frustrada candidatura al Nobel de la Paz -ánimo, Ángel Víctor, para la próxima si no llega la UCO- y que, para colmo, no haya podido maquillar el petardazo como hubiera hecho de haber sido Trump el galardonado por su pacificación de Gaza. En ese supuesto, ello le habría reportado cierta épica victimista en las televisiones que le ahorran disgustos fabricando hechos alternativos en su provecho. Por eso, se entiende el apagón gubernamental tras la concesión del Nobel a la opositora chavista María Corina Machado.
Al inquilino de La Moncloa parece haberle sentado a cuerno quemado su frustrada candidatura al Nobel de la Paz
No en vano, este reconocimiento mundial retrata el carácter infame de Sánchez, así como su dependencia del régimen criminal caraqueño. Ahí estriba su silencio ominoso sanchista -lo de sus adláteres de Sumar y de Podemos viene de cuna como franquicias chavistas- que, con mal perder, invoca mendazmente que es un «¡premio privado!» como la zorra que desdeñaba por verdes las uvas que no alcanzaba con sus brincos.
Al fin y al cabo, el merecidísimo tributo a esta cariátide humana de la libertad atestigua la subordinación sanchista a una satrapía tropical que primero corrompió al expresidente Zapatero -con el embajador Morodo atrapando convolutos- y luego a Sánchez tras arrojar a la cuneta al opositor Guaidó para recibir a Delcy Rodríguez y a sus maletas, así como auparse a la Internacional Socialista. Pero es que, además, María Corina Machado alumbra como la democracia española deviene en autocracia por una vía pareja a la del autogolpe de Hugo Chávez de hace un cuarto de siglo ante la ceguera de quienes, por vencer en comicios aparentemente competitivos, no quisieron fijarse en cómo copaba instituciones claves para eliminar la alternancia.
En este sentido, tras sufrir el pucherazo del sanguinario Maduro, se entroniza como una «Lady Godiva» de la libertad. Reencarna a quien se alzó contra su marido, el Señor de Coventry, por las exorbitantes cargas impositivas que infligía a sus vasallos. Para doblegarle, cabalgó desnuda ante unos respetuosos súbditos que cerraron los postigos para no observarla, salvo el sastre mirón al que cegó su desfachatez. La desnudez de Lady Godiva desvistió al déspota Leofric como el Nobel a Maduro y a Sánchez.
La desnudez de Lady Godiva desvistió al déspota Leofric como el Nobel a Maduro y a Sánchez
De hecho, estando entre la espada y la pared, Sánchez reacciona como el democida venezolano al que la presión militar de EE.UU. contra el «cartel de los soles» que él encabeza pueden hacer colapsar su narcorégimen. Así, al sugerir Trump que España sea expulsada de la OTAN por no contribuir en los términos fijados, La Moncloa sale por peteneras aseverando que es una «bendición» que se meta con quien quiere liderar el Grupo de Puebla. Al margen de la baladronada de un Trump, perfecto conocedor de que España no puede ser echada, estas pendencias de pandillero debilitan a una España a la que ya incluyó entre los «países Brics», esto es, en la órbita china.
Tales bravuconadas de consumo interno desplazan a España del centro de decisiones europeo y la sitúan bajo sospecha como a la Hungría de Orban por sus lazos con Putin, a la par que la desguarnece ante un Marruecos que cada vez que afronta males intestinos como estas semanas de movilizaciones de la generación Z usa la badana española para patearla a fin de que el ruido del fervor patriótico se sobreponga al de las protestas. Después de arrellanarse Zapatero al paso de la bandera estadounidense con Aznar de presidente, a Sánchez lo levantan de la mesa de mando de la OTAN, cuya secretaria general ambicionó hasta que Biden le puso la proa y Trump le echó la cruz.
En su progresivo aislamiento europeo, a la España sanchista no le queda ni el consuelo de Eurovisión donde, queriendo proscribir a Israel, se ha autoexcluido, de la misma manera que ha quedado descolocada tras el acuerdo fraguado en Oriente Cercano tras sabotearlo en vano con sus flotillas proHamás a cargo del erario y el amparo de una Armada a la que arrastrado al ridículo como al conjunto de las instituciones. En esta degradación, Sánchez invalida el papel de la Corona como cabeza de la Nación y gran embajadora de la Democracia que ni siquiera puede felicitar como es debido a una heroína como María Corina. ¡Qué mejor conmemoración de la Hispanidad que una compatriota de la libertad coseche el Nobel y Felipe VI blasone cuando la Corona es un referente de cómo transitar de la dictadura a la democracia desde hace ahora justo 50 años!
En esta degradación, Sánchez invalida el papel de la Corona como cabeza de la Nación y gran embajadora de la Democracia
Como el Rey no recobre el sitio como en otros zurrados momentos, puede precipitarse con un Sánchez dispuesto a todo con las encuestas en contra, aunque sea bajo el espejismo de no bajar de los 100 escaños -105 le otorgaba ayer «El Español» frente a 147 para Feijóo- al arramblar con los escaños de quienes le facultan ser el primer presidente que no gana en las urnas. Es más, su estrategia de retroalimentar el «voto portazo» de Vox contra el PP ya resta escaños también a la izquierda como en Francia cuando Mitterrand jugó a aprendiz de brujo con Le Pen padre para que la derecha clásica no arribara al Eliseo.
Por esa autopista, un crecido Abascal acelera orgulloso de un «partido antisistema» sin temer derrapar ni arrollar a Felipe VI, como ayer al apearse la víspera de la tribuna del desfile y ausentarse de la recepción en el Palacio Real. Aunque no se le escape que los actos del 12-O no blanquean a Sánchez, pese a lo dicho ayer, el jefe de Vox es consciente de que la calle refleja lo que Alexander Yakovlev, artífice de la «glásnost» o transparencia con Gorbachov, contó en un viaje a España. En un plausible ejercicio de autocrítica, relató una esclarecedora anécdota al ser preguntado por la restricción del consumo de alcohol decretada por Gorbachov. Al proliferar las colas para obtener vodka, en una de ellas, un veterano de guerra le dice a otro: «Estoy harto. Me voy al Kremlin a soltarle una guantada al camarada Gorbachov». De vuelta, se topa de nuevo con su compadre y su botella vacía en medio de la helada. «Qué, ¿lo has abofeteado?», le inquiere. «No, aquella cola -alega- era aún más larga».