El rodadero de los lobosJesús Cabrera

La lección de ayer

«Tampoco estaba en el guion la emoción de monseñor Jesús Fernández, cuando se pudo ver no sólo su calidad humana sino también su sentido del humor»

Si hay alguien que se llamó a sorpresa en la ceremonia celebrada ayer de toma de posesión del nuevo obispo de la Diócesis, Jesús Fernández, o está equivocado o no sabe lo que presenció. La Iglesia católica, siempre sabia, sabe hacer sus relevos como lo viene haciendo desde hace más de dos milenios, y así está garantizada su continuidad.

Ayer se pudo ver la distancia abismal que separa a la Iglesia de las instituciones civiles, en las que los relevos son abruptos en más ocasiones de las deseadas, por lo que muchos se sorprenderían al ver que el nuevo prelado cumplió ayer con toda felicidad y emoción un mandato de obediencia. Ni más ni menos.

Si hay alguien que esperaba, como ocurre en la vida civil, que dominasen las sonrisas huecas, forzadas, los abrazos gélidos, los mensajes entre líneas y los pellizquitos vengativos, tan comunes en otras instituciones, se confundió de lugar. Lo que ayer hubo en la Catedral no fue más que un relevo producido con una naturalidad que siempre sorprende a quien se acerca de higos a brevas a una ceremonia religiosa de este calado.

Su antecesor, Demetrio Fernández, que en los últimos meses se ha despedido más veces que Antoñete, entrega a su sucesor una Diócesis en perfecto estado de revista, con grandes joyas, como son los diversos movimientos laicales -hermandades incluídas- o el propio Seminario de San Pelagio, entre otros. «Que Dios te conceda ordenar muchos nuevos presbíteros, que a mí me ha concedido ordenar más de 70», confió.

La liturgia de la Iglesia está cargada de simbolismos que hablan por sí solos. A nadie hubo que explicarle que, tras la lectura de las Letras Apostólicas, la toma de posesión cobraba efecto en el momento en el que se ha sentado en la cátedra báculo en mano. En la Iglesia no hay jefes de clac, ni ‘agradaores’, ni regidores que inciten al aplauso artificioso. En ese momento, aunque se sabe que no figura en las rúbricas, tuvo la ovación una frescura, una sinceridad y una espontaneidad que supusieron la mejor de las bienvenidas al nuevo obispo.

Tampoco estaba en el guion la emoción de monseñor Jesús Fernández al final de la misa, en los agradecimientos, cuando se pudo ver no sólo su calidad humana sino también su sentido del humor, al no estar ya sujeto al corsé de la liturgia. Los fieles agradecieron estos gestos porque están deseosos de conocer mejor al nuevo prelado y de saber cómo va a ser su pontificado. Lo que sí quedó claro en su homilía es que los cambios van a llegar desde la continuidad, como sucede todo en la Iglesia, como hacen los papas, como hacen los obispos.

«Que no nos contamine la soberbia ni la arrogancia, vicios por los que el ser humano pretende ser como Dios pero sin Dios», fue uno de los puntos esbozados para este nuevo tiempo que ahora se abre y que responde con eficacia a uno de los males que aquejan a la sociedad. También pidió la paz «en un tiempo en el que la violencia se manifiesta sin rubor entre las personas y entre los paises»; defendió el derecho a la vida, a la vivienda, a la libertad religiosa, clamó contra «el analfabestimo religioso» y se ofreció «como el servidor de todos, expropiado de mí mismo».

El nuevo obispo de Córdoba inicia con ganas un camino cargado de esperanza y así es cómo la Diócesis le ha recibido, con el deseo de crecer en la fe de la mano firme de un pastor.

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