Por derechoLuis Marín Sicilia

A vivir, que son dos días

Resulta que una tal María Iglesias, siguiendo las directrices de la gente de Santos Cerdan, afilió falsamente a varios militantes socialistas en un pueblo de Sevilla para que ganara las primarias el candidato de Sánchez frente a Susana Díaz. Que se sepa, el pucherazo se produjo también, para las primarias andaluzas, en otras poblaciones de Sevilla, Córdoba y Almería. La militante en cuestión reconoció que cumplía órdenes y que le daba igual que hubiera que haber votado «a Periquillo el de los palotes», en un ejemplo de la solvencia intelectual del personaje y de la sincera identidad de la militancia sanchista.

Con anterioridad, la gente de Sánchez, en otras primarias de ámbito nacional, jugó sucio con sus compañeros introduciendo, por la puerta falsa, al menos dos papeletas, según reconoció sin inmutarse el propio Sánchez, restándole importancia y aceptando, implícitamente, que «quien hace un cesto hace ciento», en una muestra de la quebradiza honestidad moral del personaje.

Como de lo que se trataba era de hacerse con el poder a cualquier precio, en un momento dado, y por aquello de que, una vez perdida la vergüenza, «da lo mismo ocho que ochenta», a Sánchez y su gente los cogieron, en una votación interna del partido, con una urna llena de papeletas tras una cortina, lo que provocó su expulsión de un convulso comité federal del PSOE.

Quien plagió una tesis doctoral sin miramientos no iba a achicarse ante unos compañeros que hoy se lamentaran de no haberlo expulsado del partido. Y seleccionó, según su criterio, a lo más granado de la honestidad para hacerse, a bordo de un famoso Peugeot, con las papeletas conseguidas por Santos Cerdan y custodiadas dia y noche por Koldo que le darían el control absoluto del otrora democrático partido socialista. Cómo se financió aquella campaña y otras cuestiones dudosas es, para estos personajes, querer «buscar tres pies al gato» cuando su explicación dicen que es bien sencilla: ¡por la militancia!.

Entre intrigas y amaños, D’Artagnan Sánchez y sus tres mosqueteros escalaron a lo más alto del poder hispano, recordando aquella forma en que progresó el banderillero de Belmonte: «Ya lo ve maestro, degenerando». Y entre intrigas y amaños Sánchez construyó un Frankestein con piezas desvencijadas y de intereses tan parciales y sectarios que solo los que «no ven tres en un burro» se empeñan en negar la realidad de un Gobierno sin iniciativa propia que está al albur de lo que le impongan unas minorías que juegan con ventaja.

Por todo ello, esa burda forma de exigir esas minorías responsabilidades de regeneración a quien tienen hipotecado y la promesa de este para llevarla a cabo es una tomadura de pelo al contribuyente, tal como tuvimos ocasión de comprobar el pasado miércoles en el Congreso. La carcajada alcanzó niveles extremos ante ese engolamiento con el que Sánchez comenzó diciendo que iba a asumir su responsabilidad presentando una suerte de propuestas para frenar la corrupción y presumiendo de honestidad, algo que trajo a la memoria aquello de «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Sus socios descansaron cuando afirmó que seguiría, porque así no se detendrá la fluidez de sus ventajas.

La conclusión es muy sencilla: Sánchez hizo un alegato sobre la honradez de los socialistas con cargos en más de 4.000 estamentos públicos, algo que no se ha cuestionado. Pero la pregunta es obvia: y entre tantos militantes honestos ¿por qué eligió como sus hombres de confianza a sus compañeros del Peugeot? ¿Acaso los miles de horas y kilómetros compartidos no permitieron conocerlos? ¿O fue justamente por conocerlos por lo que los eligió?.

Sánchez ha provocado una fisura sin precedentes dentro de su propio partido y ha buscado sin desmayo la polarización de la sociedad española. Ha puesto en riesgo la convivencia social y el futuro de su partido donde se dice que «entre todos lo mataron y el solito se murió». Pero todo esto y la fractura social anhelada por el maniobrero le trae al pairo. El y los suyos tienen interiorizado aquello de «ande yo caliente y ríase la gente». Y como estamos amparándonos en frases populares, el Gobierno y sus socios lo tienen claro: «A vivir que son dos dias».

Después, los que vengan detrás tendrán que esforzarse en cicatrizar las heridas de un país fracturado, traicionado, maltratado, polarizado, decadente y entrampado… Y los causantes coaligados de este engendro frentista se llaman a sí mismos «progresistas»… ¡Qué desvergüenza!.

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