El truco y el trato
Porque nadie debe engañarse: el sanchismo nos llevaba sin remisión a la Venezuela chavista, con un paso previo por el peronismo que es lo más parecido a lo que hemos vivido en los dos últimos años.
«Usted hace truco en la tribuna del Congreso y trato en la habitación de atrás», le espetó Albert Rivera a Pedro Sánchez cuando pactó vergonzantemente el llamado por los socialistas con sentido de Estado «Gobierno Frankenstein». Hoy esos socialistas responsables están alejados del actual PSOE, reducido a una cohorte de pequeños ambiciosos sin más futuro que servir a quien le deben su estatus y que serán arrastrados con el, entre la pestilencia y el deshonor.
Albert Rivera había tenido oportunidad de conocer las entrañas políticas de Sánchez, a raíz del fallido intento de entenderse Ciudadanos, en un gobierno de centro izquierda, con el PSOE, algo que era la salida más aceptable desde la moderación y el mantenimiento de los principios constitucionales. Circula hoy, con plena actualidad, aquel discurso de Rivera en 2019, en el que definió, con profética certeza, al plan de Sánchez y a la banda que estaba montando para ejecutar el plan.
Y en efecto, Sánchez tenía un plan y tenía una banda. El plan lo hemos padecido los ciudadanos y consistía en comprar el poder a cambio de desguazar el principio de igualdad ante la ley. Y peor aún: privilegiando a delincuentes hasta soportar la vergüenza de que las leyes se las redactaran los prófugos de la Justicia. Los pactos ocultos con los que hoy se liberan a execrables criminales de actos terroristas, las cesiones al separatismo de todos los colores, la ocupación sistemática de todos los resortes del poder, la persecución a la independencia del poder judicial, la cochambrosa actitud para ensuciarlo todo y chantajear con “fontaneras“ desvergonzadas a quienes investigan delitos y castigan a delincuentes, todo ello y mucho más no podía ser sino la consecuencia de quien, para alcanzar el poder, no tuvo miramientos en encamarse con los enemigos de la nación española y de la democracia liberal. Los escándalos actuales, pues, son consecuencia de esa falta de principios.
En la habitación del pánico, a la que se refería Rivera, se fraguaba el desguace de la España constitucional y la progresiva conversión de nuestro país en una republica confederal de estilo bolivariano. Algunas derechas de las autonomías, que han entrado irresponsablemente en la habitación del pánico, se merecían que hubiera prosperado el plan de la banda sanchista. Porque nadie debe engañarse: el sanchismo nos llevaba sin remisión a la Venezuela chavista, con un paso previo por el peronismo que es lo más parecido a lo que hemos vivido en los dos últimos años. Por cierto, ¿donde está Zapatero?. El ideólogo de Sánchez ha desaparecido después de presumir, con ese énfasis que tienen los necios hipócritas, de que «ser socialista es tener muy poco y estar dispuesto a dar mucho». Posiblemente, como tantos a los que hoy no les llega la camisa al cuello, esté preocupándose de poner a salvo lo «poco» que ha agenciado gracias a que, como Sánchez, aún no ha tenido la dignidad de exigir a Maduro que reconozca que ocupa ilícitamente el poder en Venezuela.
A estas alturas, los de la banda tienen dos posibles actitudes: los que, por buena fe o impericia han ignorado el objetivo último del sanchismo, desmarcarse sin dilación de esa fractura social inspirada en la polarización de la política. Los que montaron las bases y el plan del sanchismo en la habitación del pánico, no dudarán en «aprovechar lo que queda» según palabras de uno de sus actores principales. Porque no estamos en una cuestión de derechas o de izquierdas sino en una cuestión de dignidad y decencia.
Por mucho que se repita ese absurdo de que la izquierda no puede robar, no hay ningún tonto en este país que no sepa que quienes roban son las personas porque la honestidad es una cuestión personal y no de grupos. Como dijo Nicolás Boileau, «para parecer un hombre honrado lo único que hace falta es serlo». La reputación de mil años puede depender de la conducta de una hora, dice un viejo proverbio japonés. Les está faltando tiempo a muchos para no verse arrastrados por la indignidad. El truco ya no cuela y el trato es inviable en un país decente.