Homilía de un buen agnóstico en el día de Santa Teresita
-“La única decisión que os queda por tomar es la que os propone la santa: volved a ser niños, recuperad el espíritu de infancia"
Este próximo miércoles, día 1 de octubre, es la fiesta de Santa Teresa de Lisieux – Santa Teresita –, Doctora de la Iglesia y Patrona de las Misiones. La festividad me ha hecho recordar uno de las obras más provocadoras del escritor francés Georges Bernanos, titulada Los grandes cementerios bajo la luna. En la misma aparece un pasaje al que Bernanos da el titulo con el que se encabeza el presente artículo.
La fábula en sí de esta hipotética y más que improbable homilía no es sino un ejercicio de la imaginación de Bernanos que «puede imaginar muy bien lo que diría un buen agnóstico de mediana inteligencia si, por alguna extraña razón, uno de estos charlatanes insoportables le cediera su puesto en el púlpito el día del año consagrado a santa Teresa de Lisieux». No en vano, «un día al año la Iglesia militante me invita regocijarme» por un triunfo como el de Teresita o «incluso a unirme a él humildemente. […] Después me quedan 364 días para pensar en los fracasos terrenales de cada uno de esos capitanes aventureros».
El supuesto predicador agnóstico, escandalizado por una flagrante «falta de heroísmo» en sacerdotes y devotos/as de a pie, tiene claro que «quien los observa advierte que la fe que profesan no cambia mucho sus vidas». De ahí que desde el pulpito perore con justita templanza: -«Devotos y devotas, si ahora os fotografiaran con una cámara, quedarías muy sorprendidos al ver en la pantalla un personaje muy distinto de aquel cuya imagen inmóvil os devuelve el espejo». Dado que el propósito es, al menos, despertar conciencias pazguatas, no deja de cuestionar con toda la acidez de la que dispone: -«Nos preguntamos qué hacéis con la gracia de Dios. ¿No debería irradiar de vosotros? ¿Dónde demonios escondéis vuestra alegría?».
En el exordio ya ha ido directamente al grano: -«¿Celebramos la fiesta de Santa Teresa o la de los parroquianos?». Y es que, al más puro estilo evangélico – «hemos tocado la flauta y no habéis bailado» – afea un proceder por el que «si oís proclamar que una pequeña carmelita tuberculosa, con el cumplimiento heroico de unos deberes tan humildes como ella misma, logró la conversión de miles de hombres o incluso - ¿por qué no? –la victoria de 1918, no sentís ninguna emoción».
Esta falta de sentimiento, de sintonía y de empatía con el misterio de la santidad está claramente diagnosticado por tan singular orador: -«Por no vivir vuestra fe, vuestra fe ya no está viva, se ha vuelto abstracta, está como descarnada. Es posible que la verdadera causa de nuestras desdichas sea esta descarnación del Verbo. Muchos de vosotros recurrís a las verdades del Evangelio como un tema inicial, del que sacáis una especie orquestación inspirada en la sabiduría de este mundo. En vuestro intento de justificar estas verdades ante los políticos, ¿no teméis que se vuelvan inaccesibles a los simples?». Mas no contesto con lo dicho al respecto, todavía añade: -«A los hombres les decís repetidamente, en un idioma que apenas se distingue del de los moralistas, los obsesos de la moral, que dominen sus deseos. Pero es que ya no tienen deseos, no se marcan ninguna meta, no ven ninguna que merezca hacer un esfuerzo».
Como carece de cualquier atisbo de espíritu acomodaticio denuncia el sempiterno fariseísmo: -«¿No os sorprende que el buen Dios reserve sus maldiciones más duras para unos personajes que gozan de buena reputación, asisten a los oficios, cumplen rigurosamente el ayuno y conocen mucho mejor su religión – sin reproches – que la mayoría de los parroquianos actuales?». Y por si quedaba alguna duda: «Confesad que no siempre se os puede reconocer a primera vista».
Finalmente, como conclusión, pasa de lo incisivo a lo parenético: -«La única decisión que os queda por tomar es la que os propone la santa: volved a ser niños, recuperad el espíritu de infancia. Porque ha llegado el momento en que las preguntas que os hagan desde todos los rincones de la tierra serán tan apremiantes y tan sencillas que apenas podréis con algo más que un sí o un no».
¡Feliz día de Santa Teresa de Lisieux!
Fin de la fábula.