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26 de abril de 2024

año nuevo judío

Durante dos noches se encenderán las velas y se celebrará la fiesta con comidas especiales

Gastronomía

¿Qué comen los judíos para la celebración del Rosh Hashanah, el Año Nuevo?

Los ritos milenarios nos conducen a un estado de serenidad y de sentir la pertenencia a algo que es valioso

Resuena el shofar al alba y todos los judíos saben que su sonido precede a Rosh Hashanah. Es la fiesta de la celebración judía del Año Nuevo, que conmemora el día de la creación del hombre. El día en que todo comenzó. El día en que todo vuelve a empezar.
El sonido de este instrumento, que es el cuerno de un carnero, marca el principio. Durante dos noches se encenderán las velas y se celebrará la fiesta con comidas especiales y descanso. También con la meditación sobre las cosas importantes de la vida, sobre la proyección para el nuevo año, en un proceso de introspección.
Según su cuenta del tiempo, para los judíos el día 25 de septiembre se inicia el año 5783, y entienden que no es una fiesta solo para ellos, sino para toda la humanidad. La tradición es exquisita, y no atañe solo a la comida, también y sobre todo a la reflexión. La fiesta dura tres días, la Torá se cubre en la sinagoga con cubiertas blancas y una cortina. Se canta y se reza. También se come muy bien.
Los alimentos que se comen esos días tienen un significado, son los auténticos protagonistas de esta fiesta. Así que se preparan bandejitas con estos alimentos simbólicos, o forman parte de los platos que se elaboran para el menú. Estos alimentos que jamás faltan son los siguientes:
  • Trozos de manzana en miel, que representan el deseo de un año nuevo dulce.
  • El dátil, como el deseo de la destrucción –simbólica– del adversario.
  • La calabaza, como expresión de reconocimiento de los méritos personales ante Dios.
  • La remolacha, que significa vencer frente al opositor.
  • Las lentejas, que representan la abundancia, la prosperidad y la riqueza.
  • El puerro, con el que se pide eliminar a los enemigos.
  • La zanahoria, pidiendo protección a Dios ante los malos decretos (esto es muy necesario en la actualidad, por cierto).
Jamás falta en la mesa un pan redondo cuya masa se ha endulzado con miel. Su forma circular representa el ciclo de la vida, y la elección por los cambios espirituales que conduzcan a Dios, y que se refrescan anualmente de forma personal. También se exhibe, aunque no se consume, una cabeza de pescado o cordero, expresión con que se anima a ser cabeza y no cola.
El menú es el de un día festivo, que se piensa y prepara con antelación en familia. Empieza con algunos entrantes, por ejemplo, baba-ganoush (paté de berenjena), varios platos de verduras guisadas o ensaladas (hinojo, nueces, miel) y alguna sopa, entre las que se valora especialmente cualquier variedad de esta con bolas de matzá (unas albóndigas a base de pollo, harina y verdura). Además, se prepara un plato principal de carne que puede llevar como guarnición cualquier de esos alimentos simbólicos que hemos citado al principio (zanahoria, puerro, remolacha…).
Uno de los platos tradicionales en Rosh Hashaná es el pescado, que se puede presentar bajo mil formas distintas: en hojaldre, asado o a la plancha, pero normalmente entero, no troceado. Incluso un pastel de pescado con la forma de este alimento es también adecuado.
En cuanto a los postres, se suelen servir variedades para que cada uno escoja a gusto, por ejemplo, diferentes tipos de pastelillos y tartas de manzana, pasteles de miel y naranja, bollos de dátiles y nueces y casi todo lo que puedan imaginar en una increíble explosión golosa. Hasta la zanahoria que simboliza la protección puede dar forma a algún dulce. Y finalmente, siempre se sirve granada, con el admirable anhelo que los méritos personales sean tantos como semillas tienen sus frutos.
En un mundo que galopa a un ritmo imposible de seguir con mucha frecuencia,los ritos milenarios nos conducen a un estado de serenidad y de sentir la pertenencia a algo que es valioso de una forma reconfortante. Al caos se enfrentan la seguridad y el orden. Y a participar en tradiciones que por su valor intrínseco no cambian, porque no lo necesitan. Progresar es también el valor de saber qué elegir para que permanezca en nuestras vidas. No solo es un cambio constante, en un bucle inacabable de desechar alimentos, tradiciones y prácticas. Conservar cuestiones valiosas es un valor en sí mismo, y hay que saber hacerlo con el razonable equilibrio de las personas que reflexionan sobre las cosas importantes.
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