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Cena

Las casas tenían velas y en la medida de lo posible un poco más de todo lo cotidiano

Gastronomía

Apagón en la cocina: las herramientas mecánicas que sí siguen funcionando

Asistimos en primera persona a la fragilidad del sistema en el que vivimos, nos enfrentamos a la realidad incontestable de nuestra debilidad

Disfrutamos de muchos días raros desde el 2019, lo que supone un auténtico privilegio para el historiador que lo vive en primera persona aunque resulte un incordio y una gran preocupación para el resto de los mortales. Ayer ocurrió de nuevo una de estas rarezas, y desde las doce y media que comenzó el Gran Apagón había gente en los supermercados abasteciéndose de lo que creían necesario.

Confieso que fue maravilloso observarlo y que había de todo: carritos repletos de agua, otros con pan, también con frutas y verduras, por supuesto había latas. Para colmo se esfumaron los semáforos y la nevera perdía frío lentamente. Y esto superficialmente, sin entrar en los problemas de las personas que se quedaron en ascensores, que les tocó estar en estaciones, en trenes o en gasolineras y lo peor, en hospitales.

Las pequeñas ciudades han sufrido menos, y en los pueblos ha sido suficiente con un poco de prudencia. Ganan por goleada las pequeñas poblaciones, a pesar de sus pequeñas dimensiones, la medida humana siempre tuvo sus grandezas. Las grandes ciudades lo han pasado peor. Se ve que necesitábamos que nos recordaran dónde se encontraba el mundo real, pero todos lo olvidaremos, pronto estaremos bajo una montaña de trabajo, de prisas y de inmediata realidad que nos hará olvidar porqué hay tanta agua en la despensa, o porqué compramos aquellas espantosas barritas de concentrado de calorías. Mira que nos avisó la amable Unión Europea, con su kit preparacionista de 72 horas, pero somos tercos.

Estar preparado en el mundo pretecnológico era ser prudente, disponer de todo lo que era razonablemente posible. Las casas tenían velas y en la medida de lo posible un poco más de todo lo cotidiano, ese extra que se guardaba celosamente y que suponía una especie de ahorro de las familias. Pero la ruptura con el mundo real nos ha llevado a unas crisis que nos dejan exhaustos. Hoy todos sabemos qué significa no tener redes, ni luz, ni poder calentar comida en casa, y solamente han sido unas horas, pero espero que sirvan de mensaje al presente.

Hace años que me preocupa este tema, así que en vez de robotizarme –mas-, creo que ha sido inteligente buscar algunas herramientas de cocina mecánicas, de esas que se arreglan si se rompen y que funcionan hasta con la luz de una vela. Un batidor, una cortadora de fiambre, una picadora manual y gas en vez de electricidad son algunas buenas opciones. Les aseguro que el próximo apagón me cogerá preparando un soufflé en vez de manejar lo mejor posible unas latitas y algo de verdura.

Pero cualquier situación también tiene una versión diferente, y pasaron también algunas cosas magníficas: por una parte, asistimos en primera persona a la fragilidad del sistema en el que vivimos, nos enfrentamos a la realidad incontestable de nuestra debilidad sin ese sistema creado que es igualmente quebradizo. Y ver la realidad es imprescindible para fortalecerse y prevenir otros futuros casos.

Por otro lado, para quienes tuvimos ese privilegio, mirar hacia arriba nos hizo ver que el cielo era maravilloso y que sin contaminación lumínica lucía espléndido, como hace años que era imposible observar. Después del Gran Apagón me quedo con esas dos cosas, la mecanización de mi cocina que avanzará aún más y ese increíble cielo, hacia donde todos los seres humanos hemos mirado buscando la belleza absoluta, pidiendo ayuda y consuelo a lo largo de la historia.

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