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Carlos III, junto a Donald Trump en el banquete reciente que ofrecieron en Windsor

Carlos III, junto a Donald Trump en el banquete reciente que ofrecieron en WindsorGTRES

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El motivo por el que Carlos III escribe el menú de sus cenas en francés

Más que una cuestión de estilo, es un gesto diplomático con siglos de historia que conecta a la monarquía británica con la alta cocina europea

El Palacio de Windsor volvió a convertirse hace unos días en el epicentro del protocolo y la diplomacia internacional. Con la precisión de un reloj suizo y el esplendor de una tradición centenaria, la Casa Real británica abrió sus puertas para recibir a Donald y Melania Trump en una cena de Estado que, más allá del gesto político, fue una auténtica lección de etiqueta y cultura cortesana. Acudieron los Reyes Carlos III y Camila, al Príncipe Guillermo y a Kate Middleton, junto a sus distinguidos invitados.

Desde horas antes, los pasillos de Windsor se llenaron de actividad. Camareros, floristas, sumilleres y chefs trabajaron con precisión militar para dejar lista la imponente mesa de gala. En ella, cubiertos de plata pulida, copas de cristal de Baccarat y candelabros de época reflejaban el resplandor de las tiaras que lucieron Camila y Kate. El ambiente, entre la solemnidad británica y el encanto europeo, evocaba los grandes banquetes del pasado, aquellos que tejían alianzas entre monarcas y jefes de Estado a golpe de protocolo y porcelana.

Uno de los elementos más comentados fue el menú, cuidadosamente diseñado y, como dicta la tradición, escrito en francés. A simple vista, podría parecer un capricho anacrónico, pero su uso tiene profundas raíces históricas. Desde la Edad Media, el francés ha sido la lengua diplomática por excelencia en Europa. En la Inglaterra posterior a la conquista normanda del siglo XI, este idioma se impuso como la lengua de la nobleza y de la corte. Con el paso de los siglos, y especialmente entre los siglos XVIII y XIX, cuando nacieron los banquetes de Estado tal y como hoy los conocemos, el francés se consolidó como el idioma de la alta cocina y del refinamiento cultural.

La decisión de mantener los menús en francés no responde solo a la tradición: también obedece a una cuestión de protocolo y estética. Términos como consommé, soufflé o entrecôte no tienen equivalentes en inglés que transmitan el mismo prestigio y precisión. En los palacios británicos, se considera que el francés aporta una musicalidad y un nivel de elegancia insuperable. Por eso, incluso cuando todos los comensales son angloparlantes, como en esta ocasión, el menú se imprime exclusivamente en francés y no se traduce. Es, en definitiva, una manera de mantener vivo un lenguaje universal de distinción y de rendir homenaje a la diplomacia clásica.

En esta cena, los invitados disfrutaron de un entrante de panna cotta de berro de Hampshire, servida con shortbread de parmesano y ensalada de huevo de codorniz; un plato principal de ballotine de pollo orgánico de Norfolk, envuelto en calabacín y bañado con una salsa aromatizada de tomillo y salvia; y de postre, una bombe de helado de vainilla con sorbete de frambuesa y ciruelas Victoria. Todo acompañado por una cuidada selección de vinos que equilibraban las influencias de ambos lados del Atlántico.

El toque simbólico llegó al final: un Oporto vintage de 1945, elegido como guiño al número de presidencia de Trump, y un coñac de 1912, en honor al año de nacimiento de su madre. Incluso el cóctel de la noche, bautizado como Transatlantic Whisky Sour, evocaba la unión entre ambos países, mezclando whisky, cítricos y un toque dulce de marshmallow tostado.

Detrás de cada detalle se encuentra la mano del chef Mark Flanagan, jefe de cocina de la Casa Real desde 2002, y su equipo de más de un centenar de profesionales. Formados en la tradición francesa de Escoffier, organizan cada banquete con jerarquías clásicas y con un respeto absoluto por el producto local. Todo se prepara con días de antelación, bajo la supervisión personal del monarca, que revisa el menú antes de su impresión final.

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