Alemania propuso a España anexionarse el Rosellón en 1940
Las reuniones entre Serrano y Ribbentrop, ministro de exteriores de Hitler, «quitaron las ganas a España de entrar en la guerra»
Durante la visita de Serrano Suñer a Berlín en septiembre de 1940 –como se ha dado a conocer en sus informes a Franco que han visto la luz por primera vez en 2020–, el Gobierno español estuvo al borde de entrar en la guerra.
La primera impresión de Serrano en su contacto con los alemanes fue que eran en extremo orgullosos y que pensaban que los amigos del III Reich iban a Berlín a recibir órdenes sin más. Esta actitud no facilitó aquellos primeros y fundamentales contactos tras la victoria nazi sobre Francia.
Los alemanes pedían mucho, prometían incluso el Rosellón, pero no daban nada
En las entrevistas de Serrano con Hitler y su ministro de exteriores, Ribbentrop, el interés alemán estaba, exclusivamente, en obtener una fecha concreta para la entrada de España en la guerra. Al salir de una entrevista con Ribbentrop, Serrano escribía a su cuñado –«Querido Paco»– con extremada urgencia:
«A pesar de estos ellos (los alemanes) saben que estamos haciendo lo posible para prepararnos, ya que habías estado en relación con gente de ellos a estos efectos principalmente en lo que a la toma de Gibraltar se refiere y que el 17 de junio la Embajada nuestra en Berlín –cumpliendo instrucciones tuyas– les había comunicado que España entraría en la guerra siempre que se resolvieran sus necesidades mínimas en orden a los abastecimientos, gasolina y material de guerra y se tomara en consideración las reivindicaciones españolas. Esta comunicación –añadí– no ha sido contestada».
Los alemanes pedían mucho, prometían incluso el Rosellón, pero no daban nada. Hablaban de un nuevo orden europeo y mundial, en el que solo tenía un papel importante Alemania y la raza aria, y en el que se suponía España tendría algo que decir:
«Hablamos de que sólo Alemania –con una posición predominante en Europa y África– España e Italia contarían en lo sucesivo y que a los países pequeños se les dejaría vivir con una cierta independencia política, pero no militar, y que Francia destrozada y anulada en la paz no contaría para nada».
No había química
En el ciclo de reuniones entre Serrano con Ribbentrop y Hitler resulta sorprendente que no se hiciese ninguna referencia a la URSS. Los españoles eran visceralmente anticomunistas, pero el pacto Molotov-Ribbentrop había convertido en aquellos momentos en aliados a Hitler y a Stalin, que se habían repartido amigablemente Polonia.
Dos años antes de Pearl Harbor, los alemanes ya fijaban su atención en una agresión sobre «su» Europa y sus nuevos territorios de África (que pasaría entera a ser controlada por el Eje) por parte de los Estados Unidos. En esta fecha Washington era neutral, aunque claramente partidario de Gran Bretaña:
«(Hitler) habló del futuro peligro americano, de las nuevas ideas imperialistas que nacen en EE. UU. y de la necesidad de cerrarles el paso totalmente en lo que se refiere al espacio africano de este hemisferio. Esto, advertí, es una gran preocupación del Führer y hasta se puede pensar que él prevé la prolongación de la lucha actual convertida en una lucha entre el continente europeo y el americano. Incluso llegó a hablar de una escuadra anglo-americana».
Las conversaciones no iban por buenos derroteros. No había química entre Serrano y «sus» amigos nazis. Don Ramón fue hasta su muerte una persona orgullosa. Todo se empezó a torcer cuando los alemanes pidieron tener una base militar en las Canarias:
«De pronto dijo (Ribbentrop): 'El peligro puede ser muy grande y muy inmediato y hay que estar preparado para conjurarlo. También será necesario –dijo– una base militar en una pequeña isla de las Canarias'. Me llené de ira, pero procurando dominarme (dispuesto a salir de Alemania en aquel mismo momento), repliqué: 'Sin duda el Sr. Ministro no ha sido bien entendido por el intérprete y si realmente ha querido decir eso es que no tiene en cuenta que las Canarias no son colonia española, sino un trozo mismo del territorio de mi Patria, una provincia española más, igual que Burgos o Madrid, donde, por cierto, el general Franco inició la sublevación militar para salvar del peligro comunista a España y a otras naciones de Europa'. Entonces, el Ministro, en tono muy diferente, dijo que no había querido molestarnos y que pensando en el interés de Alemania y en el nuestro, había concebido esa idea: 'Bien –añadió–, lo que si será necesario es Agadir y Mogador'»
A lo que Serrano respondió: «Yo le dije que esto era una amputación sensible de nuestro espacio vital (bases en Agadir y Mogado) y que ellos tenían desde el Senegal puntos muy interesantes para establecer esos apoyos militares que necesitaban».
No supieron jugar bien sus cartas
La petición más importante en el ámbito territorial de los españoles, para que España entrase en la guerra, se cifraba en tener importantes compensaciones en Marruecos y en el golfo de Guinea. Franco era un decidido africanista. Escribe Serrano a Franco:
«Llegado a este punto pude llevarle (a Hitler) a otro terreno en el que tuve yo la iniciativa de la conversación y las razones más fuertes: Marruecos. Después de que yo hablase con alguna extensión, pero creo, también, con orden y precisión rigurosa, el Führer me dijo que Alemania reconocería con gusto las pretensiones españolas sobre Marruecos sin más límites que asegurar a Alemania por medio de tratados favorables de comercio una participación en materias primas en esta zona de Marruecos –fosfatos, manganeso, etc.–. El reconocimiento de estas pretensiones españolas forma parte de un gran sistema de ideas conforme al cual Europa, al crear un sistema de política continental, debe establecer una línea paralela a la americana de Monroe, que dice que hay solo un continente americano que consiste en América del Norte y América del Sur. Europa debe decir que hay un hemisferio que consta de Europa y de África, y que es exclusivamente europeo, es decir de Alemania, Italia y España».
Serrano regresó a España vía Roma, donde comentó a Mussolini y a Ciano la mala impresión que le habían causado los alemanes por su trato despectivo. En aquellos días de septiembre del 40, España estuvo durante algunas semanas al borde de la guerra, pero Hitler y su ministro de Exteriores no supieron jugar sus cartas.
Poco después, el almirante de Canarias se encargaría de quitar a Franco las pocas ganas que podía tener de entrar en la guerra. España estaba destrozada tras mil días de guerra civil. Entrar en la guerra solo tenía sentido si esta era corta y victoriosa, lo que permitiría a los españoles sentarse en la misma mesa que los prepotentes alemanes para coger las sobras del festín de la victoria.