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20 de abril de 2024

Enrique durante la batalla de Ceuta, azulejo de Jorge Colaço

Enrique, durante la batalla de Ceuta, en un azulejo de Jorge Colaço

La frontera de Ceuta: una fuente constante de malentendidos y conflictos

Ceuta era un lugar de conflicto permanente y de inseguridad. Las necesidades defensivas de la ciudad obligaban a los españoles a tomar y fortificar los altozanos próximos a la muralla

Ceuta fue conquistada por Juan I de Portugal en 1415, era la continuación africana de la Reconquista peninsular. En 1580, tras la muerte del Rey Sebastián sin sucesores, la Corona de Portugal pasó a Felipe II, unificando todos los reinos peninsulares. Incluía las posesiones portuguesas de Ceuta, Arcila, Tánger y Mazagán (El Yadida). Esta unión duró hasta 1640, pero tras la separación, Ceuta prefirió seguir siendo española y no reconocer la proclamación del duque de Braganza como Rey de Portugal. A pesar de los sitios de 1694 y 1727, de los intentos de conquista de 1732, 1757 y el ataque y sitio de 1790, Ceuta siguió siendo española.
Ceuta en el siglo XVI

Ceuta en el siglo XVI

Ceuta era una plaza fuerte amurallada. Dentro de las murallas estaba el territorio español, pero no se conocían los límites exactos del uso del campo exterior. El concepto de soberanía no estaba bien determinado, dependía del Rey, del momento histórico y de la guerra como modo de conquistar territorios. La posición española en el campo exterior dependía de la reacción de las cabilas yebalíes. Era un lugar de conflicto permanente y de inseguridad. Como señalaba Juan Bautista Vilar, las necesidades defensivas de la ciudad obligaban a los españoles a tomar y fortificar los altozanos próximos a la muralla. Con la posesión de las alturas próximas, no solo se defendían las murallas, sino que se vigilaba al enemigo.

La delimitación de los límites

Para acabar con la situación, y contar los españoles con algo más de terreno extramuros, Jorge Juan negoció con El Gazel que se delimitaran los límites de Ceuta y se señalaran con mojones de piedra y así consta en el artículo 19º del Tratado de Paz, Amistad y Comercio de 1767. Se formó una comisión y se firmó el Convenio de 1782, que ampliaba los límites de Ceuta. Desde la primera posición en el monte Hacho y la segunda que se extendía por el istmo de Almina, ambas amuralladas, se pasaba a esta tercera con un dominio sobre las alturas exteriores. Esto se ratificó en el Tratado de 1799.
A mediados del siglo XIX, la posición española era débil. Se había perdido casi todo el Imperio americano y en la península se combatía sin descanso, primero contra Napoleón y luego con la Guerra Carlista. Ceuta tenía poca guarnición para defenderse y los conflictos con los sultanes se sucedieron ininterrumpidamente. En 1837 los marroquíes usurparon territorios cedidos en 1782, según los españoles, aunque Marruecos aseguraba que solo cedieron el uso de pastos. Las traducciones de los convenios con el país magrebí han sido una fuente constante de malentendidos. Los cabileños exigían que España se retirara a los límites anteriores al Tratado de 1782. Ante la ausencia de una respuesta clara, los diplomáticos españoles amenazaron al sultán con la guerra.
Para solucionar el problema, y con la mediación británica, se firmó el Acuerdo de Tánger del 25 de agosto de 1844, entre el cónsul británico en Tánger, Drummond Hay, y el bajá Busilham Ben Alí. Para dar cumplimiento al anterior, se concluyó el Convenio de Larache del 6 de mayo de 1845. La nueva frontera discurriría por el cauce de los arroyos Fez y Cañaveral en su «talweg».
Sobre el papel la cuestión estaba resulta y la frontera señalada. Pero, como escribe Jerónimo Becker en su Historia de Marruecos (1915): «Desgraciadamente, ni el Convenio de Larache de 1845 resolvió todos los litigios pendientes entre España y Marruecos, ni impidió que pocos meses después se reanudaran los atropellos y las ofensas de que eran víctimas los españoles». Atropellos que unas veces eran asesinatos, otras capturas de barcos y muchas veces robos. Los incidentes continuaron sin tregua hasta que en agosto de 1859, los cabileños de Anghera atacaron el cuerpo de guardia que los españoles habían montado en su territorio para defender la construcción de tres fuertes proyectados en la frontera.
En principio, el sultán aceptó, obligado por los cónsules extranjeros, castigar a los culpables e indemnizar los daños. Pero Mulay Abderrahman murió el 29 de ese mismo mes. Su sucesor no estaba por la labor de cumplir lo pactado ni de atender a las reclamaciones españolas. Ante esta actitud, y fracasados todos los intentos de la diplomacia europea para llegar al pacto, España declara la guerra a Marruecos el 22 de octubre. Curiosamente, la guerra es acogida con un enorme entusiasmo popular en ambos países.
La Paz de Wad-Ras por Joaquín Domínguez Bécquer (1870)

La Paz de Wad-Ras por Joaquín Domínguez Bécquer (1870)

Esta guerra terminó con una rotunda victoria española. No fue un paseo militar, pero se ganó con amplitud. La intervención francesa y británica impidió que los españoles llegaran a Tánger y solo pudieran retener Tetuán durante un año. La guerra finalizó con el Tratado de Wad-Ras del 23 de abril de 1860. En este Tratado, y con referencia a Ceuta, se recoge una segunda ampliación territorial hasta la línea del Serrallo, ladera septentrional de Sierra Bullones y bahía de Benzú. Además, se establecía un campo neutral, ahora ocupado por Marruecos.
Esta frontera ha permanecido invariable hasta hoy, si bien en ocasiones cuestionada por Marruecos al entender que supuso una mutilación forzada de su territorio, y que responde a una conquista colonial. La tesis marroquí se expone ampliamente en el libro Le contentieux territorial entre le Maroc et l’Espagne (1974) del profesor Rachid Lazrak.
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