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25 de abril de 2024

Cuadro del infante Francisco de Paula

Cuadro del infante Francisco de Paula

Cuando un infante español pudo ser Emperador de México

En 1827 ciertos círculos políticos franceses especularon con la posibilidad de coronar al infante Francisco de Paula como Emperador de México, hermano menor del Rey Fernando VII

El Virreinato de la Nueva España alcanzó su independencia de la Corona española en el otoño de 1821, abriéndose un periodo político caracterizado por la búsqueda de estabilidad interna. Los sucesivos gobiernos españoles –liberales y realistas– no reconocieron el hecho, con la esperanza de volver a recuperar la unión con esas tierras.
Cuando en 1827 ciertos círculos políticos franceses especularon con la posibilidad de coronar al infante Francisco de Paula como Emperador de México, hermano menor del Rey Fernando VII. Tanto él como su esposa, la infanta Luisa Carlota, se mostraron favorables a emprender esa aventura, siempre y cuando se contara con el apoyo de los gobiernos de París y Londres. Monsieur de Villele y el conde de Croy-Channel plantearon el proyecto a Fernando VII, pero no lograron su apoyo, por lo que el Rey de Francia, Carlos X, tampoco lo hizo finalmente.
Sin embargo, Francisco de Paula concedió poderes al conde de Croy para presentarse ante los monárquicos americanos y el gobierno mexicano para tratar de llegar a una especie de transición política. A través de la misma se garantizarían las acciones gubernamentales realizadas hasta ese momento, la conservación de todos los funcionarios públicos, la proclamación de una amnistía general y de una constitución imperial. El infante delegó en Croy la capacidad para otorgar títulos y dignidades del futuro Imperio, además de acordar un empréstito de un millón de libras esterlinas. Pero el conde debía ponerse en contacto con el primer ministro británico Canning, con el objeto de obtener su ayuda, a cambio de ciertas concesiones comerciales de México a Gran Bretaña.

Un modelo en el Imperio brasileño

El proyecto no era un sueño irrealizable, pues podía ser posible. En 1822 se había proclamado el Imperio brasileño, con Pedro I de Braganza como primer monarca. Dos años más tarde, se promulgó su primera constitución liberal. Gracias a la mediación de Gran Bretaña, en agosto de 1825, la Corona portuguesa reconoció la independencia del Brasil. A cambio, Portugal obtuvo la condición de «nación más favorecida» en las transacciones comerciales y obtuvo una indemnización de dos millones de libras. Al año siguiente, no solo Gran Bretaña, sino Francia, la Santa Sede y otros reinos europeos reconocieron diplomáticamente al nuevo Imperio. Podría suceder lo mismo en México, que ya había tenido un primer intento de consolidar un régimen imperial con Agustín I, entre 1821 y 1823.
En 1828, el representante del infante ya había comenzado sus actividades, nombrando comandante general del Ejército expedicionario que debía apoyar la instauración de un príncipe español en el trono mexicano al duque de Dino, teniente general y par de Francia, al que también se ofreció el Ministerio de la Guerra; se prometió el cargo de consejero de Estado al barón de Talleyrand; coronel de Estado Mayor al vizconde de Astier; el conde de Roche-Aymon debía organizar las fuerzas armadas mexicanas y el capitán de navío Gallois las navales; el conde Belle-Garde, sobrino de un mariscal austriaco, también aceptó un puesto en la expedición. Pero nuevamente todo se quedó en un mero proyecto, pues Fernando VII, al tener noticia de la insistencia de su hermano, le ordenó que se retirara de esa aventura, pues el Gobierno español había organizado una expedición de reconquista del viejo virreinato, al mando del brigadier Isidro Barradas, que cuando se llevó a efecto se saldó con un rotundo fracaso.
Procedente de Cuba, la fuerza española desembarcó cerca de Tampico el 26 de julio de 1829 con la pretensión de sublevar a los monárquicos mexicanos. La tropa de 750 soldados estaba compuesta principalmente por americanos reclutados en el Caribe, a la que se sumaron muchos exiliados que habían sido expulsados y anhelaban regresar a México. Esos mexicanos habían convencido a Barradas que sus compatriotas estaban deseosos de volver al dominio español, tras las luchas políticas y el desastroso inicio de la república federal. A las dificultades del desembarco se añadió la respuesta del gobierno, que envió fuerzas para rechazar la reconquista. La batalla de Pueblo Viejo, en Veracruz, que se desarrolló entre los días 10 y 11 de septiembre de ese año marcó el final de la expedición española en México. Barradas fue finalmente derrotado por el general Antonio López de Santa Ana, rindiéndose con sus soldados enfermos y firmando una capitulación.
El infante Francisco de Paula intentó suspender de inmediato el proyecto, pero ya se habían otorgado varios préstamos a sus representantes en París y gastado una cuantiosa suma en obtener apoyos y concesiones. De esa manera, varios banqueros y nobles franceses reclamaron al infante el cobro de sus empréstitos y favores en unas complejas negociaciones secretas, las cuales se prolongaron durante muchos meses. Cuando el magistrado Litous, en representación de la parte francesa, decidió viajar a Madrid en 1830 para cobrar ciertas cantidades de dinero al infante, la policía española desveló el asunto, comunicándolo de inmediato al rey, que decidió archivar definitivamente esa espinosa aventura. De esta manera finalizó el proyecto de crear una fuerte monarquía mexicana frente al poder expansionista de los Estados Unidos que, sin embargo, volvería a recuperarse y cristalizar fugazmente durante el reinado de Napoleón III, con la entronización del emperador Maximiliano I (1863-1867).
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