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01 de mayo de 2024

Retrato por Juan Carreño de Miranda (c. 1685)

Retrato por Juan Carreño de Miranda (c. 1685)Wikimedia Commons

Picotazos de historia

Carlos II, un Rey injustamente tratado

El epíteto más caritativo que recibió es el sobrenombre por el que es conocido: «El Hechizado». Y, sin embargo, su reinado fue uno de los mejores de su tiempo

Ningún Rey de España ha sido más injustamente denigrado y despreciado que Carlos II (1661 – 1700) y ello fomentado por aquellos mismos que más debían agradecerle: los Borbones. Último de los monarcas españoles de la casa de Austria y producto de una política de matrimonios endogámicos salvaje – era catorce veces descendiente directo de Fernando el católico–, el pobre adoleció de más problemas físicos, producto de la genética degenerada, que la oveja Dolly. Recibió una deficiente educación y se hizo cuanto se pudo para destruir su confianza y ser así más dúctil a los deseos de su madre, estas prácticas le dejaron una inseguridad en sus propias capacidades. Hoy, los científicos y especialistas, sospechan que pudiera haber tenido el síndrome de Klinefelter (mutación cromosómica originada por la existencia de dos cromosomas X y un cromosoma Y) y que los efectos (escroto inmaduro, micropene, infertilidad, impotencia, etc.) debieron ser devastadores en un tiempo donde la exaltación de las virtudes «viriles» estaban elevadas a su máxima potencia.
Piltrafa, fin de raza, degenerado, sin voluntad, imbécil... El epíteto más caritativo que recibió es el sobrenombre por el que es conocido: «El Hechizado». Y, sin embargo, su reinado fue uno de los mejores de su tiempo. Cierto es que España era una potencia en decadencia y la enemiga Francia, con Luis XIV, lo era en auge. Mantuvo guerras y estuvo a la defensiva en todo momento, pero apenas perdió territorios.
Heredó de su padre un reino de enormes proporciones pero ya amputado –a Felipe IV le compararon con un agujero, ya que era más grande cuanta más tierra le quitaban– y con una situación económica desesperada. El país estaba arruinado. El peso de los problemas, de toda índole, que destrozaban a España era tal que hubiera roto espaldas mucho más poderosas que las del último Austria, pero Carlos II se enfrentó a ello con una determinación y una dignidad que impresionan.

No fiándose en su propio juicio acertó eligiendo a las personas para dirigir y reformar y, poco a poco, se consiguió el milagro

No fiándose en su propio juicio acertó eligiendo a las personas para dirigir y reformar y, poco a poco, se consiguió el milagro. Se alivió la presión fiscal sobre los súbditos, se perdonó las deudas de los ayuntamientos para ayudarles a recuperarse, del déficit se pasó al superávit. El gobierno en Flandes, Italia y Ultramar estuvo en manos –la mayoría de las veces– capaces, que supieron gestionar con acierto. Se mejoró la situación del ejército y la marina. Se fomentó la investigación y los desarrollos científicos; se redujo la burocracia y se profesionalizó la gestión. Defendió el patrimonio heredado con determinación –cuando su segunda esposa, Mariana de Neoburgo, se empeñó en que se regalara a su hermano– el Elector del Palatinado, la pinacoteca real, se revolvió como una pantera. Y, llegado el momento, teniendo siempre presente «el mantener la integridad de estos reinos que heredé de mi padre», eligió para sucederle al más indicado, por el bien de España, aunque fuera el nieto de su peor enemigo.
Bondadoso, bienintencionado, amable... Fue querido en mucha más medida de lo que hiciera sospechar su triste figura y logró más de lo que consiguieron su padre y su abuelo.
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