Una familia campesina irlandesa que descubre la plaga de su tienda por el artista de Cork Daniel MacDonald, c. 1847
Picotazos de historia
Charles Trevelyan y la peste de la patata en Irlanda
Esta plaga tuvo unos efectos devastadores debido a la alta dependencia de la población irlandesa, de la patata como medio de subsistencia
Pocas cosas hay que me den más miedo que las personas justas, honestas... Seres rectos que hacen aquello que es lo mejor, bajo su único punto de vista. Personas, normalmente, con un alto sentido ético lastrado con una baja o nula capacidad empática. Individuos para quienes la religión es el estricto cumplimiento de unas normas, frías y deshumanizadas, sin sombra de caridad.
Charles Edward Trevelyan (1807–1886) se formó en el Centro de Estudios de la Compañía de las Indias Orientales –principal cantera de funcionarios de esta importante institución– donde resaltó por un ferviente protestantismo evangélico y su admiración por uno de sus profesores: Thomas Maltus.
Destinado en la India destacó por una brillante capacidad organizativa y una mente capaz, además de denunciar por corrupción a uno de los funcionarios más importantes de la presidencia de Bengala, denuncia que se probó cierta y le valió una rápida promoción.
De vuelta en Reino Unido, en 1840, fue ascendido al importante puesto de Secretario del Tesoro, cargo que ocuparía hasta 1859.
La gran hambruna irlandesa
En 1845, en Irlanda, apareció un pseudohongo parasitario, que más tarde se bautizaría como Phytophthora Infestans, que se contagiaba con rapidez entre las plantaciones de patatas y las mataba, dejándolas inservibles para el consumo. Esta plaga tuvo unos efectos devastadores debido a la alta dependencia, de la población irlandesa, de la patata como medio de subsistencia. Irlanda, entonces, era uno de los lugares de Europa más económicamente deprimidos y retrasados. Los grandes propietarios, de origen inglés, eran absentistas y cobraban su renta con la casi total producción de trigo, cebada y avena, dejando la patata para la subsistencia de los aparceros. Bajo la especial legislación existente, el fallo en el pago de las rentas conllevaba la inmediata expulsión de las tierras, las mejoras realizadas eran a beneficio del propietario, no pudiendo reclamar el aparcero derecho alguno de retribución por lo que este no tenía interés alguno en llevar a cabo ninguna mejora. A finales de año, el primer ministro Robert Peel, aprobó la compra de maíz norteamericano por valor de 100.00 libras para paliar los efectos de la hambruna. No volvería a hacerse.
Escena en la puerta del asilo , c. 1846
Trevelyan desempeñaba una labor fundamental en la aprobación necesaria para la adquisición de grano para alimentar a la población, los diferentes organismos de ayuda y empleo público en obras generales y es aquí donde mostró su peculiar visión personal. Éticamente consideraba que la distribución de alimentos y las ayudas para la supervivencia, eran una manera de mantener una población inútil y convertirlos en perezoso parásitos de las ayudas del estado. En el plano económico, se opuso radicalmente a que se frenara la exportación de alimentos de Irlanda a Inglaterra para el pago de las rentas de los propietarios. Consideraba que el mercado debía dejarse que actuara solo para que encontrara su propio equilibrio y que, de ninguna manera, debía de privarse a los legítimos propietarios de esos ingresos. Así, durante el año de 1846, mientras la gente en el campo arañaba con su manos el suelo rebuscando una última zanahoria o remolacha olvidada para poder comer, Irlanda envió a Inglaterra 102.938 toneladas de avena, 18.169 de trigo y casi 9.000 de cebada y así cada año.
El chef Alexander Soyer viajó a Dublín creando unas cocinas comunales para alimentar a la población y consiguió que se aprobase una asistencia a su proyecto en la llamada Soup Kitchen Act. La reacción de Trevelyan fue tajante: «Es una extravagancia que debe detenerse cuanto antes». Y así lo hizo. Y remató: «En mi opinión demasiado se ha hecho con esta gente. Continuando con este tratamiento el pueblo hubiera ido a peor, sin mejoría alguna».
La peste de la patata continuó durante los años 1846 al 49, agravada por epidemias de tifus y cólera que se cebaron en una población desnutrida y desesperada. El pueblo irlandés luchó por sobrevivir entre el hambre, la desesperación, las enfermedades y la emigración: un tercio de su población desapareció en esos años. Hasta el día de hoy el nombre de Trevelyan es maldecido en toda Irlanda, algo que él nunca entendería ya que siempre hizo lo correcto y lo mejor.