
El armamento y la salida de los Caballeros, uno de los tapices del siglo XIX con el tema del Santo Grial de Edward Burne-Jones , William Morris y John Henry Dearle
Picotazos de historia
El desconocido sir Kay, hermanastro y senescal del Rey Arturo
Para que Arturo fuera generoso, sir Kay debía ser mezquino y avaro; para que Arturo fuera amado, él debía ser odiado
La historia del Rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda es bastante más compleja que lo que nos mostró Disney en su película de dibujos animados o en pretendidas «autenticas» historias que aparecen, de tiempo en tiempo, en las carteleras de los cines. La Materia de Bretaña, como es conocido el grupo de obras sobre el ciclo artúrico, muestra un gran grupo de individuos y comportamientos y, de todos ellos, ninguno tan complejo, con un cambio tan radical y tan desconocido como el de sir Kay, el hermanastro y senescal de Arturo.
En las primeras obras, todas ellas de clara influencia galesa, la figura de sir Kay es notoriamente heroica: tiene una enorme fuerza –en la batalla de los cinco reyes, tres murieron por su mano– y capacidades sobrehumanas; muchos eruditos asocian su personaje con la mitología galesa, heredera de los pueblos autóctonos desplazados por sajones y normandos. Cuando la capacidad creativa se desplaza a Francia (Cretien de Troyes es el máximo exponente) y en creaciones más modernas –vr. g. Thomas Malory (circa 1416 – 1471)–, la figura de sir Kay sufre una transformación radical: pasará a ser prepotente, despectivo, caustico, fanfarrón... a convertirse en un contrapunto a la figura de algún héroe como Lancelot, Perceval o Gawain, así sufre una degradación para dar paso a héroes nuevos. Aunque su actuación sea ridícula o reprobable –¡ojo!– nunca se nos muestra como un payaso, un cobarde o desleal a Arturo.

Sir Kay rompió su espada en el torneo, por Howard Pyle
John Steinbeck, en su obra inacabada, muestra como nadie la verdadera dimensión de ese nuevo sir Kay. En su texto vemos a sir Lancelot, que ha abandonado Camelot, dispuesto a pasar la noche cuando se encuentra con otro caballero: sir Kay. Lancelot comenta que no ha visto un alma en días y sir Kay responde que no ha parado de combatir desde que salió de Camelot y que es lógico: todos huyen al reconocer las armas de Lancelot, pero todos desean dar una paliza a Kay.
Lancelot pregunta a Kay el por qué de su cambio, del gran y admirado guerrero a la persona más detestada del reino, y este le contesta: «Por los números». Y aclara que cuando Arturo le nombró senescal, puso la administración de todo el reino en sus manos y descubrió los números.Antes bebía una copa de vino y apreciaba su calidad y sabor, ahora solo ve una cantidad de producción, el coste del transporte y los días necesarios, la capacidad de almacenamiento, costos, salarios... Los números le perseguían y espantaron su sueño –no son dóciles, hay que forzarlos a cuadrar, lo que no es fácil– las noches no le aportaban ya descanso. La alegría huyó de su vida y en las celebraciones y festejos su espíritu no compartía satisfacción alguna con los demás; lo que para todos era motivo de regocijo para él era despilfarro de recursos trabajosamente reunidos y que eran necesarios en otra parte. Recursos que, para reunir, hubo de endurecer su corazón a los lamentos y quejas. Tras muchos esfuerzos y desvelos, el reino progresó. Al oír el nombre de Arturo, las gentes sonreían y brindaban a su salud; al escuchar el nombre de sir Kay, maldecían y escupían al suelo. Para que Arturo fuera generoso, sir Kay debía ser mezquino y avaro; para que Arturo fuera amado, él debía de ser odiado.
Muchos autores modernos, desde Von Eschebach a Tennyson, han señalado la importancia del personaje y la injusticia cometida con él, pero nadie como Steinbeck mostró el drama del sacrificio y la lealtad de sir Kay a su hermano.