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19 de abril de 2024

A las órdenes del capitán George Diederich Benthien en el río Berézina, el 26 de noviembre de 1812, se inició la construcción de dos puentes provisionales que salvarán una parte del gran ejército de Napoleón

El 26 de noviembre de 1812, se inició la construcción de dos puentes provisionales que salvarán una parte del gran ejército de Napoleón

Picotazos de historia

Los pontoneros del Berézina, la última esperanza del Ejército napoleónico

Los restos del Gran Ejército de Napoleón están en peligro mortal: el enemigo estaba al otro lado del río y tras su retaguardia, no había forma de cruzar el río, estaban atrapados

De los 450.000 soldados que atravesaron el río Niemen, el 25 de junio de 1812, cien mil llegaron a Moscú en septiembre y el 19 de octubre evacuaban la ciudad. Kutuzov cerró la ruta del sur a Napoleón –tomando los depósitos de Minsk– y obligándole a retirarse por las arrasadas tierras que marcaron la ida y que no ofrecían ni cobijo ni alimento a la vuelta. El 13 de noviembre llegaron a Smolesko 45.000 soldados, que formaban el núcleo del Ejército, y una masa descoordinada que se arrastraba con ellos. El día 25 de noviembre alcanzaron el río Berézina, afluente del Dnieper, para encontrarse que el puente de Borisov había sido destruido. Los restos del Gran Ejército de Napoleón están en peligro mortal: el enemigo estaba al otro lado del río y tras su retaguardia, no había forma de cruzar el río, estaban atrapados. Napoleón encargó al general del cuerpo de pontoneros –Jean Baptiste Eblé– encontrar un punto vadeable en el río y construir dos puentes: uno para la infantería y caballería, y otro, mayor y más sólido, para los carros y la artillería.

Las tropas bajo el mando del general Eblé estaban reducidas a unos cuatrocientos pontoneros. Cada soldado transportaba una herramienta y un puñado de clavos

Las tropas bajo el mando del general Eblé estaban reducidas a unos cuatrocientos pontoneros. Cada soldado transportaba una herramienta y un puñado de gruesos clavos. Había que sumar dos fraguas móviles, dos carros con carbón para alimentar las fraguas y algunas abrazaderas (gancho de montaje en forma de grapa). Encontraron un punto donde el río era más estrecho y, mientras las tropas lo cruzan en botes improvisados para establecer una cabeza de puente, empezaron a montar los caballetes donde se asentarían los puentes, usando la madera de las casas y los árboles que encontraban. Eran las diez de la noche de ese mismo día, la temperatura es de 20 °C bajo cero.
Napoleón cruzando el Berézina (1866). Óleo sobre lienzo de January Suchodolski

Napoleón cruzando el Berézina (1866). Óleo sobre lienzo de January Suchodolski

A las 8 de la mañana del día 26 de noviembre, los pontoneros entran en el agua para levantar las estructuras, el propio general Eblé participa para dar ejemplo. Todos sabían que la labor que estaban realizando era suicida pero vital para la supervivencia del Ejército. A la una de la tarde se finalizaron el más pequeño, lo que permitió cruzar al cuerpo de reserva del mariscal Oudinot y consolidar y aumentar la cabeza de puente, manteniendo al enemigo alejado. A las cuatro de la tarde se terminaba el más grande que posibilitó el paso de la Guardia Imperial, la artillería y distintos carros. Pero el trasiego frenético sobre estas estructuras improvisadas las dañaron y debilitaron, obligando a un mantenimiento y reparación constante. Tres roturas se produjeron durante los días 26 y 27 que obligó a las agotadas tropas a volver a meterse en las heladas aguas para apuntalar y reparar.

Todos sabían que la labor que estaban realizando era suicida pero vital para la supervivencia del Ejército

El día 28 los rusos atacaron por ambos lados, situaron baterías de artillería que alcanzaban los puentes, los muertos bloqueaban los mismos y, nuevamente, los pontoneros tuvieron que reparar y apuntalar, además de limpiar los puentes de muertos para el paso de los vivos. Esa noche cruzó el 9º Cuerpo de Ejército del mariscal Victor, tras ellos quedaba una muchedumbre enloquecida y desorganizada que, en su desesperación, taponaba continuamente los puentes. A las ocho de la mañana, Eblé, dio la orden de destruir los puentes para evitar que los rusos los tomaran, abandonando a los rezagados.
Fue una labor heroica y desesperada que consiguió que unos veintiocho mil soldados atravesaran el río, que salvó a Napoleón y a parte de su Ejército. A la ciudad de Konigsberg llegaron menos de ciento cuarenta de los pontoneros, todos ellos con congelaciones de un tipo u otro que haría subir la factura de la parca, en los siguientes días. El general Eblé fue ensalzado por Napoleón, cuando llegó a Konigsberg el correo con su ascenso, se encontró que hacía días que había fallecido. Murió por las heladas aguas del Berézina y por agotamiento.
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