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19 de abril de 2024

La mendiga ciega que asombró a Alejandro Dumas se llamaba María Francisca Díaz-Carralero Rodelgo

La mendiga ciega que asombró a Alejandro Dumas se llamaba María Francisca Díaz-Carralero Rodelgo©GTRESONLINE

Picotazos de historia

La mendiga ciega que asombró a Alejandro Dumas

Aquella jovencita, ciega y pordiosera improvisaba poesías con elegancia e ingenio y hablaba en latín con los extranjeros

Nació en Manzanares, provincia de Ciudad Real, en 1818 y nació ciega. Con diez años y huérfana de padres quedó al cuidado de una hermana mayor, de muy escasos medios, por lo que mendigaba para reunir unas pocas monedas con las que ayudar al sustento. María Francisca –pues tal era su nombre– un día, mendigando bajo el alfeizar de una ventana, oyó algo que la asombró: las explicaciones sobre una lengua extraña y hermosa, desconocida para ella. Lo que descubrió era el latín y las explicaciones eran las clases que impartía un profesor de esta materia en la escuela de latinidad de Manzanares. Con fruición absorbía las lecciones mientras mendigaba bajo la ventana. Descubierta por el profesor, este quedó asombrado por la avidez de conocimiento y la inteligencia de la niña, por lo que decidió incorporarla a las clases. Pero los niños pueden ser muy crueles. El resto de los alumnos, disgustados con la harapienta mendiga ciega que mostraba más capacidad que ellos, no pararon hasta conseguir que la echaran. También perdió el consuelo de continuar con las enseñanzas escuchando a escondidas, ya que trasladaron las clases al interior del edificio.
María Francisca cambió de zona y empezó a mendigar en la posada y en el andén de la estación del ferrocarril, áreas donde se movía la gente con medios. Poco a poco alcanzó notoriedad, pues llenaba de asombro aquella jovencita, ciega y pordiosera, que improvisaba poesías con elegancia e ingenio y que –¡Oh maravilla!– hablaba en latín con los extranjeros. Era algo tan chocante que viajeros y escritores como Alejandro Dumas, Teófilo Gautier, Modesto Lafuente o el diplomático Juan Valera la mencionan sus escritos. En 1837, con diecinueve años de edad, recibió una pensión del conde de San Juan para estudiar latín. La pensión duró un año ya que el conde recibió carta de la escuela donde se denunciaba a María Francisca como mala estudiante y problemática. Que lo que decía la misiva era falso queda demostrado por el hecho que, durante los siguientes años, María Francisca, con el magro ahorro de las monedas que le daban por recitar poesías, pagaría a un alumno para que le leyera las lecciones y al profesor para que la diera una clase a la semana.
María Francisca Díaz Carralero. La Ilustración del 21 de diciembre de 1850

María Francisca Díaz Carralero. La Ilustración del 21 de diciembre de 1850

En 1850, cada vez más reconocida, fue invitada a conocer la escuela de ciegos de Madrid, donde descubrió la escritura en relieve que allí enseñaban. Fue presentada a aristócratas, políticos y periodistas que, con el fin de ayudarla, le consiguieron una pensión de cuatro reales diarios (la mitad de un jornal) a cargo de la Comisaría de Cruzada (organismo que gestionaba los ingresos concedidos por la Santa Sede a la corona española). La mala suerte hizo que al año siguiente se decretara la desaparición de dicho organismo, perdiéndose, también, su pensión.
En 1865 la encontramos en Madrid nuevamente, esta vez solicitando autorización para poder mendigar dentro de la estación de Manzanares, pues sólo la permitían hacerlo en los andenes. Durante el resto de su vida la pasearon por las capitales españolas para recitar poesía o composiciones en latín, ganó premios literarios y recibió alguna ayuda pero, siempre, demasiado escasa o espaciada o ambas.
Falleció en Manzanares el 29 de julio de 1894. Toda su vida mendigó para vivir, hasta el final. Al ser poeta de improvisación dejó poca obra conocida. La que nos llegó nos presenta una persona de gran sensibilidad y altura poética: «Sepulta, noche eterna, mi vida en llanto/ y hoy a tus pies rendida, gozosa canto/ que en mi deseo / con los ojos del alma, todo lo veo».
María Francisca Díaz-Carralero Rodelgo –¡ese era su nombre!– tuvo la desdicha de nacer en su tiempo, de nacer pobre, de nacer ciega, de nacer mujer y de ser poeta.
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