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Un verdugo ejecutando a una mujer condenada (Ejecución de Leonora Dori en 1617)

Un verdugo ejecutando a una mujer condenada (Ejecución de Leonora Dori en 1617)

Picotazos de historia

La chapucera ejecución del 'Martineja' y el 'Carbonerín' en 1862

Encerrados en la cárcel del Saladero por cometer un robo y asesinar a una persona fueron juzgados y, tanto «Carbonerín» como «Martineja» recibieron sendas condenas a muerte

Durante el carnaval de 1862, tres amigos llamados Medina, Jacinto Serrano, «el Carbonerín» y José Martínez, «el Martineja», planearon y ejecutaron el robo en la casa de un individuo llamado Blázquez Prieto, sito en la madrileña calle de la Esperancilla. El robo salió mal, un criado de Blázquez Prieto murió cosido a puñaladas y los criminales fueron detenidos por los vecinos. Encerrados en la cárcel del Saladero, fueron juzgados y, tanto «Carbonerín» como «Martineja» recibieron sendas condenas a muerte.

El 12 de abril fue el día elegido para la ejecución de la sentencia. Los reos fueron trasladados, en jaula de hierro, al lugar de la ejecución, entre la Puerta de Santa Bárbara y la pradera de Guardias. «Martineja» fue saludando al público e intercambiando bromas con los curiosos, durante todo el trayecto. «Carbonerín», más contenido, bebió agua y permaneció callado.

El verdugo de Madrid estaba de baja por enfermedad por lo que la faena sería ejecutada por el titular de la plaza de Albacete, que para el desempeño había sido convocado. Situados los reos en cada uno de los palos y apretados los corbatines de los respectivos garrotes en sus gaznates, hubo de interrumpirse la actuación. Al parecer el garrote de «Martineja» no encajaba bien con la altura del reo, por lo que hubo que ajustarlo. Se procedió y la cabeza de «Martineja» tomó una posición violenta e irregular que impedía la ejecución normal. El de Albacete empezó a ponerse nervioso. Aprovechando la interrupción y reconociendo una cara amiga entre el público, «Martineja» se alzó del taburete y gritó al conocido: «Tomás, sube que te llevarás un abrazo para María». Los ayudantes del verdugo lo agarraron y volvieron a sentarlo en el taburete. Le pusieron la argolla, el verdugo dio al manubrio...y no pasó nada. ¡Y van dos!

El capellán bramó a pleno pulmón: «¡Como ministro del Señor declaro que no respondo de la salvación de este desgraciado!» A lo que respondió el reo con voz tranquila: «No se apure usted, padre, que yo soy el que pierde la partida y no me quejo».

El de Albacete ya había perdido los papeles y no daba pie con bola mientras el respetable, que había seguido todo el disparate, le regaló con todo tipo de comentarios e ingeniosidades sobre su familia, habilidad y procedencia.

Achacoso y convaleciente como estaba, el titular de la plaza de Madrid, había asistido por pundonor y prurito profesional a la ejecución. Ante el bochornoso espectáculo ofrecido por su colega su sentido profesional explotó. Se abrió paso, se alzó hasta el piso del cadalso y tomo el mando de la situación. Dio órdenes concretas a los desconcertados ayudantes del verdugo y, con mano débil más decidida, dio pasaporte a los dos delincuentes. El respetable aplaudió la iniciativa y sentido profesional del verdugo titular de la plaza de Madrid.

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