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29 de marzo de 2024

En las puertas del cementerio de Montcada i Reixac fueron asesinadas 1.168 personas. Fotografía tomada en 1940

En las puertas del cementerio de Montcada i Reixac fueron asesinadas 1.168 personas. Fotografía tomada en 1940

El testimonio de Joan Canela Grané, superviviente de los fusilamientos de 1936 por milicias anarquistas

Se enteró por la prensa que en el grupo de fusilados la noche del 3 de diciembre de 1936 en el cementerio de Montcada estaba el obispo Manuel Irurita

Francisco Canela Solé era un guarnicionero que tenía el taller en la Travesera de Gracia número 257, casi esquina Bailén, de Barcelona. Esta proximidad hizo que su hijo, Joan Canela Grané, ingresara en la Escuela de Sant Joan de Gràcia como alumno. Al terminar sus estudios siguió el oficio de su padre, de guarnicionero, y en el mismo taller. No era militante de ningún partido político, pero era afín a las ideas de la Liga Regionalista. Parece también que durante las elecciones fue delegado por las derechas en la mesa electoral. Estas fueron las razones por las que fue detenido.
Martí Solé, jefe de la Séptima Patrulla de Control que tenía el local en la Plaza Molina junto a la calle Balmes, fue quien después de un registro domiciliario, en la Travesara de Gràcia número 269, principal, le ordenó presentarse a declarar el día 2 de diciembre de 1936. Al ir a despedirse de su padre, que vivía unas cuantas puertas más allá, en el número 257 de la misma calle, sobre la tienda, fue detenido y conducido a la sede de la patrulla.
Checa de San Elías. Fotografía tomada en 1970

Checa de San Elías. Fotografía tomada en 1970

Fusilamientos del 3 de diciembre de 1936

Al día siguiente, 3 de diciembre, Ramón Soler, amigo suyo, vio cómo dos patrulleros le conducían a un coche y le llevaban a la checa de Sant Elías. Allí conoció a Josep Font, de Castellví de la Marca, comerciante de víveres y bebidas, que había ingresado el día 1 de diciembre y que ocupaba la celda nº 14. A las 22 horas fue llamado Joan Canela y, posteriormente, Font declaró que no le vio más.

No era militante de ningún partido político, pero era afín a las ideas de la Liga Regionalista y delegado por las derechas en la mesa electoral. Estas fueron las razones por las que fue detenido

También habló con un preso con barba que hablaba castellano y llevaba un guardapolvo y que se frotaba las manos porque tenía frío y esperaba que lo llevasen a su pueblo. Lo habían cogido en la calle del Call, número 17, principal, junto a su familiar Marcos Goñi, éste con bigotes, con el dueño de la casa, Antoni Tort, y su hermano Francisco Tort. Llevados a declarar al Ateneo Colón, calle Pedro IV número 166, ocupado por la Patrulla de Control nº 11, a medianoche los llevaron a San Elías.
Condenado Joan Candela a muerte sin juicio, la noche del 3 y 4 de diciembre de 1936, junto con once más, fueron atados de dos en dos por los codos y muñecas y llevados con un autocar de transporte escolar, frente a la tapia de la puerta del cementerio de Moncada. Iluminados con los faros del autocar y los de un turismo que le siguió, Canela hizo una promesa solemne a Dios si le guardaba la vida.
Dispararon con una ametralladora y con los fusiles. Iban cayendo las víctimas. El compañero con el que estaba atado Joan Canela era Pedro Ruiz Navarro, director de la revista La Monarquía, que era mucho más alto y robusto. Al caer sobre él evitó que le tocara ninguna bala y con su cuerpo le protegió. Su sangre lo llenó totalmente. Como algunos todavía gemían, ordenaron que les dieran el tiro de gracia. Canela consiguió que sólo le dejara sordo de la oreja izquierda. Uno de los milicianos se enamoró de sus zapatos; después de arrancarlos, se los probó y tuvo que tirarlos porque le venían pequeños.

El calvario de huir de un sitio a otro

Terminaron las lamentaciones y los gritos. Se produjo un período de silencio que siguió a la marcha de los ejecutores. Después de un rato vino otro coche, parece que con la sola misión de contar el número de fusilados. Pasado un tiempo, Joan Canela intentó desatarse. No fue fácil y le quedó el brazo ennegrecido durante muchos días. Buscó los zapatos y fue hacia una fuente cercana al cementerio, llamada Pudenda, y se lavó la sangre de su compañero de fusilamiento.
Poco antes de amanecer llegó a La Llagosta, a un bar de la carretera de cuyo propietario era amigo. Sin embargo, le comunicó que tenía orden de no aceptar a nadie. Se fue a La Florida, un barrio de Santa Perpetua de Mogoda, de donde vivía un pariente de su padre. Se encontró en la puerta con un desconocido que resultó ser un militar que estaba escondido. Una vez en la casa acordaron avisar a su cuñado, propietario de la Droguería Ferrer, Travesera de Gracia número 251, próxima a su casa, con el fin de que su esposa y sus tres hijos fueran advertidos.
Empezó el calvario de huir de un sitio a otro. De la casa de un ciego en Les Corts, se fue al Mas Pitarra en Cervelló, que guardaba los adornos de la parroquia de la que era párroco Josep Parcerisas Cirera. De allí a Martorell, a la casa de la familia Falguera, en la calle Sant Josep, donde se encontró con unos requetés. Finalmente pudo encontrar refugio, hasta el final de la guerra, en el pueblo de Casserres de Berguedà donde tenía parientes.
Esta cuerda es un gran documento que confirma la verdad de las de las declaraciones de Joan Canela

Esta cuerda es un gran documento que confirma la verdad de las de las declaraciones de Joan Canela

De nuevo en Barcelona, al cabo de poco tiempo, se enteró por la prensa que en el grupo de fusilados la noche del 3 de diciembre de 1936 en el cementerio de Montcada estaba el obispo Manuel Irurita. Con las fotografías que guardaba la familia Tort y los detalles de su traje, pudo recordar y testificar que el obispo Irurita fue sacrificado en el grupo que salió con él esa noche desde la checa de San Elías.
El 24 de abril de 1940, en la ficha 579, consta el hallazgo de una cuerda atada a un cadáver. La viuda reconoció el cadáver de su esposo, Pedro Ruiz Navarro, con las iniciales bordadas en seda en su chaleco.
Esta cuerda, con la que fueron atados de muñecas y codos Joan Canela y Pedro Ruiz, fue entregada por petición de éste al presidente de la Audiencia, previamente sellada y certificada. Joan Canela quedó tan conmocionado por todo aquello, que lo relató siempre con gran fidelidad hasta su muerte, que tuvo lugar el 9 de octubre de 1977 a los 82 años.
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