
Formación en las clases fascistas italianas para el uso de máscaras de gas
Hace 100 años en El Debate
17 de enero de 1923: los fascistas redactan su programa escolar
Se proponía un sistema de educación pública que debía «preocuparse ante todo de formar el carácter moral de los jóvenes y desarrollar su energía física»
Benito Mussolini había recibido la visita del grupo de competencia nacional para la educación, el organismo encargado de llevar a cabo la reforma de enseñanza con arreglo a los principios fundamentales del partido fascista, según informaba El Debate. Después de una amplia exposición se aprobaron los siguientes principios de programa: un sistema de educación pública que debía «preocuparse ante todo de formar el carácter moral de los jóvenes y desarrollar su energía física».
El fascismo concebía al Estado como «suprema concreción de la colectividad, asignándole una función esencialmente ética». Por otro lado, el periódico recogía que –según establecía el nuevo sistema educativo– el fascismo debía «promover y favorecer todas las libertades y sanas iniciativas que se disputaban la palma en el campo de la enseñanza», pero sin confundir ese supremo deber del Estado con la uniformidad burocrática y el régimen de monopolio, ya que era la negación del concepto mismo de la educación.
Otra de las «innovaciones» que se introducía era la de «sustituir el actual sistema de selección demagógica por una cuidadosa selección que venga de arriba». También se recopilaban las reformas escolares que eran «precisas de acometer»: en primer lugar, eliminar el analfabetismo; en segundo, el retorno de un «ideal humanístico» en toda la enseñanza media para «formar la conciencia» de la historia italiana y conservar «la fisonomía nacional en el movimiento de la cultura moderna».
Se propuso también hacer que la enseñanza técnica fuese capaz de adaptarse a las necesidades y a los diversos caracteres de las diferentes regiones de Italia para así hacer «hombres capaces de dirigir y estimular el movimiento económico, industrial y comercial». Por último, el Estado debía procurar mantener «muy alto» el nombre de las Universidades más antiguas y gloriosas y propiciar una mejor respuesta ante los fines de la «alta cultura».