Rutenia Subcarpática padeció la primera limpieza étnica del siglo XX
Cuando el Imperio ruso perpetró la primera limpieza étnica del siglo XX
El objetivo ruso, que contradecía todos los acuerdos internacionales existentes, era la creación de una Gran Rusia, que llegase hasta la Cordillera Carpática y que incluyera Rutenia como una tierra rusa ancestral
Entonces se denominaba así, Rutenia Subcarpática, a lo que hoy constituye la parte más occidental de Ucrania. Formaba parte del Imperio Austrohúngaro, como una gobernación dentro de Galitzia, la región adquirida por los Habsburgo como consecuencia del brutal reparto de Polonia a finales del siglo XVIII.
Como sucedía en general en todo el imperio, se trataba de una comunidad benevolentemente administrada y dotada de una prosperidad creciente, como se puede apreciar hoy todavía en Lvov, la elegante principal ciudad de Rutenia. Sobre todo en comparación a lo que sucedía al otro lado de la próxima frontera con el Imperio ruso donde el atraso, la brutalidad y la opresión de las minorías ostentaban un oscuro predominio.
Los rutenos constituían más o menos el 60 % de los casi 6 millones de habitantes de la Galitzia oriental
Rutenia tenía otra característica compartida con el resto de la Europa centro-oriental: su gran complejidad demográfica. Los rutenos constituían más o menos el 60 % de los casi 6 millones de habitantes de la Galitzia oriental. Los judíos suponían algo más del 12 %, mientras que los polacos eran algo más de la cuarta parte.
Una de las ventajas del gobierno habsbúrgico había sido fomentar la coexistencia de comunidades humanas muy diferentes, sobre todo en materia religiosa, que entonces constituía el principal elemento de autoidentificación de las gentes. Hoy nos resulta extraño que la adscripción religiosa pueda imponerse sobre el idioma, pero entonces así sucedía. Por ello, la mayoría de la población Rutena, perteneciente a la Iglesia Greco-Ortodoxa unida a Roma, los «Uniatas», se sentía más cómoda con la tolerancia austríaca que con los cantos de sirena del gobierno ruso, con el que compartían etnia e idioma, porque los rutenos eran en realidad ucranianos occidentales. Su fe greco-católica era la característica principal que los diferenciaba de los rusos ortodoxos y de sus vecinos polacos de religión católica. Constituían un nexo perfecto entre el este y el oeste
La materia religiosa constituía entonces el principal elemento de autoidentificación de las gentes
El respeto a la cultura y al idioma ucranianos, la posibilidad de educar a sus niños en su lengua materna y la adhesión a la Iglesia Uniata constituían la base de la adhesión de los rutenos a la dinastía. Una adhesión que era compatible con que la mayor parte de la elite rutena apoyase la idea de que los ucraniano hablantes constituían una nación diferenciada. Solo una reducida minoría no pensaba de igual modo sino que se consideraba una rama menor de la nación rusa. Esta diferencia quedó constatada en las primeras elecciones al parlamento de Viena con sufragio universal masculino. Los partidos que se basaban en los ucranianos uniatas obtuvieron veinte diputados, mientras que los rusófilos tuvieron que conformarse con tan solo cinco. A pesar de los importantes subsidios recibidos desde San Petersburgo.
La creación de la Gran Rusia
La guerra de 1914 trastocó drásticamente aquella realidad. Las derrotas iniciales del ineficaz ejército austrohúngaro permitieron imparables avances de los rusos que no pudieron frenarse hasta los Cárpatos, dejando la totalidad de Rutenia en manos de los invasores. En este territorio el ejército ruso aplicó el primer programa planificado de limpieza étnica, siniestro precedente de lo que iba a suceder durante los siguientes cuarenta años en la Europa Oriental.
Los objetivos de este programa fueron enunciados durante la ocupación de 1914-1915 por el propio Zar Nicolás II. El objetivo ruso, que contradecía todos los acuerdos internacionales existentes, era la creación de una Gran Rusia, que llegase hasta la Cordillera Carpática y que incluyera Rutenia como una tierra rusa ancestral. Este programa constituía una prolongación del nacionalismo ruso al que habían recurrido los Romanov para consolidar su menguante legitimidad y que incluía una agresiva política de rusificación contra los polacos, los uniatas y otras minorías de la parte occidental de su imperio.
El ejército ruso aplicó el primer programa planificado de limpieza étnica
El conde Brobinski, gobernador militar de la zona ocupada, se lo dejó muy claro a una asamblea de notables reunidos a la fuerza en Lvov, capital provincial a la sazón. Se consideraba que la Galitzia oriental había retornado a la Rusia unida y que se impondrían el lenguaje, la religión, la escritura, las leyes y el sistema rusos y la población tendría que adaptarse a ello o desaparecer.
En este contexto la población rutena iba a sufrir especialmente. Su orgullosa defensa de la Iglesia greco-católica planteaba un reto directo a las pretensiones de Rusia. Su cabeza, el valeroso arzobispo Sheptitskyi, constituyó desde el principio un obstáculo difícil de vencer. Su negativa a aceptar aquella imposición condujo a su destierro, lleno de maltratos y torturas que le produjeron finalmente la muerte. Algo similar a lo que sufrió su sucesor, el Cardenal Slipyj a manos del régimen soviético.
Grotesca tradición antisemita
Para los nacionalistas ucranianos, el Gobierno del Zar iba a ser una catástrofe. La política de rusificación de la iglesia uniata fue encomendada al arzobispo Evlogi, notorio anticatólico, que ya se había distinguido por su persecución a los greco-católicos de Bielorusia y Ucrania Oriental, con asesinatos selectivos, expropiaciones, palizas y deportaciones a Siberia. La experiencia le sirvió para ser aplicada de forma inmisericorde contra los pobres e indefensos campesinos rutenos. Contando con la colaboración de las tropas zaristas ya que hubo que emplear una violencia considerable para imponer las conversiones forzosas a la ortodoxia.
Judíos rutenos de los Cárpatos llegan a Auschwitz-Birkenau, mayo de 1944
Peor aún lo tuvieron los judíos. El ejército ruso tenía una grotesca tradición de antisemitismo, que se reflejaba en la indiferencia de los mandos ante la violencia irregular y bárbara ejercida episódicamente por sus tropas, sobre todo por los cosacos, especialmente salvajes y despiadado. Pero el General Yanuskevich, jefe del Estado Mayor General y antisemita particularmente obsesivo y fanático, decidió formalizar esta violencia. Los progroms, violaciones, saqueos, incendios de aldeas y asesinatos se complementaron con una legislación que amparaba la expropiación de los bienes de los judíos y concluyó con un decreto de expulsión, promulgado por el Zar, que expulsaba de Rutenia a la totalidad de los judíos.
Se ha calculado que más de 400.000 judíos desaparecieron, en este periodo, de la Galitzia Oriental, gran parte asesinados y el resto refugiados en el Imperio Austrohúngaro, donde padecieron calamidades sin cuento. Constituyeron la primera cifra de una estremecedora cuenta que iba a añadir un crescendo de sumandos durante los siguientes cuarenta años.