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Representación artística de la ’dama de marfil’, la persona más poderosa de la Edad de bronce en Iberia

Representación artística de la ’dama de marfil’, la persona más poderosa de la Edad de bronce en IberiaMiriam Luciañez Triviño / Grupo de investigación atlas de la Universidad de Sevilla

Cuando el ADN no habla: una líder femenina en la Edad del Cobre peninsular

Hallazgos como éste nos abren una ventana a lo que debió ser la sociedad de la Península en el tercer milenio antes de Cristo. Una sociedad en la que no parece haber sido tan poco corriente el que una mujer ocupase puestos de liderazgo

Durante los años 60 y 70 del pasado siglo, las voces más críticas del mundo de la arqueología comenzaron a cuestionar los puntos de vista androcéntricos que subestimaban los roles y contribuciones de las mujeres en las sociedades prehistóricas y, sobre todo, que habían extrapolado al pasado las desigualdades contemporáneas de las sociedades occidentales.

Si una mujer, en la Norteamérica de los años 50, era, ante todo, ama de casa, asumían, una mujer en el Paleolítico sin duda se quedaba arreglando la cueva o, como mucho, recolectando bayas mientras su compañero varón se marchaba a cazar (a pesar de que hoy en día, gracias a estudios arqueológicos, pero, también, a estudios antropológicos y al establecimiento de paralelos con sociedades orales contemporáneas, sabemos que esto no funciona así).

Sin embargo, era la lógica que las Ciencias Sociales seguían entonces. Estas voces críticas tenían como principal aliado el estudio del sexo biológico de los individuos del pasado: si se encontraba un esqueleto con un ajuar militar, o de mando, o relacionado con una profesión especializada, y se establecía su sexo como femenino, se podría demostrar que estos ámbitos no habían sido ajenos a las mujeres en el pasado. Decimos «sexo biológico» porque, en ocasiones, se han sexado como «varones» a individuos con espadas y como «mujeres» a individuos con espejos; algo absolutamente arbitrario y que hace depender la identidad del individuo de su cultura material.

Sin embargo, sexar un cuerpo de miles de años de antigüedad no es tarea fácil: la erosión, el impacto de los movimientos del suelo, la acción de algunos animales, etc., muchas veces hacen imposible el estudio del mero dimorfismo sexual (y, además, los parámetros no sirven para todos los individuos: hay mujeres grandes, hombres pequeños, etc.). Por tanto, el único parámetro seguro era la identificación a partir del sexo genético, que requiere que el ADN antiguo se haya preservado: algo prácticamente imposible en determinados ambientes, como, por ejemplo, el sur de España, donde el clima de extrema sequedad y calor degrada esta molécula.

No obstante, esta situación, recientemente, ha dado un giro de 180º. En los últimos años se ha venido desarrollando una nueva técnica científica que permite sexar a los individuos del pasado con la misma certeza que con el ADN y sin depender de que éste se haya preservado: el estudio de péptidos de amelogenina, una proteína que forma estructuras diferentes en el esmalte dental en función de si los individuos son varones o mujeres. Y este estudio, aplicado a un hallazgo de la Edad del Cobre en Valencina (Sevilla), ha demostrado cómo algo tan aparentemente fútil, como es el esmalte dental, puede transformar el estudio de la organización social prehistórica.

Un hallazgo especial

En Valencina se halló un macro yacimiento, de más de 450 hectáreas, que respondía a un asentamiento de entre el 3200 y el 2200 antes de Cristo. Además de por su magnitud, también se trataba de un hallazgo especial por su monumentalidad; fueron halladas decenas de estructuras megalíticas con cámaras, pozos inmensos, y ajuares extremadamente sofisticados que incluían materias primas exóticas como el marfil, el ámbar o los huevos de avestruz.

De entre todos los enterramientos, destacaba uno en particular. A pesar de que en la Edad del Cobre ibérica las tumbas solían ser colectivas, la tumba 10.049 de Valencina, en la cámara inferior de un megalito, albergaba los restos de una sola persona, con un ajuar sin parangón: un gran plato cerámico, donde se hallaron trazas de vino y de cannabis, un punzón de cobre, abundante sílex y objetos de marfil, entre los que se encontraba un impresionante colmillo de elefante africano, de 1,8 kg (algo inédito en Europa occidental).

Tiempo después de que esta persona hubiese sido enterrada, se depositaron, además, otra serie de ofrendas: losas de pizarra, vajilla cerámica y más objetos ebúrneos. Esto demuestra que, quienquiera que fuese el difunto, gozaba de un impresionante prestigio en vida, en la muerte al recibir sepultura, y, también, tiempo después: su recuerdo seguía vivo y seguían llevándose ofrendas a su lugar de descanso eterno. Además, hablamos de una sociedad en la que no existían clases sociales establecidas con base en el nacimiento de una persona. Sabemos que esto era así gracias a los ajuares infantiles; al ser todos muy similares, los especialistas pueden determinar que el estatus no lo concedía el linaje, sino las acciones desempeñadas en vida.

«La Dama del Marfil»

Cuando se produjo este hallazgo arqueológico, en el año 2008, los estudios antropométricos determinaron que el individuo enterrado en 10.049 era un varón joven, de entre 17 y 25 años. En gran medida, también, se había dado por hecho que se trataba de un hombre dada su posición social prominente. Sin embargo, en un reciente estudio llevado a cabo por un equipo interdisciplinar, de investigadores de la Universidad de Sevilla y de Viena (Austria), el estudio de péptidos de amelogenina en el esmalte dental del finado ha revelado una sorpresa: el individuo es una mujer. El que se había conocido como «Señor del Marfil» resultó ser la «Dama del Marfil».

Esta revelación obliga, asimismo, a reexaminar la conexión de la Dama con el resto de personas vinculadas a ella a través de los distintos enterramientos en la necrópolis, a la luz de los nuevos datos. En un tholos ubicado a unos 100 metros al sur de la tumba, se halló la sepultura de 25 personas enterradas dos o tres generaciones después.

Según el estudio osteológico, 15 de ellas era mujeres (quizá más, puesto que hay una serie de restos que no pudieron ser identificados). La gran mayoría –del mismo modo, por cierto, que la Dama del Marfil– mostraban unos elevadísimos niveles de exposición al cinabrio en vida. Se trata de un mineral compuesto principalmente por mercurio, y que en la Antigüedad se usaba por su poder de pigmentación rojiza. Basándose en esto, en la disposición de sus cuerpos y en sus ajuares, los investigadores las han interpretado como un grupo de especialistas religiosas. Parece que los depósitos llevados a cabo en la cámara superior de la Dama son contemporáneos a este tholos: estas personas querían vincularse a esta mujer de alguna manera.

Hallazgos como éste nos abren una ventana a lo que debió ser la sociedad de la Península en el tercer milenio antes de Cristo. Una sociedad en la que no parece haber sido tan poco corriente el que una mujer ocupase puestos de liderazgo como la historiografía decimonónica, cuyos prejuicios todavía arrastramos, nos ha hecho creer.

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