
Vuelo Kal 007 de Korean Air Lines
Los 269 muertos del Boeing surcoreano, última catástrofe de la Guerra Fría
Hace 40 años, el derribo del avión comercial por parte de cazas soviéticos desató una guerra propagandística que Moscú perdió estrepitosamente
El vuelo Kal 007 de Korean Air Lines, cuyo aparato era un Boeing 747-230B, despegó del aeropuerto internacional John F. Kennedy, el 31 de agosto de 1983 con 246 pasajeros y 23 miembros de la tripulación a bordo. Tras repostar en el aeropuerto internacional de Anchorage, capital de Alaska, inició su camino hacia su destino final, Seúl, a las tres de la mañana, hora local, del 1 de septiembre.
El vuelo Kal 007 se dirigió inicialmente hacia el oeste y luego viró hacia el norte en dirección a Gimpo, el aeropuerto de Seúl, lo que le llevó mucho más al oeste de lo habitual, supuestamente con un rumbo magnético de 245, sobrevolando la península de Kamchatka y luego el mar de Okhotsk en dirección a la isla de Sajalín, violando una parte importante del espacio aéreo soviético.
Había un antecedente no muy lejano en el tiempo: en abril de 1978, otro vuelo de Korean Airlines ya había penetrado en el espacio aéreo soviético, siendo disparado por un caza, forzándole a realizar un aterrizaje de emergencia en un lago helado. La investigación de las causas de este incidente se complicó por la negativa de los soviéticos a entregar las cajas negras del avión.

Mapa mostrando la divergencia entre la trayectoria de vuelo realizada y la planeada
Por eso, y teniendo cuenta de ese ambiente, cuando el Kal 007 sobrevolaba territorio soviético, el mando aéreo soviético no se paró en barras: ordenó a cazas Su-15 Flagon y MiG-23 que interceptaran al Kal 007, confundiéndolo, presumiblemente con un avión espía Boeing RC-135 estadounidense que se encontraba en misión en la zona, fueron enviados a interceptarlo. Cuando la distancia lo permitió, uno de los dos Su-15 de la base aérea de Dolinsk-Sokol lanzó dos misiles aire-aire K-8 contra el vuelo comercial, que volaba a unos 10.600 metros de altitud.
Inmediatamente después la explosión, los pilotos del Kal 007, encabezados por su comandante, el veterano Chung Byung-in, un descenso de emergencia en espiral, motivado por la rápida despresurización de la cabina de pasajeros. El avión se estrelló en el mar a unos 55 kilómetros de la isla de Moneron, muriendo las 269 personas que viajaban a bordo, 246 pasajeros y 23 miembros de la tripulación.

Manifestantes cerca de la Casa Blanca protestan por el derribo soviético del KAL 007 (2 de septiembre de 1983)
La catástrofe, como era de esperar, tuvo repercusión planetaria: arreciaron los señalamientos hacia Moscú por haber propiciado una salvajada. La Unión Soviética contribuyó a su propio desprestigio negando, en un primer momento, que el avión hubiese sido abatido. Más adelante, según narran Jeremy Isaacs y Taylor Downing en Cold War, «aunque el Ejército soviético pretendió admitir su error, el Kremlin lo impidió para no perder la cara. Pero los retrasos y denegaciones les hicieron aparecer como culpables a los ojos del planeta». Los hechos, secamente considerados, son tozudos.
De la realidad se advierte algún que otro matiz en relación con los primeros informes filtrados por la inteligencia norteamericana, de los cuales se desprende que uno de los pilotos soviéticos, nada más realizar el bombardeo, transmitió a superiores que el «objetivo había sido destruido». Sin embargo, según apuntan Issacs y Downig, esos informes eran sesgados e incompletos porque, «el resto de las grabaciones indican que el piloto en cuestión se ciñó a los protocolos internacionales y advirtió al Kal 007 que volaba fuera de trayecto». Incluso dio tiros en el aire a modo de último aviso. Lo cual no excusa la decisión final del piloto.
La matanza tuvo consecuencias inmediatas: por ejemplo, Estados Unidos prohibió a los aviones de Aeroflot aterrizar en sus aeropuertos, incluido al que transportaba al ministro soviético de Asuntos Exteriores, Andrei Gromyko, a Nueva York, donde tenía previsto a asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas. La descortesía diplomática pasó desapercibida. La razón era muy sencilla: el desastre propagandístico de Moscú era absoluto.