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13 de mayo de 2024

El general Prim en la Guerra de África (1865), óleo sobre lienzo de Francesc Sans i Cabot (1834-1881)

El general Prim en la Guerra de África (1865), óleo sobre lienzo de Francesc Sans i Cabot (1834-1881)

El decisivo papel del general Prim en la guerra de Crimea, el último conflicto cristiano

En 1853, Prim atravesaba una de las fases depresivas de su carrera cuando recibió la orden del ministerio de dirigirse urgentemente a Constantinopla, ante el inminente estallido de la guerra

La Guerra de Crimea reúne muchas características de enfrentamiento entre bloques culturales. Si aceptamos, como hace Toynbee, que existe una civilización Ortodoxa, diferente de la Civilización Occidental, se hace más fácil entender una de las posibles causas de los conflictos en esta zona de bordes difusos: La ambición de Rusia, campeona de la Ortodoxia, por recuperar el antiguo ámbito de su civilización. También tuvo connotaciones geopolíticas, especialmente la obsesión de Inglaterra y Francia de frenar al coloso ruso e impedir su acceso a mares cálidos.

El último conflicto cristiano

El origen inmediato del conflicto lo constituyó la gestión de los Santos Lugares. La tensión permanente entre el exclusivista clero ortodoxo y los miembros de la Iglesia católica, había llegado a ser explosiva. Tanto Nicolás I como Francia ejercieron una creciente presión sobre el sultán otomano para que se protegiera adecuadamente a sus respectivas comunidades. En este contexto la actitud imperiosa del zar Nicolás I se volvió cada vez más amenazante.

Aunque España se proclamó formalmente neutral, se decidió enviar una comisión militar como expresión de apoyo al Imperio otomano

La opinión liberal progresista europea apoyó de forma prácticamente unánime al Imperio otomano. También los católicos tomaron partido como consecuencia de la brutal opresión ejercida por el Imperio ruso contra sus súbditos de Polonia y Ucrania.
La presión de las potencias occidentales sobre el sultán y sus garantías de apoyo, convencieron al gobierno turco para rechazar las pretensiones del zar. Finalmente la invasión rusa condujo a la declaración de guerra por parte de Francia e Inglaterra.
El gobierno español se alineó con el resto de gobiernos liberales. Aunque España se proclamó formalmente neutral, se decidió enviar una comisión militar como expresión de apoyo al Imperio otomano. La integraron varios oficiales de considerable prestigio y experiencia. Para encabezarla se decidió nombrar a Juan Prim.
Prim atravesaba una de las fases depresivas de su carrera. En 1853 se encontraba de permiso en París, en una especie de semidestierro provocado por la desconfianza del gobierno moderado. Allí recibió la orden del ministerio de dirigirse urgentemente a Constantinopla, ante el inminente estallido de la guerra.
La misión militar fue recibida con todos los honores y disfrutó de innumerables agasajos durante su instancia en la capital otomana. En aquel momento el único frente de combate aposible era el del Danubio en el que los rusos habían ocupado los principados danubianos. Hacia allí se dirigieron nuestros militares acompañados de la impresionante escolta que se les asignó.
Atravesar los Balcanes en plena canícula no resultó una empresa fácil. La memoria oficial de la expedición deja constancia de las dificultades encontradas por la climatología, las malísimas comunicaciones y el atraso en que se hallaban sumidas aquellas regiones. Por fin se llegó al frente en septiembre de 1853.

Los españoles desempeñaron una actividad poco acorde con la neutralidad debida en su condición de meros observadores

Aquel «pequeño ejército de brillantes edecanes», en palabras de un observador italiano, impresionó a los militares otomanos. Además la capacidad innata de Prim para las relaciones humanas, su reconocido valor y sus dotes para la persuasión, le permitieron conseguir rápidamente la simpatía del generalísimo Omar Pachá.
Al iniciarse las hostilidades los españoles desempeñaron una actividad poco acorde con la neutralidad debida en su condición de meros observadores. Participaron en muchas acciones desde la primera línea, demostrando su capacidad como conductores de hombres, capaces de lograr su confianza y de arrastrarles al combate, aunque sin empuñar nunca las armas. Las recomendaciones de Prim sobre el emplazamiento de la artillería en el momento del cruce del Danubio fueron decisivas para frenar el contraataque ruso.
Impresionado por la capacidad táctica de Prim, Omar Pachá llegó a proponerle que se convirtiese al islam y se incorporase al ejército turco. Se le aseguraría una alta remuneración y el grado de general. La contestación estuvo a la altura del personaje «Gracias señor, pero no cambio este uniforme por ninguno».
El armisticio invernal supuso la retirada de la misión española. Sin embargo al volver a Francia se encontraron con una reactivación causada por la declaración de guerra por parte de Inglaterra y Francia. Prim tuvo que volver a Oriente embarcado en la flota que transportaba al cuerpo expedicionario francés.
A su llegada, el ejército turco se hallaba cercado en la estratégica ciudad de Silistria. Los militares españoles asesoraron a los otomanos en las tareas de fortificación y en la disposición de la tropas, colaborando a revertir la situación. De hecho en la batalla decisiva de Giurgiu, Prim estuvo al lado de Omar Pachá, actuando como asesor mucho más que como observador.
Sin embargo en aquel momento estalló la Vicalvarada y España se sumergió una vez más en la anarquía por lo que la misión tuvo que regresar urgentemente. Eso si, llena de honores y condecoraciones, entre otras un sable que el sultán entregó personalmente a Prim.
Una vez más el de Reus acreditó su capacidad de hombre de acción, su inteligencia y su aguda percepción de las realidades. Unas cualidades, que junto a su ambición y su independencia, rayana en la insubordinación, iban a acompañarle en los siguientes pasos de su carrera.
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