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María y Jorge de Grecia , en su boda en Atenas (1907)

María y Jorge de Grecia, en su boda en Atenas (1907)

Príncipes griegos y novias multimillonarias: una tradición que empezó a fraguarse hace más de un siglo

Las recientes nupcias de Nicolás de Grecia con Chrysi Vardinoyannis consolidan una «tendencia» iniciada hace casi 120 años por dos peculiares princesas, una Bonaparte y una rica norteamericana

París fue el escenario, el 21 de noviembre de 1907, de la boda civil –la religiosa se celebraría semanas después–de la princesa María Bonaparte (1882-1962), segundona de la familia imperial francesa –en su condición de descendiente del Príncipe Luciano, hermano menor de Napoleón I–, con el príncipe Jorge de Grecia (1869-1957), segundogénito del Rey Jorge I de los Helenos, a su vez fundador de la monarquía en el país balcánico y mediterráneo. ¿Unión dinástica al uso en una Europa en la que los matrimonios entre iguales seguían siendo la regla? No del todo: sin haber sido estrictamente concertado, el matrimonio entre el Príncipe Jorge y la Princesa María sí que fue incitado por los padres de ambos.

Para el príncipe Roland Bonaparte, hombre de hondas inquietudes intelectuales a la par que ambicioso, se trataba de revitalizar su linaje, algo «mancillado» por una sucesión de uniones «burguesas»; por su parte, el rey Jorge I, padre de 8 hijos y desprovisto de fortuna personal equiparable a la de los otros soberanos europeos, buscaba «colocar» a su hijo que, con 37 años, aún permanecía soltero.

La princesa María cumplía, además del requisito dinástico, el financiero, como nieta, por línea materna, de François Blanc, fundador, entre otras iniciativas empresariales, del Casino de Monte Carlo y de la Sociedad de Baños de Mar de Mónaco, que sigue siendo uno de los pilares económicos del Principado.

Baste recordar, como hace el historiador de dinastías reales Ricardo Mateos en La familia de la Reina Sofía, que Marie-Félix Blanc, madre de la princesa, llegó al matrimonio «con la nada despreciable dote de 14.482.566 francos franceses de la época». Con todo, la desigualdad económica no era lo que más preocupaba a la princesa que, en un primer momento, se negó a casarse con el príncipe Jorge. Lo que de verdad le generaba pesadilla era la homosexualidad de su prometido, que mantuvo durante más de cinco décadas una relación con su tío carnal, el príncipe Valdemar de Dinamarca.

Los príncipes Jorge de Grecia (derecha) y Valdemar de Dinamarca (izquierda), alrededor de 1900

Los príncipes Jorge de Grecia (derecha) y Valdemar de Dinamarca (izquierda), alrededor de 1900

En la noche de bodas, el príncipe Jorge le dijo a su mujer: «Odio hacer esto tanto como tú, pero lo tenemos que hacer si queremos tener hijos». Terminaron teniendo dos: el príncipe Pedro y la princesa Eugenia, madre de Tatiana Radziwill, probablemente la mejor amiga de la Reina Sofía de España.

La princesa María subsanó la frustración carnal echándose en brazos de otros hombres –uno de ellos fue el estadista galo Aristide Briand– y desarrollando un interés por el psicoanálisis –a raíz de su encuentro y posterior colaboración intelectual con Sigmund Freud– hasta convertirse en una reputada especialista en la materia. Sin embargo, la verdad obliga a decir que los príncipes Jorge y María supieron establecer una convivencia armoniosa, viviendo a caballo entre París y Atenas, y representando a la Corona helénica en importantes ocasiones, como la coronación de Isabel II del Reino Unido en 1953.

Y, sobre todo, la princesa María continuó cumpliendo su «compromiso financiero» para con su familia política. Mateos destaca que «dedicó importantes sumas a la apertura de un hospital en la ciudad de Tesalónica» y que, durante uno de los exilios de la Familia Real de Grecia, «en su generosidad de siempre, fue la propia María quién pagó durante unos años todos los gastos de la familia del príncipe Andrés [hermano de su marido], siendo, por tanto, quién financió los primeros años de educación del príncipe Felipe de Grecia», futuro duque de Edimburgo y padre de Carlos III, actual monarca británico.

El príncipe Jorge y su esposa María Bonaparte, hacia 1910-1915

El príncipe Jorge y su esposa María Bonaparte, hacia 1910-1915

La princesa María no fue la única de aquella generación de consortes femeninas de la Familia Real griega que contribuyeron con su fortuna al sustento de sus maridos y a la defensa de la causa monárquica. La acompañó, por así decirlo, la norteamericana None «Nancy» Stewart Worthington Leeds (1878-1923), que se casó en terceras nupcias con el príncipe Cristóbal (1889-1940), hermano menor del príncipe Jorge.

Stewart procedía de la clase media de Cleveland y empezó a medrar socialmente a raíz de su (primera) boda con el heredero de una de las grandes fortunas de aquella ciudad, George Ely Worthington. Cuatro años después se divorciaron, si bien la esposa supo conservar el estatus adquirido y la habilidad para moverse en los círculos sociales más selectos. La prueba está en su segundo marido –desde 1900–, William-Bateman Leeds, conocido como el «rey del estaño» o «de la hojalata», sector en el que había amasado su riqueza.

El matrimonio duró ocho años, hasta la muerte del magnate, en 1908. Por aquel entonces, Stewart ya disponía de una fortuna estimada, según Mateos, en 120 millones de dólares –de la época– y vivía en Londres. Allí conoció a la princesa María de Grecia, hermana del príncipe Cristóbal, y quien presentó a ambos en 1916. Nada se produjo en este primer encuentro. Sin embargo, volvieron a encontrarse al cabo del tiempo y contrajeron matrimonio en 1920.

Los príncipes Cristóbal y Anastasia de Grecia

Los príncipes Cristóbal y Anastasia de GreciaLibrary of Congress

Escribe Mateos: «Aquellos eran tiempos difíciles para la Familia Real Griega y, a decir de muchos historiadores, los millones de Nancy vinieron a convertirse en un maná caído del cielo que ayudó a tapar muchos agujeros y facilitó la restauración del Rey Constantino [primero con aquel nombre, derrocado en 1917]. Un punto sobre el que persisten las divergencias: el príncipe Nicolás (1876-1938), uno de los cuñados de Stewart, niega la contribución de esta última. Mas Mateos señala que «otras fuentes, por el contrario, indican que más de cinco millones de la fortuna Leeds fueron invertidos en la causa de la restauración de la monarquía en Grecia», materializada en 1920.

«Esas sumas», prosigue, «habrían servido para desestabilizar al gobierno de Venizelos y forzar unas nuevas elecciones que forzasen al Rey Constantino de vuelta al trono». «Lo cierto», concluye Mateos, «es que, al día siguiente de su retorno a Atenas, el rey, que curiosamente no se había opuesto a aquel matrimonio notablemente desigual de su hermano, concedía a Nancy el título de Princesa de Grecia con tratamiento de Alteza Real». Nancy falleció después del segundo derrocamiento de su cuñado.

La peculiar tradición de los Grecia de contraer matrimonios que les aseguraran cierto bienestar económico –ellos aportaban el prestigio del linaje– fue interrumpida durante 75 años hasta que, 75 años después, en 1995, el príncipe Pablo, hijo mayor de Constantino II, fallecido en 2023, unió su destino al de otra norteamericana, Marie Chantal Miller, hija del magnate de los duty free aeroportuarios. Su hermano menor, el Príncipe Felipe, hizo lo propio en 2020 con la suiza Nina Flohr, heredera de una compañía aérea. Hace un mes, el Príncipe Nicolás continuó la tradición con Chrysi Vardinoyannis, apellido vinculado a la Grecia de los armadores.

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