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La gesta de los divisionarios contra «antifascistas» en el gulag

La gesta de los divisionarios contra «antifascistas» en el gulag

Grandes gestas de la historia

La gesta de los divisionarios contra «antifascistas» en el gulag

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En el artículo anterior abordábamos la presencia de españoles de distinto signo prisioneros en los campos de trabajo soviético y cómo los procedentes de la División Azul no habían acatado el cautiverio. Aunque la guerra había finalizado, en muy pequeña escala, pero por las mismas convicciones, seguía desarrollándose a miles de kilómetros en el gélido país. Y es que los divisionarios estaban dispuestos a seguir luchando en una batalla sin armas físicas sin saber si tendría o no un final.

El yugo comunista, especialmente hostil dada la inquina de Stalin por su derrota en España, combatiría contra los divisionarios en aplastante superioridad. Y lo haría en dos esferas: una brutal represión directa y un intenso ataque psicológico. Los principales focos de resistencia fueron el campo de concentración de Makarino y el Campo de Moscú nº 27, sin desdeñar las valientes rebeldías de otros campos, porque a los españoles los dividieron en pequeños grupos en más de cien recintos carcelarios con continuos traslados. Separados por miles de km, sufrían periódicos desplazamientos a pie con temperaturas infrahumanas como el cruce del Ladoga a 40 grados bajo cero y algunos pasando antes por las dependencias de la siniestra Lubianka moscovita, sede del espionaje soviético.

La represión directa

La represión directa tendría como escenario los calabozos y lóbregas mazmorras. Sobre los resistentes cayeron el maltrato, los castigos, las condenas internas, la reducción de la ración alimentaria, las palizas, vejaciones y duros interrogatorios que alternaban preguntas con golpes violentos.

Prisioneros políticos

Prisioneros políticos

Y como seguían aguantando, para acabar con la resistencia organizada de los divisionarios, los directores políticos recurrían al aislamiento, tanto de los rebeldes, como de los sospechosos de serlo y a veces el strogo: días en la celda de castigo donde dormían sobre cemento y las paredes empapadas de humedad, a pan y agua.

Uno de los espacios de internamiento fue la llamada oficialmente «barraca fascista» donde se les sometía a un régimen aún más duro que el resto de los prisioneros, menos comida, más horas de trabajo y noches carcelarias en las que rezaban el rosario como símbolo de rebeldía. El llamarle así, «barraca fascista», corrobora la tesis de Francisco Torres, máximo experto en el tema y autor de la obra de referencia Cautivos en Rusia, de que el combate continuaba a través de la ideología.

Junto a ello, los rusos también consideraron que si separaban los resistentes de los mandos serían más fáciles de doblegar, por lo que pronto procedieron a la dispersión de los oficiales y suboficiales a campos más alejados. Esto en absoluto puso fin a su actitud valiente y algunos soldados rasos se erigieron en jefes rebeldes. Comenzaron a realizar sabotajes en distintos ámbitos y a organizar huelgas de hambre, que los rusos intentaban parar haciéndoles comer a la fuerza.

Prisioneros de un gulag

Prisioneros de un gulag

Para penalizar las huelgas, cuando llegaban a su fin, se acometían nuevas dispersiones y procesaban a sus dirigentes. Nada menos que abrieron a los divisionarios 69 procesos judiciales que implicaban condenas a trabajos forzados de 10 a 25 años o a penas de muerte conmutadas por trabajos forzados de por vida. Se jugaban mucho, y los ponían en una situación muy difícil de asumir ya que implicaban que, en caso de ser repatriados, ellos no serían liberados.

Otra de las torturas más crueles emocionalmente era anunciarles que todos estaban liberados menos ellos, o torturas grupales comunicándoles que volverían a España, para a los pocos días decirles que no era cierto y se produjera un batacazo moral.

El ataque psicológico. Los grupos «antifascistas»

Y junto a estas acciones represivas, un doble torpedo psicológico: Por un lado, atacar su intrínseca condición de seres humanos y por otro, intentar que renunciaran a sus férreas convicciones tanto ideológicas como religiosas. La deshumanización estaría en la línea de despersonalizarlos e imbuirles la mentalidad en prisioneros del gulag, o lo que es lo mismo: y convertirlos en autómatas con dos únicos ítems: el trabajo y la supervivencia.

El segundo era la «reeducación»: atraerlos a sus filas políticas y para eso, una de las medidas fue la puesta en marcha del «Grupo Antifascista».

La gesta de los españoles en Rusia: resistencia en el Gulag (Parte I)

La gesta de los españoles en Rusia: resistencia en el Gulag (Parte I)

Los grupos «antifascistas» lo conformaban desertores y militantes comunistas enviados como guardianes y Comisarios Políticos del Ejército Popular de la República. Eran conocidos como antifá. Su misión era destruir la autoridad moral de los oficiales españoles, romper su unidad y conseguir la rendición psicológica de estos combatientes que no aceptaban la sumisión. Hacían todo tipo de maniobras para conseguir la firma de escritos contra España y que renunciasen a volver a su patria aceptando la nacionalidad soviética. Eran también presos, pero colaboradores —a veces guardias auxiliares— que gozaban de privilegios y esperaban salir en libertad.

A los soldados, desnutridos y mal equipados, se les encuadraba en brigadas de trabajo, un trabajo agotador para después someterlos a una intensa acción política. Y es que el cebo era especialmente tentador y muy difícil de rechazar: las malas condiciones de vida, la alimentación insuficiente, la escasez de ropa o calzado, podía paliarse si acudían a las reuniones de «reeducación» antifascista que también podían conllevar jornadas de descanso o un trabajo más cómodo.

Muchos divisionarios hacían trabajos peligrosos en minas de sal, vías férreas, en los bosques talando árboles y en las minas extrayendo carbón para las centrales térmicas, y claro, si acudían a las reuniones aumentaban sus posibilidades de salvar la vida. Algunos llegaron a claudicar e integrarse en las reuniones, y escribir cartas renunciando a su nacionalidad española y afirmar que el país del comunismo era el verdadero paraíso.

Prisioneros trabajando en la construcción del canal Mar Blanco-Mar Báltico

Prisioneros trabajando en la construcción del canal Mar Blanco-Mar Báltico

Un frente sólido

Junto a lo que Torres considera «combates» o «acciones de guerra» en los campos comunistas que ya hemos narrado, lo fundamental es el bastión moral que supuso que fueran capaces de resistir el poderoso poder de convencimiento de los «antifascistas». Y que las ejemplares acciones de los líderes contribuyeron de forma fehaciente a que los divisionarios permanecieran como un frente sólido y no se desmoronaran a pesar de los años de cautiverio y el ver una liberación cada vez más lejana. Convivieron con presos comunes rusos y con judíos, confinados por el régimen estalinista para que no huyeran al recientemente constituido Estado de Israel.

Torres también recuerda en Cautivos en Rusia, principal fuente de estas líneas que la muerte fue omnipresente. Del 70 % de los que murieron en los campos lo hicieron entre 1943 y 1948 por tuberculosis, distrofia, agotamiento, desnutrición, disentería… Situaciones más que extremas que bombardearon la moral de los prisioneros pero aún así, no se quebró la resistencia de aquellos hombres convertidos en un faro moral. Es más, el paso del tiempo no redujo su influencia, sino que se iría incrementando, paradójicamente cuantos más años llevaban allí.

La gran solidaridad

La gran solidaridad entre la mayoría de los prisioneros españoles, independientemente de su filiación fue continua. Así, a la llegada al campo de un grupo de hombres, mujeres y niños a los que oyeron hablar en español, los gritos fueron inmediatos «¡Viva España!». Pero estos rechazaron el diálogo al saber que pertenecían a la División Azul… «Con ustedes no queremos nada». «Pero nosotros con vosotros sí porque somos españoles», contestaron.

Eran republicanos exiliados, entre ellos el teniente coronel Jefe de Estado Mayor de las Brigadas de Madrid, Capitán Sauri y una mujer con su hijo de doce años habían sido capturados en la Embajada española de Berlín, creyendo que eran el Embajador y su esposa. Los encerraron en los campos de concentración, pese a sus ardientes protestas y afirmación marxista.

Soldados de la División Azul en puesto de mando de Prokrowskaja, URSS

Soldados de la División Azul en puesto de mando de Prokrowskaja, URSSPicasa

Aún así, los prisioneros de la División Azul organizaron un socorro azul, quedándose sin alimentos para dárselo las mujeres y niños. El inicial recibimiento hostil se convirtió pronto en amistad. Y cuando fueron trasladados a otros campos, fueron ayudados por los divisionarios a instancias de los del campo anterior. Otro ejemplo sería el entierro de uno de los pilotos republicanos que murió en uno de los campos de prisioneros. Los cadáveres simplemente se almacenaban congelados y los divisionarios construyeron un féretro con maderas para enterrarlo don dignidad, lo portaron y formaron ante él. O cuando el capitán Palacios se enfrentó a los guardias por defender a un republicano.

Las medallas militares

Por su comportamiento en los campos los prisioneros acabarían obteniendo una de cada cuatro grandes condecoraciones de la División Azul. Una Cruz Laureada de San Fernando para el Capitán Palacios, nueve con Medalla Militar individual: el Capitán Oroquieta, tenientes Altura, Molero Ruiz de Almodóvar y Rosaleny; al alférez del Castillo; a los sargentos Cavero, Moreno y Salamanca; al cabo Pestaña y al soldado Victoriano Rodríguez.

Nueve con la Cruz de Guerra con Palmas: sargentos Arroyo; Quintela; cabos, López Ocaña, Méndez y Serrano; soldados, Alonso Granados, Juncos, Morlán y Ramos.

Alférez José del Castillo (izquierda), capitán Teodoro Palacios Cueto (centro) y Teniente Rosaleny Jiménez (derecha)

Alférez José del Castillo (izquierda), capitán Teodoro Palacios Cueto (centro) y Teniente Rosaleny Jiménez (derecha)

Si se revisan estos expedientes nos encontramos con acciones heroicas que se repiten en todos los condecorados. Durante los once años de cautiverio su invariable línea de patriotismo y valor. Negarse a contestar a los interrogatorios, tomar parte en las huelgas de hambre, soportar con estoicismo y entereza las adversidades, rechazar con dignidad todas las promesas y amenazas que los rusos emplearon en sus interrogatorios, actuar incansablemente para contrarrestar la propaganda rusa e impedir que minase la moral de los prisioneros.

Encarcelamientos en celdas de castigo por indisciplina y sabotaje, condenas a trabajos forzados, y oponerse con valor a las maniobras de los rusos para conseguir la firma de escritos contra España, demostrando en todo momento un elevado espíritu militar y moral a toda prueba.

Todo este valor y valentía sería ejemplificado en la figura del capitán Palacios, fiel y justo representante de las acciones de todos y cada uno de estos valientes. Una figura que todos los españoles de cierta edad recuerdan con nitidez por la potencia narrativa de la exitosa película de antaño «Embajadores en el Infierno». Pero tal vez la mayor solidaridad la mostraron cuando a su vuelta quisieron que volvieran todos con ellos, desertores y republicanos y los capitanes Palacios y Oroquieta corrieron un manto de silencio sobre aquellos que un día flaquearon o que en un momento dado no pudieron resistir el horror del enemigo, y perdonaron a todos sus guardianes.

Fin de la década. Comienza la cuenta atrás

En 1949, al fin, a través de diversos testimonios, Franco tuvo informes concretos de la situación de los prisioneros. España, tras la guerra había sido aislada por casi todos los países del orbe, pero en 1950 lograba la integración en los organismos internacionales de la ONU, paso previo a las Naciones Unidas. Situación que podía favorecer la liberación de los españoles.

En 1951, los divisionarios eran ya conscientes de que a España habían llegado sus mensajes y los resistentes habían conseguido que muchos de los que habían renunciado a su nacionalidad, se arrepintieran.

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Los capitanes Palacios y Oroquieta solían elevar cartas de protesta a las autoridades de los campos por la vulneración de derechos de los españoles y esta vez se dirigieron al Ministro de Relaciones Exteriores de la URSS. La falta de respuesta llevó a la arriesgada convocatoria de una huelga general en abril de 1951, en el campo de Borovichi. Con Oroquieta y Altura como oficiales al mando participarían más de 200 prisioneros. El campo de La Mina, también se sumó a una huelga cuya bravura sería calificada como «episodio numantino». Fue uno de los últimos capítulos bélicos de la «la batalla de los 11 años» de la que se escribió que «uniría a estos hombres con legendarias proezas como la de los Trece de la fama de Pizarro o los Héroes de Baler, los últimos de Filipinas».

Lo que los divisionarios no sabían es que, desde el primer momento en que se tuvo conocimiento de su cautiverio, España había iniciado el arduo camino para su liberación. Pero solo fue posible con la muerte de Stalin, cuando en 1953 su sucesor Malenkov, tras complicadas negociaciones, autorizó su repatriación en abril de 1954.

En los once años de cautiverio, los españoles habían vivido momentos de heroísmo, generosidad, compañerismo, solidaridad, sacrificio y esperanza del retorno a la patria. Y estos rebeldes no fueron doblegados, y en este caso, su gesta no la lograron con armas de fuego, sino que brotó de su condición humana, auténticos soldados de hierro, no sólo en el frente sino en la más atroz y cruel adversidad.

Los jóvenes combatientes que un día salieron como cruzados de la civilización y la fe cristiana, ya no eran tan jóvenes, pero su fortaleza inquebrantable y su ingente testimonio de valentía y patriotismo les llevaría a la victoria. Y por esta razón muy pocos en la historia serían recibidos como ellos. En un barco con nombre de reina babilónica: el Semíramis, los héroes de las heladas estepas rusas retornaban a la patria a la que nunca dejaron de amar.

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