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Eben Byers en la década de 1920

Eben Byers en la década de 1920

Picotazos de historia

Radithor, el falso elixir radiactivo que desintegró el cuerpo de un magnate estadounidense

Haber ingerido el medicamento provocó que la carne y los huesos de la mandíbula de Eben Byers se desintegrasen desde dentro hacia fuera

Es curioso cómo, en ocasiones, coinciden las modas con la evolución de las ciencias. Como, por ejemplo, con la medicina. Durante un tiempo se consideró a la morfina como una invención milagrosa, hasta que sus secuelas en forma de drogadicción, especialmente tras la guerra mundial —cuando muchos heridos tratados con esta droga para aliviar su dolor se convirtieron en adictos—, se hicieron dolorosamente evidentes.

También fue conocido el uso del radio por su característica fluorescencia, que rápidamente se incorporó a las esferas de los relojes de pulsera y se utilizó como cosmético para labios y rostro con el fin de brillar en la oscuridad. Pueden imaginarse ustedes los resultados de esta ingenuidad y desconocimiento.

Situémonos ahora en los Estados Unidos de América. Es el año de gracia de 1927, el año en que el señor Ebenezer (Eben) McBurney Byers (1880-1932) tomó contacto por primera vez con los milagrosos productos del «doctor» William J. Bailey.

Byers es hijo de un rico coleccionista y financiero, propietario de una de las principales siderurgias del país, del Banco Nacional de Pittsburgh y con múltiples intereses. Desde niño, el joven Eben tuvo acceso a la educación más exclusiva, ingresando en los más elitistas centros. Desde temprana edad, Eben, como era conocido, empezó a destacar en los deportes. Compitió y alcanzó el subcampeonato nacional de golf amateur —entonces la prensa se refería a distinguidos aficionados como «el conocido sportman»— en los años 1902 y 1903, proclamándose campeón nacional en 1904.

Su padre le nombró presidente de su compañía siderúrgica, la AM Byers Co., muriendo poco después. Eben asumió el control de la fortuna empresarial de su padre.

En 1927, Eben regresaba a su casa cuando el tren en el que viajaba se detuvo bruscamente. La sacudida le expulsó de la litera en la que estaba, produciéndose una dolorosa lesión en un brazo.

Los dolores que le producía la lesión le llevaron a consultar con su médico, quien le prescribió un milagroso producto elaborado por el «doctor» William J. Bailey. Este señor no tenía doctorado alguno en medicina ni estudios en ese campo, pero poseía múltiples patentes de productos en los que los isótopos radiactivos eran componente básico, y explotaba la fascinación del público por algo tan novedoso como era la radiación.

Entre ellos, el Radithor era el producto estrella. Este consistía en una triple destilación de agua con isótopos radiactivos de radio 226 y radio 228, y su publicidad pregonaba que lo mismo curaba la impotencia que la halitosis, según anunciaba su fabricante.

Uno de los motivos del gran éxito del Radithor fue que el «doctor» Bailey ofrecía a los médicos que lo recetaran una comisión del 17 % del valor del producto. Una onza de líquido valía 6 dólares; se calcula que vendió cerca de medio millón de botellas. Pues hagan ustedes cuentas.

Una botella de Radithor en el Museo Nacional de Ciencia e Historia Nuclear en Nuevo México, EE. UU

Una botella de Radithor en el Museo Nacional de Ciencia e Historia Nuclear en Nuevo México, EE. UU

Volviendo al caso: tras recetarle el maravilloso producto, Eben empezó a encontrarse mejor. Fuera una reacción inicial por efecto placebo, autosugestión o lo que fuera, se convenció de los efectos positivos que el brebaje ejercía sobre él. Por lo tanto, comenzó a tomarlo regularmente.

Se calcula que, entre 1927 y 1930, el señor Byers ingirió unas 1.400 dosis de Radithor. Como les he mencionado antes, al principio pareció irle bien. Incluso se incrementó su fama de insaciable amante. Pero la ingesta del medicamento empezó a mostrar unos efectos secundarios no previstos.

Los primeros síntomas fueron una ligera pérdida de cabello y alguna ocasional sensación de mareo y debilidad, que solucionaba con más Radithor. En 1929 los síntomas eran: una extraña urticaria en todo el cuerpo, dolores de cabeza, pérdida de sensibilidad en la boca, mareos, náuseas, etc. Estos síntomas fueron aumentando en cantidad e intensidad. Será a finales de ese año, principios del siguiente, cuando decide suspender la toma de Radithor.

Ese año, Eben sufriría un extraño y espantoso proceso en su cuerpo. Primero se le cayeron todos los dientes, excepto los incisivos centrales de la mandíbula superior. Tras esto, comenzó a desintegrarse la carne y los huesos de la mandíbula, desde dentro hacia fuera. El Radithor estaba pasando una espeluznante factura al organismo de Eben Byers.

En 1931, la Comisión Federal de Comercio abrió investigaciones acerca del peligro del consumo de Radithor. La notoriedad social y la relación directa de Byers con el producto investigado hicieron que fuera citado a declarar ante la comisión. Para entonces, Byers estaba tan enfermo que de ninguna manera se encontraba en condiciones de viajar, por lo que se comisionó al abogado Robert Winn para que viajara hasta la mansión del magnate, en Long Island, y le tomara declaración.

Eben Byers

Eben Byers

En el informe de Winn se puede leer lo siguiente: «Es difícil imaginar una experiencia más espantosa, en tan magnífico entorno. A Byers le habían extirpado toda la mandíbula superior, excepto donde estaban situados sus dos dientes frontales, y la mayor parte de la mandíbula inferior. Todo el tejido restante de su cuerpo se estaba desintegrando y se le estaban formando agujeros en el cráneo».

Misericordiosamente, Byers no sufría dolores demasiado intensos. Su terrible agonía se alargó hasta el 31 de marzo de 1932. En su certificado de defunción consta que la causa de su muerte fue el envenenamiento por radio, aunque en realidad falleció a consecuencia de los cánceres producidos por el radio. Pero entonces no se sabían estas cosas.

La empresa fabricante de Radithor fue clausurada, pero Bailey se amparó en otras patentes que tenía y continuó ganando dinero y causando la muerte a personas.

El caso de Eben Byers propició la unificación de criterios respecto a los fármacos que se ponían a la venta, así como una regulación cada vez más rigurosa, con el fin de evitar casos semejantes. Fue el principio de las leyes reguladoras que tenemos hoy.

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