Fragmento del rollo de papiro que gracias a las nuevas tecnologías ha podido ser leído en un cinco por ciento
La IA y el estudio del pasado: así se utiliza para reconstruir rostros o traducir lenguas muertas
La inteligencia artificial ya no es solo cosa del futuro. Hoy ayuda a los investigadores a leer textos antiguos, reconstruir rostros de personajes célebres y descubrir nuevos patrones en crónicas, archivos y manuscritos que arrojan luz sobre la historia
En 1799, el lingüista Jean-François Champollion usó la Piedra Rosetta para descifrar los jeroglíficos egipcios. Este fragmento de estela contenía un mismo texto en tres escrituras distintas, jeroglífico, demótico y griego antiguo; lo que permitió compararlos y desentrañar el sistema de escritura del Antiguo Egipto.
Pero, ¿y si en lugar de una única piedra, Champollion hubiera tenido acceso a miles de textos? ¿Y si hubiera contado con una inteligencia artificial capaz de detectar patrones, cruzar datos y traducir lenguas en segundos? Lo que entonces llevó dos décadas de trabajo, hoy podría resolverse en horas. La inteligencia artificial no solo es una herramienta del futuro: ya está cambiando la forma en que exploramos el pasado.
Una inteligencia artificial funciona aprendiendo de grandes cantidades de datos: analiza esa información, detecta patrones y luego usa lo aprendido para hacer predicciones, reconocer imágenes, traducir textos o incluso escribir como un humano. No piensa como nosotros, pero «aprende» a imitar decisiones basadas en ejemplos anteriores.
Por ejemplo, un equipo de investigadores de la Universidad de Múnich ha utilizado inteligencia artificial para traducir más de 300.000 líneas de tablillas cuneiformes de la antigua Mesopotamia. Gracias a esta tecnología, no solo se aceleró la traducción, sino que se identificaron fragmentos hasta ahora desconocidos, incluido uno del mismísimo Épico de Gilgamesh.
Enrique Jiménez, oriundo de Granada y catedrático de la LMU de Múnich, destaca el salto cualitativo: «Es una herramienta que antes no existía, una base de datos enorme de fragmentos. Creemos que puede tener un papel clave en la reconstrucción de la literatura babilónica, permitiéndonos avanzar mucho más rápido».
El equipo In Codice Ratio, basado en la Universidad de Roma Tres, ha desarrollado una red neuronal para transcribir automáticamente manuscritos medievales latinos del Archivo Secreto Vaticano, con una precisión del 96 %, reduciendo drásticamente el tiempo requerido para digitalizar sus contenidos.
Por su parte, un equipo de la Universidad de Bristol ha analizado 35 millones de artículos de prensa (1800 1950) usando IA para identificar tendencias sociales, guerras, epidemias y evolución de roles de género Existen también plataformas como Transkribus y eScriptorium, usadas para reconocimiento automático de texto manuscrito (HTR), útiles en francés medieval, latín, árabe, griego antiguo o hebreo; que facilitan enormemente el trabajo de transcripción de fuentes históricas.
La investigación de textos no es el único uso de la inteligencia artificial en la investigación histórica. ¿Qué pasaría si Julio César pudiera mirarte a los ojos, o si Nefertiti te sonriera? Aunque parezca ciencia ficción, hoy es posible acercarnos al rostro de personajes históricos gracias a una combinación de arqueología, tecnología e inteligencia artificial. En los últimos años, técnicas de reconstrucción facial han permitido recrear de forma realista cómo habrían sido figuras célebres del pasado, utilizando desde bustos antiguos hasta restos óseos y momias.
El proceso comienza con la digitalización de la fuente disponible. En el caso de bustos romanos o retratos pintados, se escanean en 3D para capturar sus proporciones y detalles anatómicos. Estos datos se analizan con programas de modelado facial que, entrenados con miles de imágenes de rostros humanos, completan los rasgos que faltan: textura de piel, expresión, color de ojos y cabello, etc. En algunos casos, incluso se utiliza tecnología de animación facial para hacer que estas figuras sonrían, hablen o parpadeen en vídeo.
Cuando lo que se conserva son restos óseos o momias, entra en juego la reconstrucción forense. A partir del cráneo, los expertos estiman la forma del rostro y otros rasgos físicos. Si existe ADN recuperable, se pueden determinar incluso rasgos genéticos como el color de ojos o de piel. La IA ayuda a afinar estos modelos, aplicando realismo a las texturas, la iluminación y la expresión emocional del rostro.
Ejemplos destacados incluyen la reconstrucción digital del faraón Tutankamón a partir de su momia, el modelo facial de Ricardo III realizado tras hallar sus restos bajo un aparcamiento en Leicester, o los experimentos recientes con bustos de Julio César y Nerón, reinterpretados con IA para mostrar cómo se habrían visto en la vida real.
Aunque estas reconstrucciones siempre conllevan un margen de especulación, la tecnología actual permite crear imágenes cada vez más verosímiles. No se trata solo de curiosidad estética: ver los rostros del pasado nos conecta emocionalmente con la historia, y permite humanizar a figuras que antes sólo conocíamos por libros o estatuas.