Prisioneros en el campo Cowra
Picotazos de historia
¿Qué ocurrió en Cowra, la mayor fuga de prisioneros japoneses de la Segunda Guerra Mundial?
Un remoto campo australiano fue escenario de una de las mayores fugas de prisioneros durante la contienda mundial: cientos de soldados japoneses protagonizaron una evasión sangrienta como olvidada
Creo que muchos lectores estarán de acuerdo en que la película La gran evasión es una de las más entretenidas de las rodadas en la segunda mitad del siglo XX. El elenco de actores es espectacular, y la interpretación de todos ellos es tan buena que refleja el buen ambiente y la camaradería que se desarrolló durante el rodaje.
La película nos muestra lo que se afirma que fue la mayor fuga de prisioneros de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. Esta afirmación solo sería cierta si se apostillara un «en Europa» a esa frase. Y es que la mayor fuga —y la más sangrienta— que tuvo lugar en un campo de prisioneros durante ese conflicto ocurrió en un sitio del que no habrán oído hablar en su vida: Cowra, Australia.
En este apartado lugar del planeta, a unos 315 kilómetros al oeste de Sídney y en la región centro-occidental de Nueva Gales del Sur, se encuentra la comarca de Cowra. La comarca recibe su nombre de la ciudad del mismo nombre, que en aquel entonces contaba con una población de unos cinco mil habitantes (y hoy en día no hay muchos más).
Campo de prisioneros de Cowra, 1 de julio de 1944
Y es en este desolado punto —outback dentro del bush— donde el Gobierno australiano decidió construir un campo para prisioneros de guerra. Allí se levantó el Complejo de Prisioneros de Guerra n.º 12. Este era un importante centro de retención y concentración con una capacidad para unos cuatro mil prisioneros.
El campamento acogía un numeroso contingente de italianos (caídos prisioneros durante los combates en el norte de África), algunos alemanes pertenecientes a las tripulaciones de barcos mercantes capturados, coreanos, taiwaneses y unos cientos de soldados japoneses.
Las diferencias culturales jugaron un papel determinante en los acontecimientos que se desarrollarían. Las autoridades australianas aplicaban los acuerdos establecidos en la Convención de Ginebra, aunque Japón no fue signatario de la misma; pero la ignorancia de las costumbres y la incomprensión de la cultura nipona dio lugar a un choque en las relaciones entre cautivos y guardianes.
Así, los prisioneros italianos mantenían unas relaciones excelentes con los guardianes y la población civil. Los oficiales italianos eran clientes habituales del único restaurante de la localidad, y no era extraño que fueran servidos por otro prisionero italiano que se ganaba un pequeño emolumento trabajando allí como camarero.
Los alemanes eran más formales y discretos, pero había un mutuo respeto entre ambas partes, y las relaciones eran buenas. Los coreanos, taiwaneses y otros grupos asiáticos no japoneses mantenían un comportamiento dócil, discreto y apartado de la población local; eran amables y colaboradores.
El problema venía de un grupo de unos quinientos prisioneros japoneses. Estos se sentían incomprendidos, se mostraban agresivos y, culturalmente, vivían con angustia su situación como prisioneros, lo que representaba una vergüenza personal y familiar. Los guardianes sencillamente no podían comprender las complejidades de la cultura japonesa, con lo que intelectualmente se encontraban a años luz unos de otros. Durante la guerra, el Gobierno de EE. UU., consciente de este problema, encargó a la más brillante antropóloga del país, la doctora Ruth Benedict, un trabajo en este sentido. El resultado fue el magnífico estudio titulado El crisantemo y la espada.
Volviendo al tema de los prisioneros japoneses, la tensión entre este grupo y el 22.º Batallón de la Milicia Australiana —unidad encargada de la vigilancia del campo de Cowra— aumentó hasta el punto de que las autoridades decidieron reforzar a esta unidad con ametralladoras, para dotarla de una mayor y más disuasoria capacidad de fuego.
El 1 de agosto de 1944, un informante coreano avisó a los guardias de que los japoneses estaban hablando de organizar una fuga. Las autoridades del campo, una vez notificadas, decidieron dividir al grupo: enviar a otro campo a los soldados y dejar en Cowra a los oficiales y suboficiales. El día 4 se informó a los prisioneros japoneses de que esta división y traslado tendría lugar en los próximos días.
Esa misma noche, cerca de las dos de la madrugada, una solitaria corneta japonesa rompió el silencio. Los prisioneros salieron en tromba de sus barracones y, con disciplinada rapidez, formaron tres grupos que asaltaron las alambradas de los lados oeste, sur y norte del campamento. Lanzaron mantas sobre las alambradas, mientras otros prendían fuego a los edificios para aumentar el caos y la confusión.
Los soldados australianos abrieron fuego contra la masa de prisioneros. Los servidores de la ametralladora n.º 2 fueron superados y muertos por los japoneses. Antes de morir en sus puestos, consiguieron sacar el cerrojo del arma y lanzarlo en medio de la noche, evitando así que pudiera ser utilizada contra sus compañeros. Esa noche escaparon unos 359 prisioneros japoneses. Ninguno lograría huir de Australia: todos fueron capturados o muertos en los siguientes diez días.
El entierro de algunos de los prisioneros de guerra japoneses que perdieron la vida en la fuga masiva del Campamento B, (la sección japonesa), en el recinto de prisioneros de guerra nº 12 en la madrugada del 5 de agosto de 1944
Muchos prisioneros japoneses se negaron a ser capturados y cometieron suicidio. El coste total de la operación fue de cinco soldados australianos muertos (tres durante la fuga, uno durante la persecución y otro por un disparo accidental de un compañero), 235 oficiales y soldados japoneses muertos y 108 heridos. Un detalle a destacar es que, antes de llevar a cabo la fuga, los oficiales japoneses ordenaron que no se infligiera daño alguno a los civiles australianos. La orden se cumplió estrictamente.
El complejo de prisioneros n.º 12 estuvo en funcionamiento hasta 1947, cuando fueron repatriados los últimos prisioneros de guerra. La ciudad de Cowra alberga el único cementerio de guerra japonés en todo el continente australiano.