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'La Inquisición', cuadro de Goya

'La Inquisición', cuadro de Goya

Sin hogueras masivas ni persecuciones interminables: la verdadera historia de la Inquisición española

Su misión desde el origen fue ocuparse y perseguir un único delito: la herejía. «Un hereje era mucho peor que cualquier otro delincuente: un asesino, homicida, violador», explica Juan Carlos Domínguez Nafría, catedrático español de Historia del Derecho

Muerte, persecución y tortura son las palabras que más se utilizan para describir a la Inquisición española en el imaginario colectivo. Sin embargo, su historia fue muy diferente de cómo nos la han contado. Las fake news sobre la Edad Media son recurrentes, más aún cuando se habla sobre el tribunal de la Inquisición, cuya mirada actual fue dibujada en Amberes y otras regiones para desprestigiar a la monarquía española y crear un relato paralelo.

Al ver las cifras reales, las actas inquisitoriales y leer los estudios de varios historiadores, la leyenda negra sobre el tribunal inquisidor se desvanece. La Inquisición existió, sí, durante unos 300 años en España, pero su historia real es mucho menos macabra y, a la vez, más sorprendente que el relato que nos habían contado.

La Inquisición española fue creada en 1478 por los Reyes Católicos mediante una bula del Papa Sixto IV. Esto ya desmiente la idea de que es una institución medieval, cuando la mayor parte de su existencia sucedió en la Edad Moderna. A diferencia de otros países europeos, la Inquisición española se estructuraba de forma jerárquica como un tribunal independiente.

A la cabeza estaba el Consejo de la Suprema y General de la Inquisición, cuyos miembros tenían un poder similar al de cualquier ministro del rey. Por debajo se extendía una amplia red de tribunales locales que cubrían casi todo el territorio peninsular, e incluso Baleares y Canarias en periodos posteriores. Su primer inquisidor general fue el famoso dominico fray Tomás de Torquemada, figura que con el tiempo fue demonizada por la leyenda negra. Su misión desde el origen fue ocuparse y perseguir un único delito: la herejía.

Cuadro 'El Papa y el inquisidor' obra de Jean-Paul Laurens

Cuadro 'El Papa y el inquisidor' obra de Jean-Paul Laurens

«Un hereje era mucho peor que cualquier otro delincuente: un asesino, homicida, violador», explica Juan Carlos Domínguez Nafría, catedrático español de Historia del Derecho y uno de los mayores expertos sobre la Inquisición. Llegado a este punto, es importante entender que la inquisición es un procedimiento típico del derecho canónico, que jamás juzgó a judíos o musulmanes, e incluso los indígenas —súbditos de la Corona española— no podían ser juzgados por un tribunal inquisitorial.

Torturas y garantías legales

El proceso comenzaba con una denuncia o una investigación previa por parte de los inquisidores. Si se detectaban indicios de herejía, el sospechoso era detenido y encarcelado en las cárceles secretas de la Inquisición. Se las llamaba así porque el proceso era secreto. Intervenían al menos dos inquisidores y un delegado del obispo, encargados de abrir un procedimiento, llegado el caso, en el que el acusado tenía derecho a defensa letrada (algo inusual en muchos tribunales civiles de la época). Es más, en caso de condena se podía apelar.

La tortura formaba parte de ese procedimiento, bueno, con matices importantes. No se practicaba la tortura como tal, sino el tormento: «una institución procesal reglada que aspira a encontrar la verdad sobre un delito aplicando un determinado daño o dolor», apunta Domínguez Nafría. Esto es fundamental: su uso estaba reglado, era garantista y algo excepcional. Las instrucciones inquisitoriales disponían que el tormento solo se podía utilizar en caso de duda sobre la culpabilidad al final del proceso o para denunciar a otros. Lo autorizaban dos inquisidores y el delegado del obispo a través de un auto.

Es más, antes el sospechoso debía pasar una revisión médica y, durante el tormento, estaba presente un sanitario por si hiciera falta. «No se podía aplicar en miembros ya dañados, ni a mujeres embarazadas, niños o ancianos. Se iba graduando el daño, y solo se podía aplicar tres veces y no más de una hora de duración», detalla el catedrático. Por tanto, esos museos sobre la tortura inquisitorial medieval son completamente falsos.

Los mitos y mentiras sobre la Inquisición toman forma cuando se habla de números de ejecutados, quemados o torturados, pero el asunto es algo más complejo. No murieron millones de brujas y herejes ajusticiados por la Inquisición. En los más de tres siglos de historia de esta institución, las cifras aproximadas rondan los 150.000 procesos y unas 3.000 muertes por condena de la Inquisición española.

Aunque, dependiendo de las fuentes, podrían llegar a las 13.000 sentencias de muerte, estas no implicaban solo ejecuciones, sino también la quema de cuerpos desenterrados para juzgarlos o de efigies cuando la persona desaparecía. En comparación, en Londres se ajusticiaban unas 1.100 personas al año, entre 1730 y 1780.

Tanto la leyenda negra como la rosa destruyen un relato histórico que no necesita de adornos para destacar. Estudiar la Inquisición es entender cómo era la España del momento, sus valores culturales, jurídicos y humanísticos.

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