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Álvaro de Diego, director del Congreso de la Transición Democrática y de la España de la Libertad

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Álvaro de Diego, director del Congreso de la Transición Democrática y de la España de la Libertad

Álvaro de Diego: «La Memoria Histórica ha tratado de echar por tierra los logros de la Transición»

«Ha sido distorsionada la Transición por esta imagen de que, primero, fue una imposición para que, cambiando todo, todo continuara igual y los franquistas continuaran al frente de los puestos de responsabilidad y no se les pasaran cuentas por el pasado», según asevera el catedrático

Bajo el título La concordia fue posible: la Transición democrática y la España de la libertad, la Universidad CEU San Pablo reúne los días 26 y 27 de noviembre «a los principales protagonistas de nuestro cambio democrático», indica Álvaro de Diego, catedrático de Periodismo de la Universidad y director del congreso.

Según explicó el catedrático de Periodismo a este medio, las Universidades CEU quisieron sumarse a «la conmemoración del cincuentenario de la proclamación del Rey Juan Carlos I bajo el lema 'Transición, España y Concordia'», unos fastos que arrancaron con la investidura como doctores honoris causa de José Manuel Otero Novas (Universidad Cardenal Herrera-CEU), Miquel Roca (Universitat Abat Oliba-CEU), Marcelino Oreja y S.M. la Reina Doña Sofía (Universidad San Pablo-CEU). Además de incluir un Curso de Verano «España y la Monarquía», una exposición itinerante a partir de los fondos gráficos de Ya y Diario 16, el estreno de un documental que se emitió este 20 de noviembre en Telemadrid. Y como guinda de todo el programa, este congreso.

«La idea que se trata de transmitir con este Congreso es la siguiente: la Transición como paso ordenado de la dictadura a la democracia. Un logro colectivo de los españoles, del que tenemos que sentirnos orgullosos, que es muy necesario recuperar su espíritu en la hora actual y que, además, se trata de un éxito puramente doméstico que reconcilió a los españoles, y ofreció un espejo al mundo donde mirarse todos aquellos regímenes autoritarios que quisieran transitar de forma legal y sin especiales disidencias ni traumas hacia los sistemas democráticos», asegura De Diego en entrevista con El Debate.

–¿Qué significó la Transición?

–La Transición fue un episodio con sus lagunas y sus errores, pero ejemplar, porque permitió la reconciliación de los españoles, acabó con decenios de enfrentamientos y permitió alumbrar una Constitución —que es la actualmente vigente— que, por primera vez en la historia de España, fue obra de todas las fuerzas con representación parlamentaria, de todas las ideologías, y que votó mayoritariamente el pueblo español.

Por tanto, y en definitiva, la Transición fue una ejemplar muestra de cómo los españoles se reconciliaban, alumbraban un sistema democrático y ofrecían un ejemplo al resto de los países.

–¿Qué papel juega el Rey Juan Carlos en la Transición?

–El papel del Rey Juan Carlos en la Transición es absolutamente indispensable. El denominado, en su momento, piloto del cambio es aquel que, recibiendo de Franco y del sistema político franquista poderes casi omnímodos, renuncia a ellos y decide iniciar un proceso para conducir al país del autoritarismo a las libertades. Como he dicho, el Rey Juan Carlos había sido nombrado sucesor a título de Rey por Franco y por sus cortes en el año 1969 y; sin embargo, decide que va a cambiar todo desde arriba piramidalmente para que España tenga un sistema de libertades y quede homologada con el resto de países de Europa Occidental.

–¿Hasta qué punto la muerte de Franco aceleró o modificó los planes para una apertura política?

–Fue absolutamente fundamental por un motivo: lo particular de la Transición reside en que se aprovecha la legalidad del régimen anterior para impulsar el cambio democrático y en que son, además, los reformistas del franquismo quienes inician el proceso transformador.

En este sentido, la muerte de Franco fue condición absolutamente necesaria para que su sucesor, el Rey –que había nacido en el año 1938 en Roma y que no estaba hipotecado por la Guerra Civil– decidiera cambiar todo desde arriba. Y, por tanto, es muy interesante. ¿Por qué? Porque prueba que la reforma debía ir después de la sucesión: primero se debía practicar la sucesión, de Franco en Juan Carlos, y después acometer la reforma.

Lo que con Franco no era posible, con el Rey lo fue. ¿Por qué? Porque el Rey, una vez llegado a la Jefatura del Estado, decide cambiar la correlación de fuerzas dentro del sistema político y colocar al frente de ese sistema político a los aperturistas que existían en el franquismo –sí–, pero que, sin embargo, no estaban puestos en primera fila. Con Franco no se podía hacer; con Juan Carlos, sí.

–¿Hasta qué punto la violencia política (ETA, extrema derecha, conflictos laborales) condicionó la Transición?

–La violencia terrorista incidió fundamentalmente en los años en los que España estaba en tránsito hacia la democracia y consolidaba su democracia. ETA había matado bastante poco durante la dictadura, pero, sin embargo, se vio inmediatamente que, a pesar de que algunos terroristas fueron incluidos en la amnistía de octubre del 77, inmediatamente continuaron matando tras haber sido encarcelados.

Por tanto, ETA –fundamentalmente ETA– ha sido el enemigo de la democracia a lo largo de estos 50 años, y se demostró bien pronto que lo que se presentaba como una fuerza antifranquista y separatista no era, sin embargo, una fuerza democrática. Ha sido el principal enemigo de la democracia y ha condicionado, en realidad, a todos los gobiernos.

La estrategia de ETA –el «cuanto peor, mejor»– se centró fundamentalmente en asesinar, en principio, a miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, para tratar de provocar una involución en el sistema político y evitar que la democracia se consolidara. Fracasaron, sin duda.

Una de las claves de la Transición reside en que, con independencia de algún episodio aislado –de los cuales el 23-F es el más llamativo–, el grueso del Ejército se mantuvo fiel a la legalidad constitucional y a la democracia, y evitó caer en las provocaciones y en la estrategia criminal de ETA.

La Memoria Histórica ha tratado de echar por tierra los logros de la Transición

–¿Cuáles fueron las principales concesiones que hicieron las distintas fuerzas políticas?

–El espíritu de consenso es el que anima la Transición y el que fructifica en la Constitución española de 1978. Todas las fuerzas políticas cedieron, y para bien. Se admitió al Partido Comunista en el juego democrático, cuestión que desaconsejaban democracias consolidadas como Estados Unidos o la República Federal de Alemania, pero se entendía que la democracia, por primera vez en la historia de España, debía ser cosa de todos y, por tanto, todos debían ceder.

Quienes desconfiaban de los comunistas tuvieron que aceptar esto, y quienes desconfiaban de que una democracia impulsada, al principio, por los reformistas del franquismo fuera una democracia válida, tuvieron también que ceder en este sentido. De tal manera que, entre la reforma y la ruptura, al final lo que se impuso fue la ruptura pactada, que reflejaba las presiones tanto de unos como de otros en favor de la construcción de una España mejor en la que no hubiera ningún tipo de excluidos.

–¿Cree que la visión del proceso de Transición ha sido distorsionada en la actualidad?

–Sin ninguna duda, comprender la Transición significa comprender el origen de nuestra democracia, y significa mantener la vigencia de la Constitución, que, al fin y al cabo, es la norma fundamental que nos rige.

La Transición –que en principio tuvo una prensa favorable y que contó con una acogida en la opinión pública no solo española, sino también internacional, muy positiva– ha sido, a lo largo de los años, muy criticada y, a juicio de algunos, desmitificada.

Es cierto que hubo errores, pero lo que creo que no es adecuado es pensar que la Transición no fue un episodio globalmente modélico, que no reconcilió a los españoles, que no permitió la construcción de un sistema democrático –el mejor del que hemos disfrutado en toda nuestra historia–, e incluso que no facilitó un modelo de cambio pacífico a la democracia para el resto de países en esa tercera ola de la democratización a la que aludía Samuel P. Huntington.

La memoria histórica ha sido, realmente, esta corriente que ha tratado de echar por tierra los logros de la Transición y cambiar una visión equilibrada del proceso.

–¿Cuáles son los mayores mitos o malentendidos que existen sobre esa etapa?

–Yo creo que lo fundamental es que fue una imposición de la derecha —dicho en términos globales— y de los herederos del franquismo sobre el resto de fuerzas políticas, especialmente de la izquierda y los nacionalismos. Esto no es verdad.

Desde el mismo momento en que la Ley para la Reforma Política convoca elecciones libres, y a ellas se pueden presentar todos los partidos políticos sin exclusión, la Transición entra en una fase que es, en realidad, de ruptura, de construcción de la democracia. Por tanto, la Constitución la elaboran todas las fuerzas con representación parlamentaria, y no hay absolutamente ningún excluido.

Ha sido distorsionada la Transición por esta imagen de que, primero, fue una imposición. Fue, prácticamente –según equivocadamente se dice–, una imposición «lampedusiana», para que, cambiando todo, todo continuara igual y los franquistas continuaran al frente de los puestos de responsabilidad y no se les pasaran cuentas por el pasado.

También hay otra visión extendida: que la Transición se hizo desde abajo. Fue el pueblo —entendiéndose esto en el sentido genérico— quien realizó la Transición. Y esto no es así.

La Transición fue un proceso elitista, de arriba abajo, lo cual no quiere decir, necesariamente, que sea negativo. El pueblo español dio su asentimiento, dio su respaldo, a este proceso iniciado desde arriba, que empezó por la figura del Rey, por el plan planteado por el presidente de las Cortes, Torcuato Fernández Miranda, y, en una primera fase, ejecutado por un presidente del Gobierno elegido conforme a los procedimientos legales de la dictadura: Adolfo Suárez.

Por tanto, la Transición no fue un modelo de abajo arriba, sino de arriba abajo, lo cual no necesariamente tiene por qué ser negativo.

–¿Qué aspectos quedaron pendientes y aún afectan a la España actual?

–En principio, quizá el llamado problema territorial fue el que quedó peor solucionado, por cuanto esta pugna con los nacionalismos periféricos —a la que ya Ortega se había referido en el caso de Cataluña, pues había dicho que realmente había que conllevar este problema porque no tenía solución—, pues es obvio que no se ha resuelto. La Constitución y el espíritu de la Transición no han conseguido cerrar esta cuestión, que limita mucho a la democracia española.

Pero en los últimos años, y por efecto de los cambios políticos y de la memoria histórica, es verdad que se han reabierto cuestiones que, en principio, parecían cerradas y que, al parecer, no lo están. Por ejemplo, el respeto a las minorías es algo que se decidió en la Transición, pero no se decidió, como es natural, que las minorías impusieran su visión sobre las mayorías. Y esto ha ocurrido en la última etapa, por cuanto, en gran medida, los nacionalismos periféricos han conseguido condicionar la política española, con todos los acontecimientos que hemos visto desde la etapa de Zapatero y, en especial, en el Gobierno de Pedro Sánchez, donde se ha aprobado una ley de amnistía que, realmente, supone una enmienda a la totalidad del proceso de la Transición.

En gran medida, supone que, si el franquismo aprobó el paso a la democracia respetando las leyes vigentes, da la impresión de que, en esta situación en la que estamos ahora, se utilizan las leyes vigentes para transitar hacia una situación de involución, es decir, una situación peor.

Por tanto, creo que no solo ha sido el problema territorial el que ahora está pendiente, sino, en cierto modo, la ruptura del espíritu de la Transición, con todas las consecuencias negativas que yo supongo.

–Cuando se habla del «espíritu de la Transición», ¿a qué nos referimos exactamente?

–Se refiere al consenso, es decir, que España, al fin y al cabo, es resultado de lo que deseen el conjunto de los españoles a través de sus representantes legítimos y sus representantes electos.

Ahora bien, este espíritu de consenso, esta idea de acuerdo, supone derribar muros; supone que las dos principales fuerzas con representación parlamentaria y con implantación en el conjunto del territorio nacional deberían llegar a grandes acuerdos de Estado que no deberían ser traspasados.

Pero, a la vez, también –como he dicho antes– ese espíritu de la Transición supone el respeto a los procedimientos legales para cambiar las cosas.

Lo que no se puede es saltar por encima de la ley, quebrar la legalidad o jugar torticeramente con esta legalidad para ir a una situación de involución, de imposición sobre una parte de los españoles. Y esto, por tanto, es, quizás, algo que va contra el espíritu de la Transición.

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