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Una de las pocas fotografías que existen de Bahadur II Zafar

Una de las pocas fotografías que existen de Bahadur II ZafarWikipedia

Picotazos de historia

El trágico final de Bahadur II Zafar, el último emperador de la India

El imperio británico puso fin a la casa imperial India. Su último emperador tuvo un final humillante

En la histórica ciudad india de Lahore podemos encontrar la tumba que el emperador de la India –el gran mogol, la sombra de Dios en la tierra– ordenó construir para albergar las cenizas de Anarkali, la bailarina favorita de Jahangir, cuarto emperador.

La tumba fue terminada en el año 1610. Hoy el hermoso edificio alberga el Archivo Punjab, que contiene una vasta documentación relacionada con la administración británica de la región del noreste. Pero, también, las copias de la documentación relacionada con el Residente británico en Delhi.

Esta documentación se creía destruida durante los sucesos de los años 1857 y 1858, en los que la antigua capital de los emperadores mogoles fue prácticamente destruida.

El poder y la autoridad de los emperadores de la India fue menguando desde que el sha de Persia –Nadir Sha– saqueó Delhi y Agra en el año 1739, llevándose los mayores tesoros.

Entre ellos estaba el fabuloso trono del pavo real, cuajado con las más espectaculares joyas como el Koh I Noor o el rubí Timur. Tras este desastre, los diferentes funcionarios imperiales que regían las distintas regiones siguieron reconociendo la soberanía del emperador, pero actuando de manera cada vez más independiente.

Por otro lado, la Compañía Británica de las Indias Orientales, tras la batalla de Plassey en 1757, asumió el control del cobro de impuestos, en nombre del emperador, en áreas cada vez más extensas del subcontinente.

Los británicos utilizaron estos fondos para reclutar ejércitos nativos (cipayos) que les ayudaron a absorber otros estados, siempre actuando como vasallos del emperador. Así consiguieron controlar la mayor parte del subcontinente indio y la figura del emperador dejó de serles de utilidad.

En 1857, fecha de la sublevación de los cipayos, el residente británico en Delhi se había transformado de un representante político-diplomático de los intereses de la Compañía ante el Fuerte Rojo (residencia imperial) a un Gobernador General de Delhi, su territorio y los estados limítrofes. Y como tal se esforzaba en hacer sentir al emperador que era un mero títere, un hueco título, al cual se le permitía vivir una función ceremonial restringida.

Cuando tuvo lugar la sublevación era emperador Bahadur II Zafar (1775–1862). Tenía entonces ochenta y dos años cuando su palacio fue asaltado por centenares de cipayos que habían asesinado a sus oficiales británicos y a todo europeo que encontraron por el camino.

Acudían a él por un atavismo cultural y de autoridad. Desaparecida la figura del sahib volvían sus ojos a la autoridad y referente que siempre habían tenido, tanto hindúes como musulmanes.

Bahadur era una personalidad abúlica, indecisa, bondadosa y refinada. Era un poeta de talento y mecenas que protegió las artes de todo género. Culturalmente los últimos años del imperio fueron brillantes.

Los años empezaban a pasar factura en la mente del anciano, así que el caos y la desorganización que vino con los cipayos trastocaron completamente su pequeño mundo y lo superaron por mucho.

Aun así trató de proteger, sin éxito, a los prisioneros británicos que fueron llevados o buscaron protección en su palacio, y a la población de la ciudad, de la que se sentía responsable, frente a los abusos de las tropas sublevadas y de los fanáticos musulmanes que fluían hacia la ciudad.

Tras los combates, que terminaron con el salvaje asalto y saqueo de la ciudad de Delhi, buscó refugio en las afueras y se entregó a sus enemigos.

Sus principales hijos y un nieto fueron fríamente asesinados por un oficial llamado William Hodson.

Este había levantado una unidad de irregulares que resultaron vitales al aportar información y funciones de exploración a las tropas británicas.

Hodson había dado garantías al emperador respecto a que se respetaría su vida, algo por lo que fue muy criticado ya que era de interés de los británicos que este hubiera desaparecido tras el asalto a la ciudad. Hodson moriría a las pocas semanas.

Zafar fue juzgado por los británicos. Estos querían acabar con cualquier derecho, rastro de poder o legitimidad que pudieran tener los descendientes de Tamerlán, que habían regido la India durante trescientos cincuenta años.

El juicio duró 41 días. Los jueces nombrados –todos oficiales subordinados– fueron presionados para dar una sentencia de culpabilidad pero no de ejecución. El antiguo ministro y médico personal de Zafar fue sobornado para que testificara contra su señor. Cosa que hizo y fue determinante para la condena del preso.

El exemperador de la India, durante el tiempo que duró el juicio, recibió un trato humillante. Esto es algo en lo que están de acuerdo todos los testimonios de la época, hasta los más furibundos imperialistas británicos o familiares de asesinados durante el motín.

La condena fue la de exilio a perpetuidad. El 7 de octubre de 1858 Zafar abandonó Lahore, ciudad a la que jamás regresaría.

Las autoridades británicas decidieron enviarlo a Rangún, capital de Birmania que había sido recientemente incorporada a la Compañía.

El emperador y las personas que quisieron acompañarlo, dieciséis en total, fueron instaladas en parte del campamento prisión de Rangún. Tenían prohibido abandonar el recinto y para su mantenimiento el gobierno británico dispuso una asignación de dos annas (una rupia se componía de cien annas) por persona al día.

Menos de lo que suponía una jornada de trabajo de la más baja de las lavanderas de Delhi. También se dieron órdenes estrictas para que, bajo ningún concepto, se permitiera al prisionero tener papel, lápiz, pluma o tinta. Jamás se referían a él como emperador o dándole tratamiento alguno. Siempre era mencionado como «el prisionero de Estado»

Zafar, poeta al fin, escribiría sus composiciones en las paredes de su celda utilizando un palo con la punta chamuscada. Cada dos meses la celda era encalada de nuevo.

El último emperador de la India, el heredero del gran Tamerlán, murió a las 5 de la mañana del día 7 de noviembre de 1862. Inmediatamente se dispuso lo necesario para su entierro.

El cadáver fue conducido a la parte de atrás del recinto de la prisión, donde sería enterrado a las 4 de la tarde del mismo día. Sólo se permitió que acompañaran el féretro a sus dos hijos supervivientes y a un anciano mullah para que dirigiera los rezos funerarios.

El féretro, una tosca caja más bien, fue depositado dentro de un agujero que allí se había cavado. Después fue rociado con abundante cal para asegurar la destrucción de los restos. Terminada la ceremonia se colocaron los trozos de césped sobre la tierra removida y se levantó una cerca de bambú en un amplio perímetro de la tumba. En unos meses era imposible distinguir donde estaba la tumba, que es lo que se pretendía.

En febrero de 1991 unos obreros que cavaban en la construcción de un desagüe encontraron los restos perdidos del último emperador de la India.

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