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16 de abril de 2024

Ilustración: Putin Ucrania Otan

Vladimir Putin frente a la bandera de la Alianza AtlánticaLu Tolstova

Día 40 de guerra en Ucrania

Las razones de Vladimir Putin para invadir Ucrania

Quienes defienden los argumentos de Moscú no consideran que los posibles errores de Ucrania o de la OTAN justifiquen la invasión de un país soberano

En algunos medios se han publicado recientemente severas críticas de algunas declaraciones de militares retirados que, con todo derecho —–opinión es libre–pero sin demasiado rigor, defienden, justifican o muestran respeto por la agresión rusa a Ucrania.
En todos los colectivos hay voces discrepantes. Entre los militares, en activo o retirados, también. Lo que no hay, aunque parezca deducirse de algunos de los artículos, es una posición corporativa que tienda a admirar el militarismo de Putin.
Para tranquilidad de todos, es bueno advertir que quienes culpan a la OTAN o a Zelenski de la guerra son, seguramente, tan minoritarios entre los militares como entre los demás españoles. Y es bueno recordar también que ni siquiera quienes defienden los argumentos de Moscú consideran que los posibles errores de Ucrania o de la OTAN justifican la invasión de un país soberano.
En un mundo que no responde a explicaciones maniqueas ¿cómo saber quién es el responsable de este conflicto? En principio, hay un país que invade a otro. ¿Cuáles son sus pretextos? ¿Legítima inquietud por la seguridad de Rusia? ¿Agravios históricos? ¿Prevención de un genocidio? Entre un espeso bosque de mentiras interesadas es difícil asegurar cuáles son las verdaderas razones que llevan a Putin a comenzar una guerra a la que, por vergüenza, no le da ese nombre.
A su propio pueblo, Putin le promete rescatar a los ciudadanos de etnia rusa que viven en Ucrania de las garras de los nazis que gobiernan la nación hermana. La prensa rusa, amenazada con cierres administrativos o largas penas de prisión si cuenta lo que de verdad ocurre en los campos de batalla, da fe de que eso es precisamente lo que su ejército está haciendo. Resulta difícil, sin embargo, compaginar los éxitos que reflejan los partes de guerra rusos con la parquedad de los objetivos alcanzados.
A raíz del reciente ataque de dos helicópteros ucranianos a unos tanques de combustible en suelo ruso, se queja un experto militar consultado por el periódico Izvestia en el macarrónico español de los traductores automáticos: «De los informes del Ministerio de Defensa, sabemos que casi todos los aviones y helicópteros de las Fuerzas Armadas de Ucrania fueron destruidos. Resulta que esto no es del todo cierto».
Cuando tiene oportunidad, Putin añade a su variado argumentario presuntas razones históricas. Y es que la historia es un terreno peligroso donde cualquier aprendiz de brujo puede encontrar agravios que le ayuden a movilizar a sus seguidores.
No hay, sin embargo, encantamientos más contradictorios. Sorprende que, en las declaraciones de independencia de las dos provincias secesionistas del Donbás, su propio territorio se considere indivisible e inalienable. La autodeterminación que reclaman para ellos mismos no se la conceden a Mariúpol, una ciudad que, quiéranlo o no sus habitantes, pertenece a la República Popular del Donetsk y debe ser martirizada en el altar de su sagrada integridad territorial.
Contradicciones de este tipo están presentes en el ideario de todos los nacionalismos europeos, incluidos los españoles. De ahí esa extraña simpatía que en esos círculos se siente por el autoritario líder ruso. Hay, sin embargo, buenas razones para desconfiar de argumentos similares a los que, no hace mucho, empleó el ISIS para reclamar Al Ándalus.
En la arena internacional, en la que las razones que Putin da al pueblo ruso –tan parecidas a las que utilizó Hitler para justificar la invasión de Checoslovaquia– se saben falseados y jurídicamente insuficientes para amparar la agresión a un estado soberano, Putin ha elegido culpar a la amenaza que, según él, supone la ampliación de la OTAN hacia el este. Buscando el apoyo de China –siempre dispuesta a sumarse al bando que se oponga a EE.UU. por su política en Taiwan–alega el líder ruso que lucha en aplicación de una legítima defensa que, en este caso, sería más profética que preventiva: no estaba Ucrania el mes pasado más cerca de entrar en la OTAN de lo que lo estuvo en los últimos 14 años.
Como cada uno puede hacer de su capa un sayo, algunos analistas de todo el mundo han dado crédito a lo que a muchos nos parece un mero pretexto. Para empezar, si Putin teme a la OTAN, carece de lógica que la desafíe, la amenace y, en cierto modo, la humille. Más razonable es pensar que es la OTAN quien teme las armas nucleares rusas. ¿Pudiera ser que, como hacen muchos perros pequeños, Putin esté ladrando por miedo a otros canes más grandes? Cualquier duda razonable se desvanece a medida que avanza la campaña y Putin se quita la careta: la renuncia de Zelenski a la entrada en la OTAN no supone al parecer para Rusia «un avance significativo en las negociaciones de paz».
Si descartamos los pretextos oficiales, ¿qué nos queda? ¿Qué hay detrás de Vladimir Putin? Digámoslo claramente: un reguero de conquistas. Osetia del Sur, Abjasia y Crimea son, hasta el momento, los trofeos de guerra de un líder que, como los reyes medievales, busca el engrandecimiento de su poder y de su gloria por medio de campañas bélicas que añaden territorios a su corona.
Sabe Putin que los enemigos exteriores unen a los pueblos, previenen desafecciones y permiten leyes draconianas para dominar a los descontentos. Esta es, pues, una guerra de conquista en el exterior y de refuerzo del poder interno del líder ruso sobre sus conciudadanos. Una guerra anticuada, que no se libra en beneficio de Rusia –que pagará un precio demasiado alto por las migajas que consiga arrebatar a Ucrania– sino del propio Putin.
Hacen bien los ucranianos en no ceder terreno, porque lo que no consigan defender ahora no lo van a poder recuperar en la mesa de las negociaciones. Y hace bien Europa en ayudarles con duras sanciones económicas y suministrándoles las armas que necesitan porque, si la conquista resultara sencilla, el líder ruso, a quien tanto gustan los baños de masas, no tardaría en volver a por más.
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