
Ferdinand 'Bongbong' Marcos
¿Hay nostalgia de dictaduras?
La reciente victoria de Ferdinand Marcos Sr. en Filipinas demuestra que los abusos de regímenes autoritarios no importan mucho a los votantes de hoy si las democracias no saben estar a la altura de las circunstancias
Ni su apellido ni las causas judiciales pendientes han supuesto impedimento alguno para que Ferdinand «Bongbong» Marcos haya logrado una victoria arrolladora en las elecciones presidenciales de Filipinas, celebradas a principios de este mes.
El historial de su familia es más bien abultado: durante los más de veinte años en que su padre, Ferdinand Marcos Sr., con la ayuda de su madre, Imelda Romuáldez, rigió los destinos de Filipinas, fueron detenidos alrededor de 70.000 enemigos del Estado, de los cuales unos 34.000 fueron torturados y 3.000 acabaron siendo asesinados.
Sin olvidar un latrocinio a las arcas del Estado que asciende a cientos de millones de dólares. Pero los filipinos, a sabiendas de ese pasado, han votado masivamente al hijo de ese matrimonio.
Marcos Jr., de quien muchos recuerdan su comportamiento chulesco durante la dictadura de sus padres, no ha mostrado arrepentimiento alguno por el pasado de su familia. Es más: lo reivindica. ¿Por qué molestarse? ¿No obtuvo su madre un escaño parlamentario en tres ocasiones desde que volvió al archipiélago?Blanquear las dictaduras
Banzer, por razones que aún hoy siguen sin aclararse, nunca fue juzgado, se recicló rápidamente en el juego democrático y en 1997 fue elegido presidente de Bolivia. Una situación que guarda cierta similitud con la del militar guatemalteco Efraín Ríos Montt (1926-2018), que se presentó, sin éxito, a los comicios presidenciales de 1974 antes de dar un golpe de Estado ocho años más tarde.
Permaneció en el poder algo más de un año, pero en ese corto periodo, con el país sumido en una guerra civil, no se paró en barras para reprimir con dureza a sus oponentes.
Los más de 100.000 muertos que le achacan las organizaciones de derechos humanos no fueron óbice para que, una vez instaurada la democracia, fuera elegido presidente del Parlamento. No se libró de un juicio posterior por genocidio, pero éste fue anulado por vicio de forma.
Resucitar las dictaduras
Surge, pues, un interrogante: ¿Cómo interpretar esa tendencia de algunos países de votar democráticamente a antiguos dictadores o a sus descendientes directos?
Según señala a El Debate Pedro Fernández Barbadillo, autor de una tesis doctoral sobre el Principio de No Reelección Presidencial en los países de Iberoamérica, «la progresía, que es la que controla el debate político y la fabricación de pensamiento, optó hace décadas por el relativismo y la posmodernidad: nada importa, sé lo que quieras, nadie puede juzgarte, bienvenida a la multiculturalidad…»; de ahí que ese modo de pensar «no se haya quedado en la universidad» y tenga como consecuencia social la siguiente pregunta: «¿Quién eres tú para decirme si el candidato al que voto no es, para ti, suficientemente demócrata? Cállate y respeta mi decisión».
El fenómeno no afecta solo a Iberoamérica. También a Europa. Aleksander Kwasniewski fue presidente de Polonia entre 1995 y 2005, tras haber servido al régimen comunista hasta el último día, primero como dirigente juvenil y luego como ministro, pasado por el cual nunca ha confesado el menor remordimiento.
Sin embargo, supo adaptarse pronto a la nueva realidad y bajo su batuta Polonia ingresó en la Unión Europea y en la OTAN y apoyó a Estados Unidos durante la Guerra de Irak. Un giro de 360 grados que no ha sido el único en tomar.
Más lo que llama la atención en su trayectoria es el hecho de que su primera victoria presidencial se produjo apenas seis años después del desmoronamiento del comunismo y su adversario se llamaba Lech Walesa, el presidente saliente, cuya gestión había sido mediocre.
Prueba de que la democracia no es un fin en sí mismo: hay que cuidarla y dotarla de estabilidad, política y económica para que se consolide. Un doble objetivo que Walesa, pese a su prestigio como disidente, no supo lograr.
Y si no se alcanza, es muy probable que despierten determinadas añoranzas. Porque las dictaduras no dejan solamente malos recuerdos en algunos sectores de las poblaciones concernidas. Es lo que ocurrió en Italia después de la Segunda Guerra Mundial.
El poder del recuerdo
La duodécima disposición transitoria final de la Constitución de 1948, aún en vigor, prohíbe expresamente la reconstitución del Partido Fascista. Una prohibición que los nostálgicos de Benito Mussolini sortearon utilizando otro nombre, Movimiento Social Italiano (Msi), para perpetuar su legado.
El Msi, dirigido por antiguos cuadros medios del régimen fascista, empezó a obtener notables resultados electorales a partir de los cincuenta, según se iba esfumando la memoria de los años negros y la democracia italiana comenzaba a exhibir patologías que aún perduran.
El nuevo partido se arraigó con especial fuerza en el sur de Italia, donde el fascismo había realizado cuantiosas inversiones públicas que mejoraron considerablemente el nivel de vida de los ciudadanos de la zona.
Éstos devolvieron el favor con la papeleta electoral. El fenómeno tuvo un impacto limitado -en ningún momento quedó amenazada la estabilidad democrática italiana-, pero el Msi tuvo grupo parlamentario de forma ininterrumpida en la Cámara de Diputados entre 1953 y 1995, año en que se auto disolvió. El cordón sanitario impuesto al Msi fue, a a la postre, vano.
La longevidad de ese partido se explica, en parte, por la capacidad de adaptación de sus sucesivas cúpulas, que supieron pasar de la nostalgia pura y dura a un discurso adaptado a cada momento, pero sin renegar nunca del pasado. Y aceptando poco a poco, y con carácter irreversible, las reglas democráticas.
Con todo, «si Bolsonaro y Bongbong Marcos ganan elecciones se debe al fracaso de los partidos tradicionales, sobre todo de los de izquierdas que se dedican a satisfacer antojos de burgueses ricos y estériles (cambio climático, temperatura del aire acondicionado, LGBT…)», Y, añade, «el anhelo de los pueblos por mantener su identidad, vivir en paz y alcanzar cierta prosperidad hoy solo lo satisfacen los ‘outsiders’ de la política».
Únicamente en algunas situaciones. Pero la denuncia, legítima y necesaria, de los abusos de las dictaduras podrían quedar en saco roto si los mandatarios que gobiernan las democracias no están a la altura de las circunstancias. La democracia sigue siendo un bien frágil.