Las grandes guerras se inician en verano. Muchos analistas fueron reticentes a pronosticar una guerra en invierno justamente por ese motivo.
La Primera Gran Guerra se inició en pleno verano de 1914, la Segunda Guerra Mundial a finales de verano de 1939 y nuestra Guerra Civil en España comenzó en el verano de 1936. Pero la operación de ocupación por parte del ejército ruso se inició el 24 de febrero, en pleno invierno.
¿Se puede esperar que el conflicto de Ucrania detone una guerra mayor este mismo verano? ¿Y si la guerra en Ucrania se sale de control?
De un lado podemos considerar que Rusia ha cruzado las líneas rojas de Occidente por su invasión a una nación soberana y por su conducta en la guerra y Occidente, así mismo, ha cruzado las líneas rojas de Rusia con su ayuda militar a Ucrania y la manifiesta intención de ampliar las fronteras de la OTAN hacia el norte y el este.
Sin embargos, las verdaderas líneas rojas aún no se han traspasado, se han establecido un conjunto de reglas invisibles, tácitas pero reales. Entre ellas, la aceptación por parte de Rusia de envíos de armas pesadas aliadas y apoyo logístico y de inteligencia a las fuerzas ucranianas, o la aceptación, por parte de los gobiernos occidentales, de la guerra convencional rusa dentro de las fronteras de Ucrania.
La intervención de tropas occidentales sobre el terreno traspasaría para Moscú los límites de lo tolerable. Asimismo, el uso de armas de destrucción masiva por parte de Rusia supondría la necesaria intervención de la OTAN. Hasta ahora estas reglas invisibles han funcionado y prueban que ni Joe Biden ni Vladimir Putin quieren una guerra más amplia, en principio.
Sin embargo, una ampliación de la guerra es ciertamente posible. Hoy en día, ningún mecanismo internacional controla el conflicto. Las Naciones Unidas han sido periféricas en esta ocupación de un territorio soberano, y la Unión Europea se mantiene al margen.
Estados Unidos no está en condiciones de poner fin a esta guerra en sus términos, y tampoco lo están Rusia ni Ucrania. La prolongación de la guerra, sin fin a la vista, es inevitable.
Diplomáticamente no hay vía posible de paz, por el momento: Las conversaciones entre Kiev y Moscú se han interrumpido y, a pesar de los esfuerzos, no ha habido diplomacia ruso-estadounidense desde el 24 de febrero.
Si a esto le añadimos el tamaño y la complejidad del conflicto, el número de países implicados y las nuevas tecnologías en uso, la mezcla se vuelve potencialmente peligrosa.
Washington ha sido explícito sobre «hasta dónde llegar en Ucrania», está claro que «no intervendrá directamente», que «no dictará a Ucrania objetivos de guerra más maximalistas que los establecidos en Kiev».
Pero Estados Unidos está suministrando inmensas cantidades de equipamiento, subrayando la distinción entre la autodefensa de Ucrania, con la que Washington está inequívocamente comprometido, y los ataques ucranianos contra la propia Rusia.
El apoyo militar de Washington a Ucrania está calibrado en esta línea: quieren que Ucrania gane en sus términos y en su territorio, pero no quieren que esto se convierta en una guerra regional e incluso mundial. Joe Biden, el pasado 31 de mayo, publicó un artículo de opinión en The New York Times donde habla de estos objetivos.
Putin ha sido más desafiante, prometiendo «consecuencias» por la ayuda militar aliada. La propaganda rusa aboga regularmente por ataques nucleares acotados y, por muy exagerados que sean sus mensajes, generan un consenso en el Kremlin y dentro de la opinión pública rusa.
En junio, en medio de una disputa sobre la entrega de mercancías a Kaliningrado, donde está su avanzada naval en el Báltico, Putin amenazó a Lituania con medidas punitivas no especificadas. Lituania es miembro de la OTAN, y un ataque ruso desencadenaría un conflicto militar directo.
Otras forma con las que se cuenta que Putin podría aumentar su hostigamiento a Occidente serían: facilitar una crisis en los Balcanes para mejorar su posición, sea a través de golpe político en Serbia, o participando con actividades paramilitares o lanzando una invasión directa.
Otra posibilidad son grandes ciberataques contra infraestructuras críticas en Europa y Estados Unidos. Todo ello constituye un gran riesgo. Estas opciones llevarían a Estados Unidos y al entorno occidental a tomar represalias, abriendo un nuevo capítulo en este conflicto.
La guerra en Ucrania es igualmente propensa a los accidentes y, cuanto más prolongada, más riesgo. Por ejemplo, unas reglas tácitas de «guerra fría» pueden ser totalmente evidentes para la política del presidente Putin, pero no para sus oficiales al mando, quienes lidian con los contratiempos en el campo de batalla.
Ciertas situaciones podrían alentar un ataque aéreo fuera de Ucrania e irse las cosas de las manos y, en ese caso, la Alianza interpretaría ese ataque como una escalada dirigida por el Kremlin.
En este punto de la partida, un error de cálculo por parte de los contendientes tendría poca vuelta atrás y una guerra abierta entre Rusia y la OTAN sería inminente.
En las guerras siempre hay un factor trágico. Una guerra prolongada puede salirse de control, aunque ninguna de las partes tome la decisión deliberada de intensificarlo.