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18 de abril de 2024

Jair Bolsonaro y Lula da Silva

Jair Bolsonaro y Lula da Silva

Elecciones Brasil 2022  Lula, el favorito, y Bolsonaro se baten el cobre del poder en unas elecciones muy polarizadas

La polarización que, desde hace años es también el lastre de la mayor economía de América Latina, se dirime este domingo en las urnas.
Estas elecciones en Brasil aparecen como una nueva muestra de que la política como herramienta de cambio es un asunto de otra era y que sus ejecutores, artesanos o meros obreros (calificados o no), representan una raza en extinción.
Uno de sus últimos exponentes no es otro que Luiz Inácio Lula Da Silva, el candidato con más posibilidades de jaquear definitivamente del poder a Jair Bolsonaro.
Puertas adentro, esos años laten en la memoria colectiva de los brasileños, como de cierta bonanza macroeconómica y de ascenso social para cerca de 28 millones de personas.
Dicho esto, también están presentes escándalos de corrupción suficientes para erosionar la política más que a los glaciares.
De ese barrizal se obtuvo el sedimento necesario para moldear la figura de Jair Bolsonaro y ungirlo luego en la Presidencia. Ese lugar al que por estas horas busca aferrarse con unas previsiones poco optimistas –por no decir deprimentes– en la encuestas.
Para ver hasta dónde degradó la acción política, bastó con tener que soportar el último debate entre los candidatos el pasado jueves.
Bolsonaro salió, desde el minuto cero, como uno de esos boxeadores que buscan acabar todo en el primer round, acusando a su contrincante de «Ladrón, gánster» y de ser, en el 2002, el «autor intelectual» del asesinato de Sergio Daniel, ex prefecto (alcalde) de Santo André (San Pablo) y por entonces tesorero del Partido de los Trabajadores (PT).

Acostumbrado a las peleas en el barro desde su infancia en el Gran San Pablo, Lula le entró al saco de lleno acusando al presidente de «mentiroso»

Acostumbrado a las peleas en el barro desde su infancia en el Gran San Pablo, Lula le entró al saco de lleno acusando al presidente de «mentiroso» y prometió firmar un decreto que levante el sigilo de 100 años que impuso sobre el expediente con la acusación por corrupción a sus hijos, los Bolsonaro Juniors, «para saber qué es lo que busca esconder usted por 100 años». De cómo solucionar los problemas que aquejan al país? Poco y nada.
Esos problemas son muchos estructurales y otros generados en estos cuatro años de un gobierno errático en manos de un ex militar moldeado para llegar al Palacio del Planalto, bajo la inspiración de Donald Trump.

Sectores de la diplomacia estadounidense blanquearon desde hace días sus temores de que Bolsonaro se fuese a tentar con seguir el camino de Trump en aquello de no reconocer los resultados

No en vano algunos sectores de la diplomacia estadounidense blanquearon desde hace días sus temores de que Bolsonaro se fuese a tentar con seguir el camino de Trump en aquello de no reconocer los resultados.
En estos cuatro años, el presidente pareció utilizar el Estado de Derecho como si fuera un enemigo. Sobreactuó y esos poderes son los que despiertan sus temores.

Lula está muy cerca de obtener un triunfo el domingo, sin tener que apelar a la segunda vuelta, pautada para el 30 de octubre

Con el ojo en las últimas encuestas de Datafolha, Lula está muy cerca de obtener un triunfo el domingo, sin tener que apelar a la segunda vuelta, pautada para el 30 de octubre.
De confirmarse esos pronóstico, la recuperación que viene evidenciando la economía brasileña, con un crecimiento moderado (1.2 por ciento) en el segundo trimestre y un descenso de la inflación, no habrían sido suficientes para cambiar el humor social con un gobierno errático en lo económico, que no supo lidiar ni con la pandemia y, mucho menos con la crisis social.
Una administración que se ha caracterizado por el histrionismo, los gritos cuarteleros y el machismo exacerbado del presidente.

El regreso de Lula

Y entonces reapareció Lula. Exculpado por la Justicia y con los reflejo del «animal» político que es intactos. Cuando en noviembre de 2019, recuperó su libertad, se abocó de lleno a tejer una alianza para poner fin al bolsonarismo y tratar de suturar las heridas de la democracia.
Se reunió de inmediato con el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, (1995-2003), su otrora acérrimo enemigo político. Pactaron y de allí surgió la candidatura y el nombre de su candidato a vicepresidente, Geraldo Alckim, ex gobernador de San Pablo y uno de los hombres de confianza de Cardoso.

El Lula de hoy, el veterano ex presidente que sigue emocionando a las multitudes en campaña, no es ya aquel combativo al que muchos de los viejos militantes del PT podrían estar aguardando

El Lula de hoy, el veterano ex presidente que sigue emocionando a las multitudes en campaña, no es ya aquel combativo al que muchos de los viejos militantes del PT podrían estar aguardando.
Allí contó con un ejército de artistas e intelectuales, encabezados por Caetano Veloso, Anita y Chico Buarque, convocando a ese sinónimo brasileño de otros tiempos más lejanos, «la felicidade», y al voto útil. En cambio, en su desesperación, el ex paracaidista (otra de las particularidades que lo emparenta con el difunto Hugo Chávez), apeló sobre el final al símbolo de la selección brasileña de fútbol, Neymar. A la hora de construir esperanza todo vale. Desde la disputa del voto entre los evangelistas hasta los seguidores en Twitter de una estrella en vísperas del mundial.
Con un liderazgo construido en la negociación permanente (desde sus tiempos de sindicalista), Lula tiene un desvelo: ampliar su base política en el caso de que todo se termine mañana (domingo), o bien luego de tener que bregar hasta fines de octubre para lograrlo.

El peso de la centro derecha

Esos apoyos que necesita no están en el progresismo, al que carga con comodidad en sus alforjas, ni en el espíritu socialdemócrata de Alckim y Cardoso, sino en la centroderecha.
La crítica situación fiscal que heredará el próximo gobierno, es el campo fértil para que un eventual Lula presidente pueda convocar a otros sectores con los que supo enfrentarse a lo largo de su dilatada carrera político-sindical, de la misma forma que lo hizo con Alckim-Cardoso.
En la memoria está más que almacenado su empresa más ambiciosa en la primera década del siglo, cuando se erigió en un exitoso jefe de marketing de multinacionales brasileñas (Odebrecht y Camargo Correa, entre ellas) por el mundo, vendiendo la «Marca Brasil».
Si hasta supo hacerse, casi al mismo tiempo, con la realización de un Mundial de Fútbol en el 2014 y los Juegos Olímpicos en el 2016.
Una muestra palpable de esa renovada heterodoxia la dio hace unos días en un encuentro con empresarios en San Pablo donde no dudó un ápice en cuestionar la parálisis de la Argentina, en manos de sus amigos (Cristina y Alberto Fernández), para tomar distancia de tamaño fracaso.

Y es que para Lula, la única idea irrenunciable —en un presente donde las ideologías quedaron tan en el pasado como los telégrafos— es la negociación permanente

Y es que para Lula, la única idea irrenunciable –en un presente donde las ideologías quedaron tan en el pasado como los telégrafos– es la negociación permanente. Lo hizo, lo de negociar, hasta con el cáncer.
Buscar un consenso es la herramienta que la mayoría de los partidos latinoamericanos tiene arrumbada en un desván que bautizaron, en homenaje a la transición española: la Moncloa.
En ese contexto reaparece este veterano de mil batallas, que puede llegar a quedarse largos segundos en blanco, tildado (como le ocurrió en el primer debate televisado en agosto último) pero que muestra sus reflejos políticos intactos.
Un momento, ese de la campaña en el que no faltaron los trumpistas autóctonos del bolsonarismo para compararlo en los memes con Joe Biden.
Otra postal de la etapa proselitista que tuvo hasta muertos a un lado y otro. Eventos que permiten encender todas las alarmas: las de la violencia política y las de la energía del hipotético futuro presidente, con el sólo fin de que no afecten el futuro inmediato del país.
Con esos riesgos incluidos, con la desesperada lucha del paracaidista presidente y la actuación siempre estelar de uno de los últimos anímales políticos del continente, la polarización brasileña se dirime finalmente en el último terreno todavía habilitado para estos fines: las urnas
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