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29 de marzo de 2024

Irán Arabia Saudí

Retrato del jeque chií Nimr al-Nimr, cuya ejecución en Arabia Saudí en 2016 provocó la ruptura de relaciones con IránAFP

La «pax china» entre saudíes e iraníes promete paz en Oriente Medio y una derrota de EE.UU.

La diplomacia china logró un inédito acuerdo entre dos rivales históricos e irreconciliables como son Irán y Arabia Saudí

El inesperado estrechamiento de manos el pasado viernes en Pekín entre Arabia Saudí e Irán podría ser la palanca que abra la puerta a una nueva era en Oriente Medio tras décadas de guerras.
Si el acuerdo que ha permitido el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambas potencias islámicas funciona, la disputada región podría pasar de ser una tierra de conflictos a una de diplomacia.
No en vano, saudíes y persas han sido el principal elemento de conflictividad medio oriental desde el triunfo de la revolución islámica en Irán en 1979.
Con permiso del conflicto palestino-israelí, la competición entre Arabia Saudí e Irán por el dominio de Oriente Medio –y sus lucrativos recursos petrolíferos y gasísticos– y la hegemonía de su visión del islam, han arrastrado a la región a un sinfín de guerras.
Irán, China, Arabia Saudí

El responsable de la diplomacia china Wang Yi, junto con los representantes iraní y saudíAFP

Ambos países son dictaduras teocráticas islámicas ricas en hidrocarburos, y ambos buscan imponerse en sus confluyentes áreas de influencia.
Para ello, no han dudado en servirse de la división religiosa del mundo islámico: Irán, principal referente chií, se sirve de la población chií de Irak, Siria o Líbano para imponerse.
Arabia Saudí, principal referente suní –junto con Egipto– se sirve de su condición de custodio de las ciudades santas de Medina y la Meca para ganarse el apoyo del mundo islámico.
La competencia entre ambos ha arrastrado a la región medio oriental a su particular guerra fría, con conflictos calientes en Irak, Kuwait, Siria, Líbano o Yemen donde, de forma directa o indirecta a través de organizaciones no estatales, han competido por la hegemonía.
Irán es el principal padrino de organizaciones terroristas como Hezbollah, Hamás o Yihad Islámica.
Arabia Saudí ha tratado de minar los gobiernos suníes en la región mediante la promoción y financiación de grupos salafíes que, en última instancia, han alimentado la formación del monstruo del terrorismo yihadista con el rostro de Al Qaeda y Estado Islámico.
El último escenario del enfrentamiento lo constituye Yemen, donde hutíes (rebeldes chiíes) y suníes se enfrentan en una sangrienta guerra civil desde 2014 con el patrocinio de Irán y Arabia Saudí.
El enfrentamiento entre Arabia Saudí e Irán parecía destinado a terminar en un conflicto directo –en un contexto especialmente inflamable con la guerra de Yemen y la ofensiva de Estado Islámico en pleno auge– en 2016, cuando el régimen teocrático de Riad ejecutó a un conocido clérigo chií, el jeque Nimr al-Minr, y a otras 46 personas acusadas de terrorismo.
Otro momento especialmente peligroso se produjo en 2019, cuando los hutíes del Yemen ejecutaron con éxito un ataque con drones contra instalaciones petroleras saudíes.
Arabia Saudí y Estados Unidos no dudaron en acusar a Irán de estar detrás del ataque, acusación que Teherán rechazó.
Como en la Guerra Fría que enfrentó al bloque democrático con el comunista tras la Segunda Guerra Mundial, la particular guerra fría que desde 1979 enfrenta en Oriente Medio a Irán con Arabia Saudí cuenta también con su propia red de bloques y alianzas.
En el bloque iraní, con mayor o menor grado de implicación, podría situarse el Irak post Sadam Hussein. También Líbano, siempre al albur de sus propios equilibrios religiosos y políticos. La Siria de Bashar al Asad y el Yemen de los hutíes.
Del lado saudí estaría, prácticamente todo el mundo islámico suní, con especial acento en las «petro-monarquías» de la península arábiga.
En cuanto al juego de alianzas, Irán cuenta con el respaldo de China, Rusia, India y los regímenes socialistas hispanoamericanos.
Arabia Saudí posee una relación estratégica, con sus 'tira y afloja', de Estados Unidos y sus aliados.
Otro elemento para incluir en la ecuación es la situación de Israel. Irán, y sus regímenes satélites, es el enemigo acérrimo del Estado de Israel.
El régimen de los ayatolás ha jurado destruir a Israel, y se ha erigido como la principal amenaza existencial para el Estado judío.
Arabia Saudí, azuzado por sus socios estadounidenses, está en pleno proceso de acercamiento a Israel, que podría concluir con un reconocimiento formal similar al que ya existe entre Israel y Jordania, Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Marruecos.
Más allá de la posible distensión entre saudíes y persas, el acuerdo también subraya el creciente papel de China como mediador –y pacificador– en conflictos enquistados.
La exitosa mediación de China revelaría que Estados Unidos está perdiendo su papel de árbitro global en favor de Pekín. En ese sentido, la «pax china» en Oriente Medio revelaría una importante derrota diplomática para Estados Unidos.
Por el momento, a Washington no le queda más remedio que ser testigo y patalear: «Habrá que ver si Irán cumple con sus obligaciones», declaró el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby.

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