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02 de mayo de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat

La batalla de Zaporiyia: una crónica por escribir

Sin haber conseguido el efecto sorpresa, le espera al
Ejército ucraniano una larga batalla en la que, al contrario de lo hecho por Rusia en Donetsk, no debería enredarse en combates de atrición

Actualizada 04:30

Las fuerzas de Kiev han lanzado una contraofensiva en los tanques son piezas claves

Las fuerzas de Kiev han lanzado una contraofensiva en los tanquestwitter.com/DefenceU

Transcurridos apenas unos días desde el comienzo de la contraofensiva ucraniana, ya hay impacientes que, contra toda lógica, demandan resultados inmediatos. Temprano aparecen los agoreros que empiezan a analizar las razones del fracaso de las tropas de Zelenski, mucho antes de que tal fracaso se haya producido.
Es cierto que Rusia se ha apresurado a anunciar la abrumadora derrota de los atacantes en los distintos escenarios de los combates. Sus portavoces enfatizan las enormes pérdidas del enemigo en ofensivas estériles, incapaces de romper las líneas rusas en ninguno de los frentes escogidos por el Ejército ucraniano. Pero no hay por qué creerles: eso es algo que también hicieron durante semanas en el sector sur de la contraofensiva del pasado otoño, para terminar retirándose de la ciudad de Jersón y abandonando la margen derecha del Dniéper.

Blindados destruidos

Si hay una novedad en esta avalancha de comunicados triunfalistas que acompaña a toda batalla de alguna entidad, habría que buscarla en las imágenes de la destrucción de un puñado de carros de combate y vehículos blindados de procedencia occidental. Como era de esperar, los medios rusos celebran el éxito de sus tropas como si en vez de enfrentarse a, en el mejor de los casos, unas decenas de carros de combate modernos, hubieran derrotado a la mismísima Alianza Atlántica.

El efecto real de lo que los rusos han conseguido es insignificante

Sin negar el valor propagandístico de las imágenes publicitadas por el Kremlin, el efecto real de lo que los rusos han conseguido es insignificante. Nadie puede creer que las modernas tecnologías en que se basan muchos de los sistemas de armas occidentales entregados al Ejército ucraniano los haga invulnerables.
La superioridad que el material norteamericano demostró sobre el de origen ruso en diversos escenarios de combate, entre los que destaca la guerra de Irak, no se cimentaba solamente en la ventaja en la lucha individual, carro contra carro o avión contra avión. Tanto o más importante ha sido la integración de una multitud de medios aéreos, terrestres y marítimos en complejos sistemas capaces de explotar con ventaja todas las dimensiones del combate.
Militares ucranianos disparan un obús M777 contra posiciones rusas cerca de Bakhmut

Militares ucranianos disparan un obús M777 contra posiciones rusas cerca de BakhmutAris Messinis / AFP

La guerra moderna, tal como se entiende en Occidente, comienza con una campaña aérea, protagonizada sobre todo por misiles y aviones furtivos apoyados por potentes sistemas de guerra electrónica, para obtener la superioridad aérea. Continúa con la explotación de esa superioridad para desarticular al enemigo antes de llegar a cualquier enfrentamiento simétrico, en tierra o en la mar.
Ninguna de esas fases previas a la contraofensiva está al alcance de Ucrania, que apenas dispone de una menguada fuerza aérea y que está sujeta a la prohibición expresa de usar medios occidentales para atacar los centros de mando y control y los nodos logísticos en territorio ruso.

Guerra de trincheras

Hay otras formas de hacer la guerra, menos dependientes de la superioridad tecnológica. Pero no deberíamos esperar ver en ellas campañas relámpago. Por si sirve de referencia, el Ejército ruso, cuya superioridad aérea es incontestable, tardó nueve meses en tomar Bajmut, asaltando trinchera tras trinchera al lento paso de la Primera Guerra Mundial.
Mal acostumbrados por las precipitadas retiradas rusas de Kiev, Járkov y Jersón, podemos pensar que los ucranianos son capaces de avanzar más deprisa que sus enemigos. Pero basta recordar las primeras semanas de la ofensiva en la región de Jersón para entender que, si los rusos de verdad resisten, los avances se ralentizan.
Si se analiza la actual contraofensiva con sosiego, hay muchas razones para pensar que no va a parecerse mucho a las del pasado otoño. La rotura de las líneas rusas va a ser mucho más difícil, porque Rusia ha tenido tiempo para fortificarse sobre el terreno y, aunque desde fuera sigan observándose importantes disfunciones, sobre todo en relación con el principio del mando único en las operaciones militares, probablemente habrá logrado resolver algunos de los problemas logísticos y organizativos que sufrió en los primeros meses de la guerra.

Las mejores bazas ucranianas están en la calidad de sus soldados y en su moral

Ucrania, por su parte, ha mejorado en equipamiento, pero sigue sin disponer de la superioridad aérea que necesita para ablandar las defensas del enemigo antes asaltar sus posiciones, y tampoco tiene suficientes sistemas antiaéreos de largo alcance para evitar acciones esporádicas de la fuerza aérea rusa cada vez que esta se atreve a arriesgar sus aviones para contribuir a resolver momentos críticos sobre el terreno.
Las mejores bazas ucranianas están, desde el principio de la guerra, en la calidad de sus soldados y en su moral. Un año después, a esta ventaja cualitativa de los primeros meses es probable que se una la cuantitativa. Aunque no disponemos de cifras confirmadas sobre el progreso de la movilización en Ucrania, cabe esperar que, al menos en los sectores escogidos para el contraataque, el Ejército de Zelenski goce de amplia superioridad numérica.

¿Es posible una campaña relámpago?

La dirección de los primeros avances ucranianos, en el frente de Zaporiyia, hace pensar que el objetivo de la contraofensiva es, como habían previsto casi todos los analistas, llegar al mar de Azov y cortar la comunicación terrestre con Crimea.

Una rotura decisiva del frente puede llegar de la mano de la superioridad o de la sorpresa

Con las cartas que hay sobre la mesa, sería impensable que Ucrania consiguiera tan ambicioso objetivo en pocas semanas. Una rotura decisiva del frente puede llegar de la mano de la superioridad o de la sorpresa. Descartada la primera, como hemos dicho, tampoco ha sido posible engañar al Ejército ruso sobre los puntos que debía defender.
En el nivel estratégico, la contraofensiva estaba anunciada. Tanto como lo estuvo el desembarco aliado en las playas del norte de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Ni en uno ni en otro caso había otras alternativas, y no se hizo el menor esfuerzo por disimularlo. Pero si en 1944 los aliados supieron encontrar la sorpresa en el nivel operacional, haciendo que Hitler pensara que el desembarco sería en Calais en lugar de Normandía, el Estado Mayor ucraniano no parece haber encontrado –insisto en que es pronto para estar seguro– un señuelo suficientemente eficaz.
Sin haber conseguido el efecto sorpresa, le espera al Ejército ucraniano una larga batalla en Zaporiyia en la que, al contrario de lo hecho por Rusia en Donetsk, no debería enredarse en combates de atrición. Si algo le dan los blindados occidentales es una mayor capacidad de maniobra, que seguro que Zaluzhy sabe aprovechar.
Y en cuanto al lector, espectador como yo mismo desde la distancia, solo le cabe aguardar con paciencia el resultado de los combates y, sin darle más importancia de la que tiene –esta será una guerra muy larga– celebrar que Rusia, que en su día tuvo el segundo Ejército del mundo, se ha visto obligada a paralizar las operaciones de conquista en Ucrania para meterse en las trincheras y ponerse a la defensiva. ¿Quién lo habría dicho hace 16 meses?
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