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28 de abril de 2024

El presidente francés Emmanuel Macron

El presidente francés Emmanuel MacronAFP

Los golpes de efecto de Macron en la escena internacional debilitan a su país

El presidente de Francia multiplica las declaraciones sonoras y contundentes al tiempo que su país da marcha atrás en sus zonas de influencia

«Hoy no hay consenso sobre el envío de tropas terrestres de manera oficial, aceptada y respaldada. Pero en términos dinámicos, no hay que descartar nada. Haremos todo lo necesario para garantizar que Rusia no pueda ganar esta guerra».
Esta es la frase exacta que pronunció el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, el pasado 26 de febrero en la rueda de prensa posterior a la Conferencia de Apoyo a Ucrania, celebrada en el Elíseo, que congregó con gran pompa a los representantes de 27 Estados países.
El primer teletipo, publicado, como no podía ser menos, por la Agencia France Presse, se limitó a indicar que Macron «no excluía enviar tropas terrestres». No hizo falta más para que, en cuestión de minutos, el presidente fuese objeto de críticas por parte del grueso de la prensa internacional y de severas matizaciones por parte de sus aliados: Estados Unidos, Reino Unido y España, entre otros.
La recriminación que más ha dolido en París ha sido la emitida desde Berlín, su principal socio. A nivel mediático y, sobre todo, político. «Lo que se decidió entre nosotros desde el principio sigue siendo válido para el futuro: no habrá tropas terrestres, ni los Estados europeos ni los miembros de la OTAN enviarán soldados», replicó secamente el canciller Olaf Scholz.
Las diferencias de apreciación entre Alemania y Francia en relación con la Guerra de Ucrania son perceptibles desde el inicio del conflicto –principalmente sobre el tipo de ayuda a la nación agredida– si bien no habían aflorado de una forma tan desabrida.
Para intentar remediar el entuerto e intentar sosegar al resto de aliados –un ahondamiento de divergencias podría tener consecuencias lamentables a medio plazo–, los ministros de Asuntos Exteriores de ambos países se reunirán en París el próximo martes.
La única personalidad –con indiscutible autoridad sobre la materia– que ha acudido al rescate de Macron ha sido Bruno Tertrais, probablemente el analista geoestratégico más respetado de Francia.
Escribe en Le Point: «probablemente nunca habrá fuerzas de combate occidentales en Ucrania, salvo quizás si Rusia atacara directamente los medios marítimos y aéreos desplegados fuera del territorio ucraniano. Pero puede haber elementos militares europeos en territorio ucraniano como parte de nuestra ayuda a Kiev. Y es bueno haber roto este tabú. En lugar de temer constantemente cruzar hipotéticas ‘líneas rojas’ rusas, quizá deberíamos dejar de tranquilizar a Vladimir Putin sobre nuestras propias inhibiciones, que hasta ahora sólo le han animado a continuar su agresión».
«Romper el tabú» y «dejar de tranquilizar a Vladimir Putin». Entiéndase que Macron ha querido dar un golpe de efecto psicológico. Si es así, se puede decir que ha logrado su objetivo.
Y sin innovar: desde que fue elegido presidente de la República en 2017, su diplomacia se ha caracterizado más por los coups d’éclat que por los resultados concretos.
El que más permanece en la retina de muchos es aquel viaje a Moscú en febrero de 2022 para tratar de convencer a Vladimir Putin de renunciar a la invasión de Ucrania: el mandatario ruso le trató con desdén, sentándole a seis metros de distancia, y siguió con sus planes de guerra.
Unas gesticulaciones diplomáticas propias de la diplomacia gala posmoderna cada vez que estalla una crisis.
Sin ir más lejos, a principios de 1991, cuando, a punto de iniciarse las operaciones militares de la Guerra del Golfo –tras rechazar Sadam Hussein todos los ultimátum para evacuar Kuwait–, desde París –que tenía desplegados 19.000 soldados en Arabia Saudí bajo mando norteamericano– se pergeñó un proyecto de mediación in extremis con Irak, frustrado sin contemplaciones desde Washington.
Estos destellos son, pues, una constante de un país con atractivo y prestigio, pero cuya influencia y prestigio en la escena internacional han ido decayendo. El problema es que, con Macron en el Elíseo, el fenómeno se ha agudizado, incurriendo no ya en contradicciones, sino en auténticos bandazos pensados más para generar titulares y a adaptarse a las fluctuaciones demoscópicas del momento.
En el caso de Ucrania, el presidente ha pasado del «no hay que humillar a Rusia» de las primeras semanas del conflicto a la insinuación de la semana pasada que abre la posibilidad a un envío de tropas terrestres ¡contra Rusia!
Asimismo, en el conflicto que enfrenta a Israel con Hamás en Gaza, la hemeroteca está repleta de declaraciones sonoras y contundentes de Macron, cada una en contradicción con la anterior.
Todo ello en un marco en el que la diplomacia francesa sufre reveses en su zona de influencia: el caso más llamativo es el del Sahel, donde París está, en la práctica, retirando sus tropas de varios países de la zona, empezando por Níger, donde el exitoso golpe de Estado del pasado verano tenía un carácter antifrancés evidente.
Subiendo, hacia el Magreb, las relaciones con Marruecos siguen en el punto muerto, y la visita de Estado del presidente de Argelia a París acaba de ser pospuesta por tercera vez en menos de un año.
Estos pasos atrás suelen tener consecuencias geopolíticas más duraderas que las declaraciones que nutren los golpes de efecto diplomáticos de Macron.
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