¿Por qué Trump despenaliza el pago de sobornos fuera de Estados Unidos?
El presidente modifica la legislación que penaliza a las empresas por el pago de mordidas, coimas o cometas que vuelan en buena parte de los países subdesarrollados, en vías de desarrollo y en muchos de los que creen ser el primer mundo

Trump muestra uno de sus decretos firmados
Donald Trump ha firmado un decreto, otro más, donde anula la ley que prohíbe pagar sobornos a las empresas estadounidenses en el extranjero. La decisión ha desatado una reacción en cadena de condenas y acusaciones de incentivar la corrupción desde el Ejecutivo.
El presidente de Estados Unidos intenta modificar la legislación que penaliza a las empresas por el pago de mordidas, coimas o cometas que vuelan en buena parte de los países subdesarrollados, en vías de desarrollo y en muchos de los que presumen de ser el primer mundo. ¿Por qué lo ha hecho? Para ser más competitivos, respondió Trump al grupo de periodistas que se ha convertido en su sombra dentro y fuera del Air Force One.
Hombre de negocios por encima de cualquier otra virtud como político, Trump sabe que las licitaciones, privatizaciones, obras públicas y cualquier tipo de inversión en los países mencionados (aunque no sean por el nombre) suelen ir acompañadas del sobre de turno, paquete, maletín o transferencia en algún paraíso fiscal. Lo sabe él y lo saben todos, incluida la defenestrada Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (FCPA, por sus siglas en inglés), en vigor desde 1977.
En Alemania, hasta finales de los años 90, las coimas en el exterior se podían desgravar en la declaración de Hacienda
En Alemania, hasta finales de los años 90 las coimas en el exterior se podían desgravar en la declaración de Hacienda. El consorcio Ferrostal y las firmas IBM o Siemens, entre otras, lo podían poner en práctica sin problemas, aunque en Argentina y EE.UU. tuvieron sus «tropiezos» con la justicia. Esos escándalos perjudicaron la reputación de las inversiones alemanas y facilitaron un cambio en la legislación y en los códigos de conducta de las empresas.
Silvio Berlusconi, en cierto modo precursor de la figura de Donald Trump, en febrero de 2013 declaraba a la RAI: «Los sobornos son un fenómeno que existe, que no se pueden negar cuando se negocia con los países del tercer mundo o con algunos regímenes».
Il Cavalieri entró de lleno en el tema a raíz del escándalo de corrupción internacional que llevó a los fiscales a ordenar la detención de Giuseppe Orsi, ex jefe de la empresa estatal italiana de armamento Finmeccanica. En el mismo proceso se abrió una investigación contra el presidente del grupo energético italiano ENI, Paolo Scaroni. La India y Argelia eran los territorios donde tenían colocadas sus fichas.
A Julio De Vido, exministro de Planificación del matrimonio Kirchner, se le conocía en el ambiente como Movicom, en alusión a los teléfonos móviles que obligaban a marcar el 15 por delante de cualquier otro número. El 15, se entiende, por ciento de la inversión que fuera. Entre los empresarios, las risas eran sonoras cuando se lo mencionabas porque el 15, garantizaban, se quedaba chico.
Las privatizaciones en Argentina durante el primer gobierno de Carlos Menem (1989-95) se las llevaron en su mayoría empresas españolas. Telefónica, lo que era entonces Gas Natural, Repsol etc. Todas aseguraban que el proceso había sido limpio, pero en el imaginario argentino se identificaban —y se identifican— aquellas operaciones con coimas y trampas. Hasta a las compañías de seguridad, —Prosegur quizás sea la más famosa—, e incluso de limpieza o de juegos y casinos, se las atribuía habilidad para contar los dólares que iban a entregar en maletines que no hacía falta reclamar. Esto, por no hablar del papel de «recepcionistas» de los sindicatos donde descubres a multimillonarios de fortuna inexplicable.
Los empresarios se quejaban amargamente de tener que someterse a este tipo de prácticas. En conversaciones privadas te daban cuenta de ellas con todo lujo de detalles que, naturalmente, negarían en público. Había unanimidad en el lamento, pero cuando preguntabas por qué no hacían un frente común y se negaban a pagar, la respuesta era la misma: «Siempre habrá alguno que pague y se quede con el negocio».
Lo dicho, Donald Trump lo sabe todo. En el fondo, lo que ha hecho ha sido sincerar una situación vergonzosa, lamentable y condenable, pero real.