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Roberto Starke
AnálisisRoberto StarkeEl Debate en América

Cristina Kirchner, presa: ¿cambia el mapa del poder en Argentina?

La expresidenta argentina era la perfecta adversaria, magnetizante, reconocible, con capacidad de polarización. Era la cara visible de todo lo que Javier Milei busca confrontar

La expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner saluda a sus simpatizantes desde el balcón de su residencia en Buenos Aires

La expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, desde el balcón de su residencia en Buenos AiresAFP

En política, como en el boxeo, una vez que te subes al ring, no hay vuelta atrás. Cristina Fernández de Kirchner fue, se subió al ring de la política durante casi dos décadas, y ocupó el centro de la escena en casi todos los rounds. El orden político se estructuró a su imagen y semejanza y le otorgo al peronismo su identidad. Fue Javier Milei quien la desafió y se convirtió en la figura opositora que la desplazo. Milei es su contracara perfecta. Sin tibieza ni timidez amenazó con desterrar al kirchnerismo de la escena política y, hay que decirlo, lo está consiguiendo.

Su condena definitiva por corrupción dictada por la Corte Suprema de Justicia, y la consiguiente imposibilidad de ser candidata, no solo altera el panorama interno del peronismo y los sume en una enorme incertidumbre. Pero como todo acto político tiene doble cara: dejo al oficialismo sin un nítido y conocido. Como sabemos en la lucha política, hay que contar con un adversario bien definido. Milei, lo tenía en Cristina, su contracara.

Cristina no desaparece. Es una superviviente y en política sobrevivir es el principal objetivo a cumplir, no importa cómo. Seguirá siendo una protagonista política, aunque acorralada, limitada y disminuida. Su protagonismo simbólico no se borra de un día para el otro, pero queda claro que no podrá ejercer el tipo de liderazgo que mantuvo durante más de una década. Su gran desafío está en redefinirlo, intentar disciplinar a su tropa y confirmar que ella es la jefa.

En este sentido, Axel Kicillof es la gran víctima del momento. Considerado uno de sus herederos hasta ahora, no ha logrado —o no ha querido— cortar el cordón umbilical con Cristina. Sigue respondiendo a su jefatura pero esto lo desdibuja frente a sus seguidores que esperan que en algún momento haya definiciones más claras. Hoy se muestra indeciso y titubeante, con respuestas poco nítidas. Cuando un periodista le preguntó si la indultaría, titubeo y esquivó la respuesta. Es que la figura ejerce autoridad y nadie sabe hasta donde llega su poder real.

Del otro lado, el oficialismo enfrenta una paradoja: perdió su foco de contraste. Como dijimos, en política se necesita un adversario. La política, no me canso de repetirlo, es discusión sobre valores, discusión sobre el futuro y sobre el poder. Cristina era la perfecta adversaria, magnetizante, reconocible, con capacidad de polarización. Era la cara visible de todo lo que Milei busca confrontar. Y su sola presencia servía para movilizar emocionalmente a los votantes libertarios.

Esta dinámica tiene consecuencias narrativas profundas. La política actual premia la confrontación. La moderación, la conciliación y el pacto se han vuelto, en muchos contextos, palabras vacías. Los liderazgos más exitosos de las últimas décadas han construido su identidad en torno a un antagonista: alguien a quien combatir y, al hacerlo, justificar el propio proyecto. Milei lo entendió bien. Su narrativa gira en torno a la destrucción de un enemigo: el «colectivismo», «la casta», y en términos más concretos, el kirchnerismo.

Pero ¿qué ocurre cuando ese enemigo pierde centralidad o deja de estar disponible? A Milei le convenía que Cristina compitiera. Dos modelos bien diferenciados, dos estilos de liderazgo, dos visiones del Estado. El contraste era ideal y hasta necesario. Su ausencia lo obliga a recalibrar. El Gobierno argentino no es que haya perdido la brújula política, pero deberá ajustarla. Es decir, debe reenfocar su estrategia y redefinir sus ejes narrativos. El binomio «kirchnerismo o libertad» empieza a sonar hueco si el kirchnerismo entra en fase de dispersión.

A Milei le convenía que Cristina compitiera

Este fenómeno no es exclusivo de Argentina. En Alemania, por ejemplo, el oficialismo demócrata-cristiano encontró en el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD) un enemigo funcional para reconfigurar su identidad. En Ecuador, Daniel Noboa quien estaba estancando en su imagen política logró revitalizar su perfil cuando enfrentó al correísmo en las recientes elecciones. En ambos casos, el adversario sirvió como un ancla narrativa para articular una propuesta y reposicionarse.

En política se necesitan enemigos, pero también se necesitan relatos coherentes. Milei hoy tiene una ventaja innegable: es el centro de gravedad del sistema político. Sus ministros, sus legisladores, sus funcionarios son secundarios. Él marca la agenda. Pero marcar la agenda no es lo mismo que imponer el sentido común. Para eso necesita un rival con densidad simbólica. Cristina todavía cumple ese papel, aunque ya no esté en condiciones de liderar unos comicios.

El oficialismo tendrá que decidir si le conviene mantenerla simbólicamente viva —como adversaria— o si debe adaptarse a un escenario en el que el peronismo se reinventa. Si eso ocurre, si la oposición logra desprenderse del legado kirchnerista sin dinamitar sus estructuras, Milei podría encontrarse gritando solo.

Cristina y Milei, aunque se detesten, han sido funcionales. Cada uno servía como el espejo negativo del otro. La condena de la expresidenta, más que cerrar una etapa, obliga a todos los actores —Gobierno y oposición— a reorganizarse para mantener viva una confrontación que le era cómodo a ambos proyectos.

Roberto Starke es consultor político y profesor universitario. Director de Contexto Político.

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