Nigel Farage, líder del Reform UK
Así erosiona Reform al Partido Conservador y, de paso, al sistema político británico
La formación populista de Nigel Farage prosigue su mejoría, beneficiándose de la impopularidad de Starmer y de la incapacidad de Badenoch al frente de los Tories
Nigel Farage, líder de Reform, un hombre acostumbrado a trabajar a muy largo plazo para alcanzar sus objetivos estratégicos. Valga como muestra su primera intervención ante el pleno del Parlamento Europeo nada más ser elegido eurodiputado -entonces encabezaba el Partido por la Independencia del Reino Unido, Ukip en sus siglas- en junio de 1999: «He venido aquí para sacar al Reino Unido de la Unión Europea». Las carcajadas del resto de eurodiputados retumbaron con especial fuerza en el hemiciclo bruselense. Sin embargo, 17 años después, mediante un imprudente referéndum convocado por el entonces primer ministro conservador David Cameron, el sueño de Farage se hizo realidad.
El político populista pretendía en los años que precedieron al Brexit un doble objetivo: conseguir que el euroescepticismo de la opinión pública británica se convirtiese en mayoritario, o por lo menos en dominante; y, por, otra parte, que el asunto generasen un nivel de tensión tal dentro del Partido Conservador que la consiguiente división resultante se convirtiera en irreversible. Denis Macshane, exministro de Asuntos Europeos de los gobiernos de Tony Blair, describe magistralmente la doble maniobra en su libro Brexit, how Britain left Europe.
Era una época en la que Farage aún no se planteaba suplantar al Partido Conservador. Hoy en día, sí, y no lo esconde. Lo curioso es que podría estar en condiciones de encaminarse hacia este nuevo objetivo. De entrada, y en sintonía con lo que ocurre al resto de las formaciones de corte populista de Europa occidental, prácticamente sin excepción, se beneficia de la incapacidad manifiesta del Gobierno laborista de sir Keir Starmer para regular los flujos migratorios, un problema que está crispando a la sociedad británica como nunca en la historia contemporánea.
Mas hay una especificidad británica que Farage está erosionando sin prisas, pero sin pausas. Es el bipartidismo cuasi perfecto, consecuencia en teoría inevitable del sistema unipersonal de distrito a una sola vuelta, en vigor desde hace siglos. Cierto es, asimismo, que la actual relación de fuerzas en la Cámara de los Comunes no favorece un vuelco del sistema en un futuro inmediato: Reform solo dispone de 4 escaños -entre ellos, el de Farage- sobre un total de 650. Sin embargo, hay signos que anuncian un movimiento de fondo en el sistema.
Sin ir más lejos, la última encuesta publicada por el solvente instituto demoscópico Yougov, según la cual los conservadores ocupan el tercer lugar, empatados con los liberales demócratas, con un 17 %, muy por detrás de los laboristas (22 %) y Reform con un 27 %. Pese a que es una encuesta realizada fuera de un periodo electoral y que no ofrece una estimación en escaños, traslada una realidad inédita del tablero electoral británico. Con todo, lo más incisivo y palpable hasta la fecha es el hecho de que Reform ha ganado las dos elecciones legislativas parciales -destinadas a cubrir escaños vacíos por dimisión de sus titulares- celebradas en 2025. Unas victorias que se han producido por un resultado muy ajustado en los distritos de Runcorn y Helsby, que hasta esos momentos configuraban dos de los 50 escaños más inexpugnables del Partido Laborista.
Nadie, en todo caso, se ha llamado a engaño: la principal víctima de la constante progresión de la formación de Farage es el Partido Conservador. Si el sistema funcionase como hasta ahora, los tories serían los beneficiarios automáticos de la impopularidad del Gobierno de Starmer. Pero un año después de su descalabro electoral en las generales, Kemi Badenoch, la nueva líder del partido que más tiempo ha gobernado el Reino Unido en la era contemporánea no logra enderezar el rumbo. Es más, combina los movimientos contradictorios -¿por qué, a pesar de las promesas de cambio en profundidad, acaba de incorporar a su equipo a sir James Cleverly, figura de los gobiernos de Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak?- con torpezas, como su ausencia en una reunión sobre el grave error del ministerio de Defensa -en tiempos de los conservadores- que ha obligado a recibir a decenas de miles de refugiados afganos. Sus excusas agravaron su caso.
Farage es consciente de la debilidad de Badenoch y le saca todo el provecho. Lo hace principalmente a través de un goteo cuidadosa y sádicamente administrado de tránsfugas de un partido hacia otro de altos cargos conservadores hacia Reform: solo en este mes de julio, han abandonado ruidosamente las filas tories el antiguo secretario de organización sir Jake Berry la líder en Gales Laura Ann Jones.
El mecanismo está funcionando, como lo demuestra la reciente victoria en los comicios municipales del área metropolitana de Lincolnshire de la antigua ministra conservadora Andrea Jenkyns, una de las primeras tránsfugas. Como apunta un artículo de la publicación conservadora The Spectator, el discurso de Farage según el cual que Reform «era ahora la verdadera oposición al Partido Laborista y que quienes seguían votando a los conservadores a menudo sólo contribuyen a la victoria del Partido Laborista» está funcionando.