La ciencia lo llama «anclaje emocional»
Así explica la ciencia por qué jugamos cada año a la Lotería de Navidad
Frente a otros juegos de azar, la Lotería de Navidad se percibe como «más cercana», casi como si las posibilidades reales aumentaran
Cada 22 de diciembre, millones de españoles vuelven a vivir el mismo ritual: comprar un décimo, compartir participaciones y seguir el sorteo de la Lotería de Navidad con la esperanza de que los niños de San Ildefonso canten su número. Pero ¿por qué repetimos año tras año este comportamiento, incluso cuando sabemos que las probabilidades de ganar son escasas? La ciencia tiene respuestas claras: jugamos porque nos lo piden el cerebro, la tradición y las emociones.
En primer lugar, los psicólogos señalan el sesgo de optimismo, una tendencia natural a creer que es más probable que nos ocurran cosas positivas que negativas. Frente a otros juegos de azar, la Lotería de Navidad se percibe como «más cercana», casi como si las posibilidades reales aumentaran simplemente porque todo el país participa.
Esa percepción colectiva alimenta otro mecanismo clave: el efecto de pertenencia al grupo. Comprar el mismo número que familiares, compañeros de trabajo o amigos no solo es un acto de juego, sino de identidad. Rechazar la participación en un grupo puede provocar el conocido «miedo a quedarse fuera» (FOMO), de modo que el décimo actúa también como un símbolo social.
La neurociencia apunta además a la dopamina, el neurotransmisor asociado a la anticipación de la recompensa. No hace falta ganar para que el cerebro nos premie: basta con imaginar la posibilidad. Por eso la ilusión previa, las conversaciones sobre el número o los sueños de «qué haría si me tocara» generan un placer real que refuerza el hábito año tras año.
No es un sorteo más
A todo ello se suma la tradición cultural. La Lotería de Navidad no es un sorteo más: es un acontecimiento que marca el inicio emocional de las fiestas. Su música, sus anuncios y su presencia en los medios la convierten en un rito compartido que moviliza recuerdos, expectativas y nostalgia. La ciencia lo llama «anclaje emocional»: asociamos el sorteo a momentos felices del pasado y buscamos reproducirlos.
En definitiva, jugamos porque la razón matemática pierde la batalla frente a la esperanza, la identidad colectiva y la emoción. La Lotería de Navidad es, para muchos, menos una apuesta y más una costumbre que alimenta la ilusión en uno de los momentos más simbólicos del año.