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25 de abril de 2024

Angelo Sodano, en una imagen de archivo

Angelo Sodano, en una imagen de archivoEFE

Angelo Sodano (1927-2022)

Un excelente diplomático y un pastor bajo sospecha

Secretario de Estado del Vaticano durante 15 años. Desde 1991 con Juan Pablo II se encargó de establecer relaciones diplomáticas con la mayoría de los países del Este de Europa tras la caída de la Unión Soviética

Angelo Sodano, en una imagen de archivo
Nació en Isola d’Asti (Piamonte) el 23 de noviembre de 1927 y falleció el 27 de mayo de 2022 en Roma (Lazio)

Angelo Sodano

Prelado

Secretario de Estado de Juan Pablo II y Benedicto XVI y decano emérito del Colegio Cardenalicio

La Junta Militar Argentina tenía un elaborado plan para invadir Chile en diciembre de 1978. La disputa por las islas Beagle y las aguas territoriales que pertenecían a uno y otro país llevaba mucho tiempo enquistada, hasta el punto de rozar el conflicto armado en esas fechas. El plan de invasión se llamaba ‘Operativo Soberanía’ y definía con detalle las medidas para conquistar el país vecino por parte del Ejército argentino. Y ahí entra en juego el Vaticano, con una mediación que consigue evitar el conflicto en primera instancia y abrir unas largas negociaciones que culminaron en un acuerdo diez años después, en 1984.
Angelo Sodano, fallecido este viernes 27 de mayo en Roma, era entonces nuncio en Chile, había sido nombrado a finales de 1977, y fue uno de los artífices de la pacificación. Un proceso costoso, fruto de años de encuentros y desplazamientos, pueblo a pueblo, por uno de los países más extensos de América. El de Chile fue su último destino diplomático antes de llegar a la Santa Sede, donde se incorporó a la Secretaría de Estado, de la que fue el máximo responsable durante quince años, desde 1991 hasta el 2006. Estuvo a las órdenes de Juan Pablo II hasta su muerte y su sucesor, Benedicto XVI, lo mantuvo por un año en el cargo.
Seguir el ritmo del Papa polaco no era fácil. Fueron cientos de viajes al exterior y la apertura de relaciones con 30 nuevos países, con los que la Santa Sede no tenía relaciones con anterioridad. Un éxito diplomático, fruto de un trabajo incansable para atender a unos y otros, abriendo puertas que durante años habían permanecido cerradas a la Iglesia, facilitando espacio para la Evangelización cristiana. La realidad es que su permanencia en el cargo refleja la habilidad para tejer acuerdos.
La guerra en Ucrania nos ha hecho ver más clara la necesidad de importancia de construir la paz. Visto con perspectiva, el trabajo de diálogo construido en los años de Angelo Sodano en el Vaticano es admirable. Y eso que no faltaron los problemas internacionales. Parte de su tarea fue gestionar el derrumbe progresivo del sistema comunista en el Este de Europa, que oficialmente comienza en 1989 con la caída del Muro de Berlín.
Sodano fue durante una época presidente de la Pontificia Academia para Rusia, un organismo que terminó desapareciendo en el Vaticano, pero que evidencia el interés por ese gran país europeo. Poco después de ser nombrado como Secretario de Estado, el Vaticano reconocía a Rusia como sucesor legal de la Unión Soviética y establecía relaciones permanentes en el año 1991. Un punto de encuentro que fructificaría en la apertura de embajadas oficiales en el año 2010. Se puede decir que el cardenal Sodano fue un impulsor constante de un acuerdo que ha permitido una interlocución fluida, aunque no suficiente para evitar la actual guerra.
En este afán por defender la paz, Sodano se mantuvo junto a Juan Pablo II en el ‘No a la guerra de Irak’ en el año 2003. Desde la Secretaría de Estado manejaban mejor información que en Washington y otras capitales europeas, donde se habían difundido las mentiras del Ejecutivo de Gergo W. Bush.
Junto a este gran despliegue diplomático, la gestión de los abusos ha manchado para siempre la figura de este prelado piamontés. Su defensa del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, hasta el último momento fue un error gravísimo. Tampoco supo reconocer la doble vida de McCarrick. Todo en una época en que muchos pensaban que era mejor no sacar a la luz los gravísimos errores y abusos que cometían determinados eclesiásticos. Es difícil juzgar en la distancia, pero da la impresión de que sus desvelos de pastor nunca estuvieron a la altura de su habilidad diplomática
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