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20 de mayo de 2024

Arnaldo Forlani

Arnaldo Forlani (i) con el expresidente del Gobierno, Adolfo Suárez, en el Palacio de la MoncloaEFE

Arnaldo Forlani (1925-2023)

El último «elefante» de la Democracia Cristiana

Siempre a la sombra de Aldo Moro o de Giulio Andreotti, su paso fugaz por la jefatura del Gobierno estuvo marcado por el escándalo de la logia masónica P2

arnaldo forlani icono
Nació en Pésaro, Marche (Italia) el 8 de diciembre de 1925 y falleció en Roma el 6 de julio de 2023

Arnaldo Forlani

Iba para futbolista, pero entre 1948 y 1994 se dedicó en cuerpo y alma a la política. Fue secretario general de la Democracia Cristiana entre 1969 y 1973 7 1989 y 1992, ministro de Participaciones Estatales entre 1968 y 1969, de Defensa entre 1974 y 1976, de Asuntos Exteriores entre 1976 y 1979, presidente del Consejo de Ministros entre 1980 y 1981 y vicepresidente entre 1983 y 1987.

Caf. Acrónimo de Craxi-Andreotti-Forlani, el eje político que controló Italia a finales de los ochenta y principios de los noventa, mientras se descomponía el sistema pergeñado –y sus peculiares equilibrios– después de la Segunda Guerra Mundial. Un proceso que ninguno de los tres pudo detener. La proyección de Bettino Craxi y Giulio Andreotti trascendió ampliamente los confines de la península italiana. La de Arnaldo Forlani, bastante menos.
Salvo en una ocasión: corría el mes de diciembre de 1993, cuando tuvo que declarar ante el implacable juez Antonio Di Pietro con motivo de uno de los innumerables juicios de corrupción política –«Operación Manos Limpias»– que por entonces amenizaban la actualidad italiana, a modo de exhaustivo ajuste de cuentas con el pasado más reciente. Forlani respondía ante Di Pietro por el «caso Enimont», una de las vías de financiación irregular de la Democracia Cristiana (Dc), el Partito-Stato, del que fue secretario general en dos ocasiones.
Como recalca Bruno Vespa en «Storia d’Italia da Mussolini a Berlusconi», Forlani «se equivocó de estrategia» durante una vista oral en la que derrochó temblores mientras la baba deslizaba por los límites de su boca. Imagen penosa. Según Vespa, el avezado político «podría haber destacado el «tono inquisitorial de Di Pietro», al tiempo que admitía estar al tanto (…) de la financiación de los partidos por parte de las grandes empresas y que los pagos irregulares existían, siendo los desgloses conocidos por los secretarios administrativos». En su lugar, Forlani se escudó sistemáticamente en los «no sé» y «no me acuerdo». Le cayó, al final, una pena de cárcel que fue sustituida por trabajos de interés general, alguno de ellos por cuenta de Cáritas.
Un final penoso que dio la puntilla a 45 años de entrega incondicional a la actividad política. Su caída a los infiernos había empezado año y medio antes, en mayo de 1992, cuando le faltaron 39 votos para ser elegido presidente de la República. Le fallaron algunos compañeros de partido y, sobre todo, los aliados más jóvenes de la Dc que sabían que el sistema que encarnaba Forlani se estaba desmoronando y no estaban dispuestos a entregarle el Palacio del Quirinal.
La jefatura del Estado hubiera coronado una carrera cuyos orígenes se remontan a 1948, año en el que se convirtió en jefe provincial de la Dc en Pesaro. Seis años más tarde entró a formar parte de la directiva nacional y en 1958 fue elegido diputado por primera vez. Forlani programó metódicamente su carrera: primero se trataba de conquistar el aparato, objetivo alcanzado en 1968, gracias al «Pacto de San Genesio», firmado con su sempiterno rival Ciriaco de Mita, y encaminado a renovar la Dc.
Forlani se convirtió en una pieza imprescindible de la formación del Scudo Crociato , participando en todas las intrigas, si bien tuvo que permanecer en la minoría mientras imperaba el «compromiso histórico» con el Partido Comunista, al que se opuso desde el principio. Su travesía, orgánica, del desierto fue compensada por los ministerios de Defensa y Exteriores, por los que pasó sin pena ni gloria.
La revancha llegó en 1980, al lograr imponer su línea estratégica –el pentapartito, con socialistas, liberales, socialdemócratas y republicanos–, plasmada en su nombramiento como presidente del Consejo de Ministros. Mas la alegría pronto se convirtió en pesadilla: la grave situación económica –sin ir más lejos, Fiat amenazaba con despedir a 14.000 obreros–, la torpe gestión del terremoto de Irpinia y, por supuesto, la ocultación, descubierta por los jueces, de la lista de los miembros de la logia masónica P2 en los cajones de la Presidencia del Consejo, redujeron su estancia en el Palacio Chigi a menos de nueve meses: el 28 de junio de 1981 dimitió.
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