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25 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Nostalgia de la socialdemocracia

El presidente del Gobierno, aunque no ande sobrado de ideología, está mucho más cerca de Largo Caballero que de Besteiro. Sin embargo, esa lacerante carencia de ideología no impide que se haya decantado por el proyecto de Rodríguez Zapatero de transformación totalitaria de la sociedad desde el poder

Actualizada 01:31

El Congreso del PSOE, especialmente su secretario general, ha reivindicado, con intensa insistencia, su condición de partido socialdemócrata. Tanta vehemencia, en dirigentes tan poco proclives a la sinceridad, no puede dejar de suscitar sospechas. Cuando uno es algo, no precisa repetirlo tanto.
Antes de intentar dirimir la cuestión, quizá sea conveniente precisar en qué consiste la socialdemocracia. En su origen, fue una modificación de la teoría y la práctica marxistas. Los socialdemócratas eran marxistas que aceptaron la democracia como vía para obtener el poder. Si el Partido Comunista era un partido de masas, podría ganar las elecciones y llegar al poder sin utilizar la vía revolucionaria ni, por tanto, la violencia. Entre ellos destacaron Bernstein y Kautsky. Se les opusieron los leninistas que les tildaron de revisionistas, renegados y burgueses. Indagar cuál habría sido la posición de Marx es un ejercicio algo vano. En realidad, nunca aceptó la democracia y siempre reivindicó la vía revolucionaria.
Quedaría pendiente la cuestión de si la toma democrática del poder sería definitiva, para no abandonarlo nunca, o si se aceptaría la eventual derrota electoral y su entrega al partido ganador. Si no se acepta esto último, la asunción de la democracia es falaz, mero oportunismo. En caso contrario, se reconoce la superioridad de la democracia sobre el socialismo y el comunismo.
La socialdemocracia se transformó al promediar el siglo XX cuando rechazó el socialismo y aceptó la economía de mercado atemperada por medidas sociales y económicas intervencionistas. No asumió así ni el marxismo ni la revolución ni el comunismo ni siquiera el socialismo. Esta socialdemocracia, junto al liberalismo, el conservadurismo y la democracia cristiana, contribuyó a forjar políticamente la Europa renacida después de la devastación. La alternancia entre Gobiernos socialdemócratas y liberal-conservadores, entre la preferencia por la igualdad o por la libertad, ha rendido grandes servicios a la prosperidad y estabilidad política de Europa. Lo mismo sucedió en la España de la Transición y la alternancia entre la socialdemocracia y la alianza de los otros tres grupos políticos. Mientras el comunismo genera lucha y discordia, la socialdemocracia favorece la concordia.
Pedro Sánchez y el PSOE actual no son socialdemócratas. Gobiernan con el apoyo de separatistas, comunistas y la ETA. El presidente del Gobierno, aunque no ande sobrado de ideología, está mucho más cerca de Largo Caballero que de Besteiro. Sin embargo, esa lacerante carencia de ideología no impide que se haya decantado por el proyecto de Rodríguez Zapatero de transformación totalitaria de la sociedad desde el poder. Se niega el derecho de la oposición a gobernar y declinan las libertades. Liviana es nuestra esperanza si sólo confía en que el ansia de poder pueda conducirle, si le conviniera, a una rectificación de su política. Pero, al menos, sería algo.
España necesita una transformación del Partido Socialista del populismo neocomunista a la socialdemocracia. Permitiría recuperar el espíritu de la Transición y la concordia hoy amenazadas y agraviadas. Quienes no somos socialdemócratas, sentimos, al menos yo, nostalgia de la socialdemocracia. Creo que Felipe González no fue un buen gobernante, pero, al lado de Zapatero y Sánchez, parece un formidable estadista. Tuvo aciertos y errores, la corrupción fue insoportable, la política económica al final errada y se equivocó en algún momento en la lucha antiterrorista, pero nunca rompió con los principios y valores de la Transición ni con la Constitución. La distancia entre González y Sánchez se asemeja a la que va entre Willy Brandt y Maduro. Mientras tanto, esperamos, me temo en vano, a Besteiro.
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