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20 de abril de 2024

Desde la almenaAna Samboal

La derogación que no veremos

Lo que nos ha demostrado la reforma laboral de 2012 es que, si a las empresas les cuesta menos despedir en épocas de vacas flacas, se mostrarán menos reacias a la hora de contratar a poco que crezca la demanda de sus productos

Actualizada 17:48

¡Pobre reforma laboral! Se ha convertido en el saco de boxeo de esta negociación presupuestaria. Y, a lo peor, sólo los que la usan para sacudir el puño de uno y otro lado son los únicos que saben por qué. Dicho sea de paso, ese porqué parece tener bien poco en común con el marco que, desde 2012, regula el mercado laboral.
Para lo que nos atañe, reforma laboral solo hay una, la que, bajo el auspicio y la colaboración de las autoridades y economistas alemanes y comunitarios, hizo el Gobierno de Mariano Rajoy. Por tanto, los que quieren acabar con ella, bien harían en no perder el tiempo e ir a negociarlo a Bruselas, porque aquí, rehenes de nuestras crecientes y abultadas deudas como somos, andamos muy justitos de margen de maniobra. Si logran que les escuchen, yendo como vamos de pedigüeños para salvar la legislatura, lo mejor es que vayan pensando en qué argumentos pretenden exponer para salirse con la suya, porque derogar por derogar no va a ser una proposición válida.
Enredados en el circo político como estamos, hemos olvidado que el valor de la reforma laboral no son los ERTE –instrumentos para suspender el empleo en las crisis–, a pesar de su probada utilidad en los tiempos del confinamiento. El gran logro de esa ley es que ha permitido que la economía española genere nuevos puestos de trabajo con un crecimiento de la actividad moderado. Antes del 2012, sólo se creaba empleo neto cuando el PIB subía por encima del dos por ciento. Después –y sólo hay que mirar los números de 2015 para corroborarlo– afloraban con apenas un uno y medio. ¿Es esto lo que quieren derogar, cuando seguimos siendo una de las grandes economías con una tasa de paro friccional más alta del mundo?
No hay duda de que el mundo ha cambiado y la ley que regula el mercado de trabajo debe ajustarse a esa nueva realidad, pero no por los caminos que apunta la vicepresidenta que nos ha colocado Iglesias. Evocando a los malvados y desalmados patronos más propios del siglo XIX, más parece que lo que busca Díaz echando el órdago es ganar para su causa los apoyos sindicales con el fin de sacar ventaja en las urnas a PSOE y Podemos. ¿Y qué hay del empleo?
Lo que nos ha demostrado la reforma laboral de 2012 es que, si a las empresas les cuesta menos despedir en épocas de vacas flacas, se mostrarán menos reacias a la hora de contratar a poco que crezca la demanda de sus productos. Por tanto, el fin es ahondar en esa flexibilidad y, al mismo tiempo, crear las condiciones para que la actividad crezca. La economía no es un juego de suma cero en el que la labor del Gobierno sea repartir la miseria, la historia nos demuestra que los avances tecnológicos y una población bien formada, que desarrolla todo su potencial, son capaces de provocar, si el marco es adecuado, importantes saltos cualitativos. Esa es nuestra asignatura pendiente.
Enredados como están en colocar el convenio sectorial sobre el de la empresa para agradar a los sindicatos, han olvidado lo primordial: la formación de los recursos humanos, el activo más valioso de una empresa y, por ende, de una nación. Si lo que pretenden es dar a UGT y Comisiones Obreras los suculentos fondos para la formación de parados con esta «derogación», apañados vamos. El dinero que llega de Bruselas –y ahí van a incidir las autoridades comunitarias– tendría que servir para crear pasarelas de ida y vuelta entre el mercado laboral y los centros de formación en todos los niveles, para dotar a nuestra fuerza laboral de las habilidades técnicas necesarias para desarrollar los empleos que necesita la España de mañana. Porque, si queremos salir del lugar en el que nos colocó la negociación de entrada en la Unión Europea, la de la fábrica del sur de Europa con bajos salarios, estamos perdidos. Para competir, para convertirnos en un país de tecnología intermedia, nuestra única apuesta válida es la creación de valor. Y eso pasa por una más alta y adecuada capacitación de los trabajadores, que no se reparte en cursillos para parados de una semana. Por ese cauce es por el que tendría que discurrir el debate, pero es más televisivo y puede dar más réditos en las urnas asestar puñetazos ciegos contra el saco de la reforma laboral.  
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