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02 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Yolanda, los huevos y las milongas

Se ha visto de un modo gráfico la acusada contradicción entre la propaganda del Gobierno y el malestar en la calle

Actualizada 11:45

Los escraches, eufemismo argentino para referirse a los acosos físicos, y los lanzamientos de huevos –o tomates, o residuos– a los cargos públicos son siempre inaceptables. Existen maneras civilizadas de ejercer el derecho a protestar contra las injusticias del poder. Pero también debería resultar inadmisible el hecho de que los gobernantes le endilguen al respetable trolas de alto voltaje, tomando directamente al pueblo por una recua de pánfilos.
Nos parece mal que en las calles de Valencia hayan arrojado huevos a Yolanda Díaz, Mónica Oltra, Colau, Mónica García («médico y madre») y Fátima Hamed, cuando se dirigían a una cuchipanda de izquierda chachi y feminista a mayor gloria de la primera. Pero también nos molesta el desparpajo con que miente el Ejecutivo, que sigue vendiendo la quimera del paraíso «progresista» en un momento en que la economía empieza a agobiar a muchos hogares y empresas españoles.
Sánchez, que como es sabido considera la mentira una de las bellas artes, prometió este sábado que las navidades que vienen «serán las de la recuperación, porque los datos objetivos están ahí». Efigie de acero inoxidable. Si nos atenemos a la verdad, el último dato objetivo conocido ha sido el severo rejón de la UE a sus fantasiosas previsiones de crecimiento. Bruselas ha señalado además que España es el país grande de la UE que peor está remontando de la sima del Covid-19 (y eso tras haber sido en 2020 la nación con mayor caída del PIB de toda la OCDE).
Mientras el Gobierno levita, en la calle hay transportistas llamando ya a la huelga. Hay hogares y empresas electrocutados por la escalada imparable del recibo de la luz y los carburantes. Hay unos indicadores macroeconómicos deprimentes, ocultos tras una carcasa de trolas seriales.
Huevazos de la España real en la puerta del recinto valenciano. Milongas en su interior, a cargo de la enésima gran esperanza del neocomunismo populista: Yolanda Díaz. Un expresivo retrato de la flagrante contradicción entre el sufrimiento de la calle y la propaganda oficialista.
Díaz –cero escaños las dos veces en que fue candidata a la Xunta, porque en Galicia la conocen bien– prometió en Valencia «un proyecto maravilloso». Lo hizo a la vera de dirigentes de incompetencia acreditada, como Ada Colau, que está sumiendo en la mediocridad a Barcelona, antaño faro de avances en España. No se relacionan con el mundo real, el de las facturas, las cuentas, lo sudores de las familias y los empresarios. Sus mensajes, siempre declamados con la emoción cursi de quien pretende estar descubriendo El Dorado igualitario, son de una vacuidad desazonadora. «Tenemos un proyecto de país para cambiar la vida de la gente», recitaba Díaz en Valencia, encantada de haberse conocido. ¿Y qué quiere decir eso? Nada. Es gas, como lo de reservar la tribuna del acto solo a mujeres (dos amigas me hicieron ayer el mismo comentario: «Este tipo de puestas en escena en realidad nos hacen daño, porque nos presentan como si las mujeres no pudiésemos competir en pie de igualdad con los hombres, como si necesitásemos una prima extra»).
Viene un invierno del descontento. El cansancio ante el teatrillo «progresista» crecerá. España está empezando a hablar de las cosas de comer y ahí Pasarela Yolanda, como la llama a veces mi madre, riéndose desde la perfecta libertad de sus 84 años, tiene muy poco que aportar. Una pena que al partido que le toca dar el relevo, el PP, no se le haya ocurrido nada mejor que ayudar al adversario con una ridícula pelea de egos. 
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